
Durante la Guerra Fría las potencias occidentales, y especialmente EEUU y el Reino Unido, crearon unas redes secretas operativas que tenían como fin inicialmente, si no sólo aparentemente, sentar las bases de la resistencia frente a una hipotética invasión de las tropas soviéticas. Lo que se ha denominado comúnmente como Gladio fue una red organizada por la CIA estadounidense y el MI6 británico, que contó con la participación de los servicios secretos de los diferentes estados y el estímulo y/o colaboración, según cada caso, de las altas instancias políticas de los mismos. Sus miembros fueron reclutados entre los sectores conservadores, la extrema de derecha e incluso los más que residuos del fascismo. Esas redes se transformaron enseguida en actuaciones de diversa índole que buscaban contener como fuera cualquier atisbo de cambio político, sobre todo en los países donde los partidos comunistas alcanzaron una considerable presencia, como fue el caso de Italia. Pero no sólo, pues, sin que ese peligro ocurriera en la mayoría de los países, se trataba de mantener una situación de alerta ante la opinión pública, donde el miedo jugaría un papel primordial. Es así como se entiende lo que en los años 70 se conoció con el término de estrategia de la tensión.
A lo largo de varias décadas se realizaron numerosas acciones armadas, se organizaron golpes de estado más o menos velados y se financiaron campañas electorales de los grupos políticos conservadores que buscaban a la vez frenar los movimientos sociales y desviar a la opinión pública hacia opciones conservadoras. Y paralelamente, como común denominador, una clara impunidad: investigaciones cortadas, pruebas destruidas, muertes misteriosas, exculpaciones, fugas de responsables...
Ocurrió en todos los países occidentales, pero fue en Italia donde se llegó más lejos. Las elecciones generales de 1948, los atentados indiscriminados de Piazza Fontana de Milán en 1969, la plaza de la Loggia de Brescia en 1974), el tren Italicus o la estación de ferrocarril de Bolonia a manos de grupos fascistas, aunque con falsas inculpaciones a los de izquierda, son ejemplos horrendos de los límites alcanzados.
En nuestro país hemos vivido episodios que tienen una relación directa con la actuación de las fuerzas ocultas de Gladio. Aunque en el libro no se profundiza mucho sobre lo ocurrido, sí se muestran las relaciones existentes con los servicios secretos durante el franquismo. Se alude también al papel jugado por "refugiados" italianos durante los años de la Transición organizando y ejecutando operaciones desestabilizadoras, aunque no se hacen referencias concretas. No debemos olvidar lo ocurrido en la primavera de 1976 (Vitoria, Montejurra...) o en enero de 1977 (secuestros de Oriol y Villaescusa, muertes de manifestantes, matanza de la calle de Atocha...). El autor tampoco se olvida del vergonzante papel jugado por los gobiernos de Felipe González, tolerantes, cuando no cómplices, con las actuaciones de los servicios secretos españoles y estadounidenses.
Como se indica al final del libro, la "espiral destructiva de manipulación, miedo y violencia no acabó con la caída de la Unión Soviética y el descubrimiento de los ejércitos secretos en 1990, sino al contrario, ganó impulso". Basta con ver lo que está ocurriendo.