martes, 7 de julio de 2009

Lucía Sánchez Saornil, alma de Mujeres Libres

Hace cuatro años fui invitado al Congreso "Mujeres libres y libertarias", que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid entre el 6 y el 8 de mayo de 2005, para lo que preparé una conferencia titulada "Mujeres Libres, una revista y una organización anarquistas durante la IIª República". De ella escribí después un artículo, con el mismo nombre, del que extraigo su última parte. En nuestros días se hace muchas referencias a mujeres feministas de otro tiempo, olvidándose con frecuencia a Mujeres Libres y, en especial, su alma: Lucía Sánchez Saornil. Sobre la actualidad de su pensamiento, no me caben dudas.


Mujeres Libres fue un grupo de mujeres con unos planteamientos ideológicos y organizativos muy avanzados en su tiempo. También fueron peculiares, por no decir que únicos, pues ninguna otra organización de mujeres llegó a formularlos. Aunaron la liberación social, desde la vertiente anarquista, con la liberación de las mujeres. Hoy los caracterizamos categóricamente como feministas[1], pero ellas lo rechazaron. ¿Por qué? Existía una idea muy extendida en el movimiento libertario mediante la cual se identificaba el feminismo con el sufragismo, algo que, como es lógico, no era propio del anarquismo[2]. El hecho de que los grupos confesamente feministas estuvieran integrados casi exclusivamente por mujeres de las clases medias y altas reforzaba la idea de su caracterización tanto de interclasista como burgués. Pero fueron críticas también hacia las organizaciones vinculadas a los partidos obreros, en especial hacia Mujeres Antifascistas, en la órbita del PCE. Este otro tipo de lucha de las mujeres, al que también identificaron como feminismo, lo desecharon porque estaba controlado por los varones y por ser fuente de poder.

El empleo frecuente del término “mujer” o “mujeres”, a secas, que hay que interpretarlo en el sentido más amplio de “mujeres trabajadoras”. Ese empleo de lo genérico (hombre/mujer) ha sido algo corriente en el pensamiento anarquista, que ha partido de la premisa de que la liberación social ha de basarse en el respeto de la individualidad frente a cualquier forma de poder (estado, propiedad, etc.)
[3]. Para las promotoras de Mujeres Libres la mujer era un sujeto revolucionario más que debía participar en su propia liberación como género y dentro del conjunto de la clase obrera.

Lucía Sánchez Saornil, de quien sabemos más, porque se prodigó más, bebió fundamentalmente de dos influencias: una, la tradición anarquista, defensora del individuo frente a todo tipo de dominación y de un modelo social igualitario. Una tradición donde también habían surgido personas, grupos y planteamientos que denunciaban la situación de las mujeres y reivindicaban la igualdad entre los géneros. En Barcelona ya había surgido en 1891 una Agrupación de Trabajadoras y durante los años 20 fueron apareciendo otros sindicatos formados por mujeres. Teresa Claramunt, luchadora infatigable, llegó a escribir a finales del siglo XIX:

Nuestra dignidad como seres pensantes, como media humanidad que constituimos, nos exige que nos interesemos más y más por nuestra condición en la sociedad. En el taller se nos explota más que al hombre, en el hogar doméstico hemos de vivir sometidas al capricho del tiranuelo marido
[4].

Dentro de esa tradición Lucía Sánchez Saornil tuvo que hacer frente, aunque no directamente, a las posiciones de otra mujer, con una fuerte personalidad y un gran prestigio dentro del movimiento anarquista, como era Federica Montseny, que negó el problema específico de la mujer, proponiendo como salida la autosuperación individual de la mujer (“necesitamos afirmarnos en nosotras mismas”, escribió)
[5]. También intentó superar lo que consideraba que era una insuficiencia, ante los intentos de algunos compañeros por incorporar a las mujeres a la organización y a la lucha, cuando planteaba que para entender el problema de la mujer debía partir de un cambio en el concepto de mujer:

Hay muchos compañeros que desean sinceramente el concurso de la mujer en la lucha; pero este deseo no responde a la modificación de su concepto de mujer
[6].

Muestras de este interés fueron el propio ofrecimiento de Mariano R. Vázquez a Lucía Sánchez Saornil para que se encargara de una página femenina en Solidaridad Obrera, la página que publicaba Tierra y Libertad a cargo de Lola Iturbe “Kyralina”, los numerosos artículos favorables a las mujeres que aparecieron en las distintas publicaciones anarquistas de militantes o simpatizantes como Antonio Morales Guzmán, Mariano Gallardo Nieva, Santiago Valentí Camps, etc.

La otra influencia era la teoría de la diferenciación de los sexos, tan en boga en esos años en algunos círculos intelectuales
[7]. Entre sus principales difusores estuvo el médico Gregorio Marañón, que la utilizó desde una orientación conservadora y determinista con el fin de justificar la relegación de las mujeres al hogar como esposas y madres. Esta teoría también llegó a algunos círculos anarquistas, en concreto en la revista Estudios, donde Santiago Valentí Camps defendió que la mujer disponía de una mayor sensibilidad por las cosas, un sentido más estético y hasta un mayor pragmatismo y donde en mayo de 1936 se dijo que, no existiendo inferioridad intelectual de la mujer, su inteligencia era de otro tipo, a la que se atribuían facultades pasivas como la abnegación, la emotividad, la intuición, la dulzura o la sensibilidad. Lucía Sánchez Saornil fue clara en su interpretación emancipadora: consideraba que la marginación era una construcción social desarrollada en la historia, a lo que añadió la distinción entre errores masculinos y valores femeninos. Entre los primeros estarían:

Exceso de audacia, de rudeza, de inflexibilidad (…), han dado a la vida este sentido feroz por el que los unos se alimentan de la miseria y el hambre de los otros. (Editorial de Mujeres Libres, n. 1, mayo de 1936, PSM-AGGCE).

De los segundos, los valores femeninos, planteaba que había que aprender:

La ausencia de la mujer en la Historia ha acarreado la falta de comprensión, de ponderación y afectividad, que son sus virtudes. (Editorial de Mujeres Libres, n. 1, mayo de 1936, PSM-AGGCE).

¿Cómo llamaron a eso? Federica Montseny había utilizado en los años 20 el término humanismo para oponerlo al de feminismo. Conscientes estas mujeres de que la civilización masculina estaba llegando a su fin, plantearon también la superación del feminismo, para lo que hicieron uso del término humanismo integral, originario de Francia
[8]. Esa superación debería basarse, en lo que quizás sea una de las claves del pensamiento innovador de Mujeres Libres, en el reconocimiento de que había un “complejo diverso”, el formado tanto por mujeres como por varones, pero en el que era necesario que las mujeres actuaran autónomamente, es decir, con su identidad propia:

Mujeres Libres quiere (...) hacer oír una voz sincera, firme y desinteresada: la de la mujeres; pero una voz propia, la suya. (Editorial de Mujeres Libres, n. 1, PSM-AGGCE).

De esto se deriva un hecho de importancia: la defensa que hacían en Mujeres Libres de la diferencia entre los géneros y de que las mujeres se dotaran de una voz propia lo que hay es un claro ejercicio de autoestima colectiva:

Nos ha emocionado tu carta al ver cómo la mujer se interesa ya por sí misma. Bastante tiempo se ha interesado ya por los demás. Era hora de que estuviera en el concierto de los comunes intereses. (Carta de Lucía Sánchez Saornil a Mª Luisa Cobos, junio de 1936, PSM-AGGCE).

Y aquí, quizás, se puede encontrar unas de las claves de la incomprensión sufrida desde buena parte de las personas que componían en movimiento libertario. Montseny habló de autoestima de las mujeres desde el esfuerzo individual como medio para equiparse con los varones. Las intenciones de Lucía Sánchez Saornil y sus compañeras eran un claro exponente de la lucha contra el modelo social dominante, incluyendo la dimensión de género, y sobre el papel que debían jugar las mujeres en una sociedad nueva, pero desde la autoestima colectiva. Toda una apuesta arriesgada en un contexto difícil: oponerse al orden social establecido y con éste, al orden patriarcal, pero también oponerse tanto a los planteamientos que podemos considerar “oficiales” del movimiento libertario como a la mentalidad y los hábitos sexistas tan extendidos en el mundo de lo cotidiano. Todo un compendio de transgresión ideológica y social.

En suma, una experiencia histórica peculiar, por ser única y adelantada a su tiempo, pero bonita, meritoria y digna, en la medida que sus protagonistas anhelaban un mundo mejor, donde varones y mujeres actuaran por igual y entre iguales. Por ello merece la pena conocerlas y recordarlas.


Notas

[1] Mary Nash (Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Madrid, 1999) se ha referido a este feminismo como anarcofeminismo, en la medida que aúna la liberación de las mujeres como el anarquismo. En la obra del autor de este artículo (Anarcofeminismo en España. La revista Mujeres Libres antes del Guerra Civil, Madrid, 2003), además de utilizar en el título también este término, se alude a un feminismo implícito.
[2] Mary Nash, “Dos intelectuales frente al problema de la mujer: Federica Montseny y Lucía Sánchez Saornil”, en revista Convivium, n. 44-45, Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona, 1975; Martha A. Ackelsberg, Mujeres Libres. El anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres, Madrid, Virus, 1999; Mª Ángeles García-Maroto, La mujer en la prensa anarquista, Madrid, 1996.
[3] Como muestra, las palabras de la propia Lucía Sánchez Saornil: “para un anarquista antes que todo y por encima de todo está el individuo” (Solidaridad Obrera, 15-10-35).
[4] “A la mujer”, revista Fraternidad, Gijón, 1899, citado en Irving L. Horowitz, Los anarquistas. La práctica, Barcelona, 1996.
[5] Mary Nash, "Mujeres Libres". España 1936-1939, Barcelona, 1976.
[6] Carta de Lucía Sánchez Saornil a Mariano R. Vázquez, publicada en Solidaridad Obrera el 2-10-35, citado en Mary Nash (1976).
[7] Mary Nash (1999) y Martha A. Ackelsberg (1999).
[8] En el editorial del primer número de Mujeres Libres se hacía referencia a que el término había sido acuñado por el periodista francés Leopoldo Lacour. Ya en 1908 se había publicado en Barcelona la obra de este escritor Humanismo integral: el duelo de los sexos. Federica Montseny, a su vez, ya lo había utilizado en 1924 en el artículo “Feminismo y humanismo” del número 33 de la Revista Blanca.