domingo, 25 de abril de 2010

Hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida (a Miguel Hernández)












































Hace casi un mes se cumplió el aniversario de la muerte del poeta Miguel Hernández. Murió en la enfermería de la cárcel de Alicante el 28 de marzo de 1942, cumpliendo condena de treinta años. Dos antes le habían conmutado la pena de muerte. Pero dio igual, porque la tuberculosis que contrajo en la cárcel en la práctica fue una de las decenas de miles de ejecuciones que en esos años de terror existieron. El fascismo en estado puro.

Cuando era joven leí que antes de morir escribió como últimos estos versos: Adiós, hermanos, camaradas, amigos / despedidme del sol y de los trigos. Me inspiraron la imagen que acompaña este artículo. No hace muchos años leí en la biografía que del poeta hizo José Luis Ferris (Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte del poeta) que tales versos no eran suyos. Al parecer fue el poeta paraguayo Elvio Romero quien se los atribuyó, malinterpretando uno poema del sevillano Antonio Aparicio titulado “A la muerte de Miguel Hernández”:

Ciego en una prisión de cal y canto,
su corazón cubierto de cadenas,
Y sin más compañero que su canto,
y sin más compañera que sus penas,
fijo en las negras redes
que clavaban su suerte,
dejó escrito en su celda, en sus paredes,
su "Me voy con la Muerte".
Su "Adiós mis compañeros, mis amigos;
despedirme del sol y de los trigos".

He estado indagando sobre este extremo y, la verdad, no me ha quedado la cosa clara. En todo caso no quita un ápice ni a su obra, ni a su persona, ni a la causa de su muerte.

Este año se cumple el centenario del  nacimiento, lo que va a ser motivo de muchos actos, seguro. He leído que el parlamento valenciano ha pedido que se anule el proceso judicial. Resulta curiosa la actitud el PP valenciano, pues se ha pronunciado a favor de esa iniciativa, cuando niega que se haga lo mismo con tantas víctimas del régimen franquista. Tilda por ello a quienes lo promueven de fomentar el odio y la venganza.

Miguel Hernández fue uno de mis poetas de cabecera en mi juventud, como lo fue para tanta gente, sobre todo joven. En él se unían muchas cosas para ser un referente humano, político y literario. Era de origen humilde, fue comunista, estuvo en el frente de guerra como comisario de cultura, escribió poemas inmortales, sufrió la cárcel y murió en ella. Una vida corta, pero llena de vivencias y, ante todo, coherente. Encajaba perfectamente en la mística de quienes en la lucha contra la dictadura fascista soñábamos por un mundo mejor.

¿Quién no es capaz de recordar versos de la “Elegía” dedicada a Ramón Sijé como Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas, o A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero? ¿O de las “Nanas de las cebolla”, La cebolla es escarcha / cerrada y pobre: / escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla: / hielo negro y escarcha / grande y redonda?  

De Miguel Hernández musiqué varios poemas, siendo el primero de todos “Sentado sobre los muertos” con su Aquí estoy para vivir / mientras el alma me suene, / y aquí estoy para morir, / cuando la hora me llegue, / en los veneros del pueblo / desde ahora y desde siempre. También, entre otros más, “Canción del esposo soldado”: Para el hijo será la paz que estoy forjando. /  Y al fin en un océano de irremediables huesos, / tu corazón y el mío naufragarán, quedando /  una mujer y un hombre gastados por los besos. O “Llamo a la juventud”: La juventud siempre empuja / la juventud siempre vence, /  y la salvación de España / de su juventud depende.

Mi hermano Jorge y yo cantábamos Como el toro he nacido para el luto / y el dolor, como el toro estoy marcado / por un hierro infernal en el costado / y por varón en la ingle con un fruto. Era uno de los sonetos de “El rayo que no cesa” y que él mismo musicó con una melodía preciosa impregnada del dodecafonismo que tanto le atraía.

Poemas en su mayoría impactantes, que hacen aflorar los sentimientos, la ternura, el amor, la pasión… Uno de ellos, de los últimos que escribió, es “Eterna sombra”, con unos versos iniciales cargados de una profunda tristeza: Yo que creí que la luz era mía / precipitado en la sombra me veo. Pero transformados con otros finales llenos de una arrolladora esperanza: Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja la sombra vencida.