martes, 4 de octubre de 2016

Marat/Sade, entre lo impecable y la rabiosa actualidad









































Marat/Sade es el nombre abreviado de la obra La persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representada por el grupo teatral de la Casa de Salud Mental de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade, escrita en 1964 por Peter Weiss. El viernes pasado fue representada en el Teatro Moderno de Chiclana por el grupo andaluz Atalaya, dirigida y adaptada por Ricardo Iniesta. Un trabajo excepcional en la interpretación y puesta en escena que merece ser destacado. 

La historia se desarrolla en una Casa de Salud Mental situada en la ciudad de Charenton, en las cercanías de Paris. Estamos en 1808, en los momentos de esplendor de Napoleón Bonaparte, victorioso en los campos de batalla y autoproclamado emperador cuatro años antes. El director del establecimiento, el sacerdote Coulmier, ha encargado al marqués de Sade que dirija una función de teatro para ser representada por los enfermos y las enfermas con el fin de estimular su patriotismo. Sade, sin embargo, presenta de hecho un diálogo entre dos personajes reales: él mismo y Jean Paul Marat, a quienes acompañan otros personajes también reales, como Jacques Roux y Carlotte Corday, y gentes de los distintos sectores de la sociedad francesa. Esa manera de afrontar la representación de la obra le lleva a frecuentes interferencias del director del establecimiento, que teme que sus objetivos iniciales no se cumplan al provocar el enardecimiento de los actores y actrices.


El diálogo establecido pone al descubierto las dos concepciones principales habidas durante la revolución francesa, que en 1793 están dirimiendo la facción girondina y la facción jacobina. La primera tiene como referente al propio marqués de Sade, un famoso escritor que llegó a sufrir los rigores de la represión absolutista y después se sumó al proceso revolucionario, donde defiende la libertad y la propiedad individual, pero se despreocupa de la igualdad social. La segunda tiene a Marat como genuino representante, el jacobino que dirige el periódico El amigo del pueblo, defendiendo una revolución que aúne la libertad con la igualdad y la fraternidad. 


Dos concepciones de la revolución que se enfrentan desde el primer momento, en 1789, aunque de distintas maneras y que tiene el año 1793 como uno de los momentos culminantes. Precisamente cuando la facción girondina es desplazada del gobierno por la jacobina, con Robespierre como principal dirigente, y que a su vez cuenta con el apoyo de sans culottes y enragés, los sectores políticos más radicalizados. Es también el año de una nueva Constitución, que reconoce el sufragio universal (masculino) y derechos como el de educación y de beneficencia por el el estado, a la vez que el gobierno combate la especulación de productos básicos, como el pan, y muestra el máximo rigor contra los enemigos de la revolución. En suma, la revolución burguesa frente a la popular.


En la sucesión de diálogos discursivos entre los dos protagonistas se intercalan las luchas existentes entre sus partidarios y en medio emergen otros dos personajes: la girondina Corday, que no ceja en su empeño por cumplir el plan de ejecutar a Marat, aun cuando eso suponga sacrificar también su vida; y el enragé Roux, sacerdote revolucionario que no para de advertir sobre los peligros de hacer concesiones que pongan en peligro la revolución. Marat es un médico que se ha hecho famoso por sus discursos y artículos de prensa, pero también está enfermo, lo que le obliga a tomar baños para paliar su sufrimiento. Esa circunstancia es la que aprovecha Corday. 


El asesinato -que plasmó tan genialmente el pintor Jacques Louis David- casi nos acerca al fin de la obra. Lo que viene después, desarrollado ya en 1808, es la nueva realidad: Napoleón, el que fuera de joven simpatizante jacobino, ha accedido a la cima del poder para hacer de la revolución un cambio moderado, hecho a la medida de la burguesía y defendido por una mayoría social domesticada. Quienes primero habían defendido el fin del antiguo régimen en las calles de París, las ciudades y los pueblos, y después se fueron sumando, en gran medida, a los planteamientos radicales de la igualdad social, acabaron aclamando al general victorioso. La revolución popular acabó dando paso al patriotismo imperial, que encubría el domino de la nueva clase dominante y el carácter antidemocrático del sistema político. Más de lo mismo, propio de esos procesos de cambio que se han ido dando a lo largo del tiempo, iniciados con diferentes grados de radicalidad, pero finalmente apaciguados en favor de una clase o bloque social que toma las riendas del poder para someter a la mayoría.


La obra está inserta en el conocido como teatro dentro del teatro, que hace que esté ambientada en dos momentos diferentes, 1808 y 1793, pero cuyo contenido tiene una rabiosa actualidad. Weiss se inspiró en el teatro épico brechtiano, pero hizo uso también del teatro grotesco de Merjehold y el de la crueldad de Artaud.


Me referí al principio al trabajo bien hecho por el grupo Atalaya, con una interpretación impresionante en las declamaciones, las voces musicales o la coreografía. Los reconocimientos de todo tipo lo avalan. La puesta en escena  es impecable, llevada a cabo mediante una aparente sencillez. En realidad es algo más compleja, estando enriquecida con el ritmo que marca la música, en ella la sucesión de canciones (he reconocido, entre otras, la “Canción del frente unido”, de Brecht y Eisler; “Por montañas y praderas”; e incluso “La Internacional”) y sonidos, y con el juego que se hace con las luces, las cortinas o el mobiliario.