jueves, 1 de mayo de 2025

Jándalo. Poesía en La Janda, una antología de poetas de la comarca meridional gaditana


Hace unos días se presentó en Barbate el libro Jándalo. Poesía en La Janda (2024, Círculo Rojo). Se trata de una antología de autores y autoras de la comarca,  que ha sido seleccionada y prologada por Jesús Malia. 

A lo largo de  sus 161 páginas van desfilando 18 poetas, con presencia de todos los municipios jandeños. Los poemas están ordenados según las especies avícolas de lo que fue la antigua laguna. Algunas están todavía presentes en los humedales que se conservan y otras, tristemente desaparecidas. Sus dibujos, obra de Francisco Bernal Ramos, ilustran cada una de las partes del libro. 

La laguna, vertebradora de la comarca, se convierte, así, en una metáfora de la vida, la naturaleza y la creación literaria. 

O como Jesús Malia nos indica al principio del libro en "Las puertas del campo, a modo de prólogo": "hemos reunido a estas pájaras y pájaros de La Janda porque están vivos, son nuestros vecinos y cantan. Hombres y mujeres que hacen de la palabra refugio y trinchera, descanso y combate".

Todo eso no ayuda a entender que el primero de los poemas, como si fuera una presentación o saludo, sea "La laguna de La Janda", obra de Francisco Malia Sánchez, un soneto incluido en su poemario Azul y verde:

Las lluvias me obsequiaron con el sueño
de ver trocada en mar esta laguna,
un fugaz espejismo y la oportuna
ocasión de insistir en el empeño.

Rescatar sin desistir todos a una
su rostro más propicio y halagüeño:
aguas, aves, luz de sol jandeño
y, de noche, el reflejo de la luna.

Por un instante me miré en su espejo
y vi llegar las aves migradoras
a esta tierra de vida y promisión.

Ahora siento que me siento viejo
y al paso de los días y las horas.
se fueron las lluvias y la ilusión
. 

El acto tuvo lugar en la Peña La Pachanga, de larga raigambre en Barbate, en la que no faltó un homenaje a quien fuera uno de sus miembros más destacados: Sebastián Bernal Malia, ya fallecido.

martes, 29 de abril de 2025

Retazos literarios sobre el río Tormes



La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades
(fragmentos)

Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años. Y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nacido en el río.

(...)

Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro. El ciego me mandó que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:

–Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél.

-Yo simplemente llegué, creyendo que era así. Y como sintió que tenia la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabaza en el diablo del toro, que más de tres días duró el dolor de la cornada, y díjome:

-Necio, aprende que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo.

Y rio mucho la burla.

(Anónimo)




Oda a la vera del Tormes

¿Qué refleja el río Tormes?
La solemne Catedral de Salamanca.

¿Qué más espejea el Tormes?, insistes.
Nidos de cigüeñas, la Casa Lis y su Art Deco;
Filología, el Museo Unamuno, la estatua
que dignifica a Fray Luis de León –un furtivo
Beso de unos enamorados de ayer, de hoy–
que nos recuerda de su verso ‘del monte a la ladera’
y su vida a la vera del rio Tormes, que calma dio
a su alma, cuando después de años, fue un hombre libre…

(José Ben-Kotel Paredes)


A un río helado

Salid, ¡oh Clori divina!
al Tormes, que ofrece hoy
fija puente a vuestra planta
su inquieto cristal veloz.
Esta vez pudo el diciembre
lo que mil pudisteis vos,
que tienen fuerza de escarcha
poderes de admiración.
No su nieve a vuestra vista
quieto el cristal se paró,
que si aquí suspende el hielo,
hiela aquí la suspensión.
Salid, que el río os espera,
que juzga discreto hoy
la suela del chapín vuestro
corona ya de favor.
Y pues su honor os aclama,
restituireisle su honor,
si cuando le huellan tantos
vos corona suya sois.
Sobre la cama de campo
solícito el aquilón
tiende sábanas de nieve,
do se acuesta enfermo el sol.
Desmayos pues de sus luces
mejóranse en vuestras dos,
que mayores rayos visten
en eclíptica menor.
Bien que en tantos cielos puestos
como deidad superior,
los que son rayos de luz,
de fuego fulmináis vos.
Si el mundo ardiendo callara,
diré, pues ardiendo estoy,
que son incendios sus luces
y que es fuego su esplendor.
Que le holléis el campo aguarda,
porque vuestras huellas son
las que previenen abriles,
las que producen verdor.
Y en Pascua de Nacimiento,
cuando en la muerte se vio,
tendrá en vuestro pie florido
Pascuas de Resurrección.
Yo mis glorias solicito,
pues a quien ha dado soy
a vos vista las libranzas
de sus glorias el amor.
Salid, pues, ¡oh Clori bella!
no os neguéis, ingrata, no
a las voces de los ojos,
al llanto del corazón.
Y tendremos esta vez,
si lo merece esta voz,
honor Tormes, luz el día,
vida el campo, gloria yo.

(Pedro Calderón de la Barca)




El licenciado Vidriera
(fragmento)

Paseándose dos caballeros estudiantes por las riberas de Tormes, hallaron en ellas, debajo de un árbol durmiendo, a un muchacho de hasta edad de once años, vestido como labrador. Mandaron a un criado que le despertase; despertó y preguntáronle de adónde era y qué hacía durmiendo en aquella soledad. A lo cual el muchacho respondió que el nombre de su tierra se le había olvidado, y que iba a la ciudad de Salamanca a buscar un amo a quien servir, por sólo que le diese estudio. Preguntáronle si sabía leer; respondió que sí, y escribir también.

-Desa manera -dijo uno de los caballeros-, no es por falta de memoria habérsete olvidado el nombre de tu patria.

-Sea por lo que fuere -respondió el muchacho-; que ni el della ni del de mis padres sabrá ninguno hasta que yo pueda honrarlos a ellos y a ella.

-Pues, ¿de qué suerte los piensas honrar? -preguntó el otro caballero.

-Con mis estudios -respondió el muchacho-, siendo famoso por ellos; porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos.

Esta respuesta movió a los dos caballeros a que le recibiesen y llevasen consigo, como lo hicieron, dándole estudio de la manera que se usa dar en aquella universidad a los criados que sirven. Dijo el muchacho que se llamaba Tomás Rodaja, de donde infirieron sus amos, por el nombre y por el vestido, que debía de ser hijo de algún labrador pobre. A pocos días le vistieron de negro, y a pocas semanas dio Tomás muestras de tener raro ingenio, sirviendo a sus amos con tanta fidelidad, puntualidad y diligencia que, con no faltar un punto a sus estudios, parecía que sólo se ocupaba en servirlos. Y, como el buen servir del siervo mueve la voluntad del señor a tratarle bien, ya Tomás Rodaja no era criado de sus amos, sino su compañero.

Finalmente, en ocho años que estuvo con ellos, se hizo tan famoso en la universidad, por su buen ingenio y notable habilidad, que de todo género de gentes era estimado y querido. Su principal estudio fue de leyes; pero en lo que más se mostraba era en letras humanas; y tenía tan felice memoria que era cosa de espanto, e ilustrábala tanto con su buen entendimiento, que no era menos famoso por él que por ella.

(Miguel de Cervantes Saavedra)


Al río Tormes

La Facultad tenía en su puerta un obituario,
derrotados/especulamos

                        ¿habrá sido un poeta niño o un niño poeta?

no extraña [a la gente de Anaya] la desaparición de los hombres y mujeres que visitan
aquellas páginas de ruido y furia.

Coinciden todas nuestras muertes y pronto desaparecerás, río viejo,
abrazado a tus profesores suicidas/
        
        dicen que encontraron sus zapatos tiritando de frío
        por tu ribera

dos veces rota la flor del agua &&&&&&&& *
ese día (o noche)

        aprendí de memoria tu sentencia:
        vivimos &&&&& morimos

&&&&&&& los pasos lejos del cuerpo.

* Ejercicio de memoria en homenaje a Aníbal Núñez, poeta salmantino.

(Sofía Crespo Madrid)




El estudiante de Salamanca
(fragmento)

Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta. 
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río,
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias.
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.

(José de Espronceda)


Romance del río Tormes

¡Qué despacio cruza el Tormes
al llegar a Salamanca!
la catedral se estremece
en el espejo del agua.
¡Qué solemne baja el río!
¡qué hermoso en la madrugada!
es, como un grandioso espejo
todo cubierto de plata.
De noche, cuando las sombras
resurgen como fantasmas
y las estrellas del cielo
tiemblan de frío y de escarcha,
se escucha un rumor de viento
al sonido de campanas,
que hasta los olmos suspiran,
y hasta las alondras cantan.
Luego, llega un gran silencio,
y murmurando en voz baja,
solloza, porque se aleja
de su amada Salamanca.
¡Qué tranquilo se ve el río
antes de romper el alba!
en su espejo cristalino,
en la noche perfumada,
se observa casi dormida
la ciudad iluminada.
Se oye croar en los juncos
un sonsonete de ranas,
que en los remansos perdidos
se ocultan bajo las charcas.
Pero no cantan al río,
tampoco a la luna clara,
ni siquiera a los luceros,
ni aquella estrella lejana,
cantan, la inmensa belleza
de una ciudad coronada,
que resplandece en la orilla
de belleza y de elegancia.
¡Qué despacio fluye el Tormes
al llegar a Salamanca!
despertando el nuevo día,
la claridad lo acompaña,
y allí, sobre la corriente,
la luna llena se apaga,
ocultándose en el cielo
con las estrellas cansadas.
¡Qué despacio cruza el Tormes
al llegar a Salamanca!
la catedral se estremece
al reflejo de sus aguas.
¡Qué solemne baja el río!
¡qué hermoso en la madrugada!
es, como un grandioso espejo
todo cubierto de plata.

(Juan A Galisteo Luque)




El manuscrito de nieve
(fragmento)

Al día  siguiente, fue Fernando de Rojas a visitar a su amada Sabela, que seguía ejerciendo en la Casa de la Mancebía. Por lo general, se veían tres o cuatro veces a la semana durante unas horas, siempre a eso del mediodía. Dado que, por el momento, él no tenía ningún medio de subsistencia fuera del Colegio Mayor de San Bartolomé, ella se negaba a abandonar el prostíbulo. Según decía, prefería trabajar de meretriz a servir en una casa de la ciudad o a vivir de tapadillo. Ese día, después de holgar, se fueron a comer a unan taberna que había junto al río, cerca del puente, abastecida de toda clase de peces recién pescados en las aguas del Tormes, entre los que no faltaban las truchas, los barbos, las rubias y las anguilas.

-Te noto preocupado -comenzó a decir Sabela, mientras esperaban la comida- , y un poco ausente.

-Debo confesarte -admitió Rojas- que ando metido en otro asunto.

-¿Qué quieres decir? -preguntó ella con cierta inquietud.

-Veras, antes de anoche... encontraron el cadáver de un estudiante de la Universidad y el maestrescuela me ha pedido que lo ayude a descubrir al que lo mató.

-¿Y tú has aceptado? -preguntó Sabela.

-No me ha quedado más remedio, créeme, aunque sólo sea por lealtad al Estudio.

-Entonces, ¿no escarmentaste con lo de la otra vez?

-Gracias a ello nos conocimos ¿o es que no te acuerdas? -intentó justificarse Rojas.

(Luis García Jambrina)





Atardece sobre el río Tormes en Salamanca
(para el óleo de Jerónimo Calvo)

Una ciudad y su río,
entrañable convivencia
que a lo largo de los siglos
forma parte de su esencia.
Algunas veces ha sido
por circunstancias adversas,
cuando su cauce crecido
inundaba las riberas;
pero también es festivo
espacio tras la Cuaresma,
del Lunes de Aguas testigo
en las tardes de merienda.
¡Cuántas veces se ha sentido
protagonista en la escena,
como paisaje elegido
por cámara o por paleta!
¡Y cuántos versos vertidos
desde el alma de poetas
y cuántos relatos vivos
entre cuentos y novelas!
Jerónimo se ha subido
al puente de Enrique Estevan
para plasmarlo en un hito
en óleo en vez de acuarela.

(José García Velázquez)




Muerto me lloró el Tormes en su orilla…

Muerto me lloró el Tormes en su orilla,
en un parasismal sueño profundo,
en cuanto don Apolo el rubicundo
tres veces sus caballos desensilla.

Fue mi resurrección la maravilla
que de Lázaro fue la vuelta al mundo,
de suerte que ya soy otro segundo
Lazarillo de Tormes en Castilla.

Entré a servir a un ciego, que me envía,
sin alma vivo, y en un dulce fuego,
que ceniza hará la vida mía.

¡Oh qué dichoso que sería yo luego,
si a Lazarillo le imitase un día
en la venganza que tomó del ciego!

(Luis de Góngora)




Laurel de Apolo
Silva III

(fragmento)

Tormes de blancos álamos ceñido,
que le sirven de sombra, y él a ellos
de espejo claro y puro
sobre pizarras frágiles tendido
corriéndole cristales los cabellos,
con que de Salamanca ilustra el muro
cuyas Islas de arena
canté llorando mi amorosa pena,
que tanto me costó buscar su olvido,
estudiante dé amor en sus riberas,
mas que de sus escuelas celebradas,
flores del tiempo en nieve transformadas,
hibierno ya de verdes primaveras;
pues del tiempo perdido
solo queda quedar arrepentido.
Tormes en fin a Cespedes propone,
cuyos cespedes eran fundamento,
que a propagar dispone
el fértil elemento
para el Laurel tan digno de su frente.

(Félix Lope de Vega y Carpio)


Romanza del Lunes de Aguas
(fragmento)

al llegar al octavo día
tras el Domingo de Pascua,
contínuase celebrando
tradición tan ilustrada
y en las riberas del Tormes,
en las dehesas y campas,
en los bosques y praderas
de toda la tierra charra,
allí júntanse las gentes
a festejar la jornada
y sigue siendo el hornazo
el rey de toda quedada.

(Armando Manrique Cerrato)


Entre visillos
(fragmentos)

Una tarde, poco antes de empezar el curso, hizo un sol hermoso y me fui de paseo al río. Había comido dos bocadillos en una taberna del arrabal y bebido casi un litro de un vino buenísimo. Estaba alegre sin saber el motivo. Veía los colores de todas las cosas con un brillo tan intenso que me daba pena pensar que se apagaría. La ciudad me parecía muy hermosa y excitante en su paz, hecha de trozos de todas las ciudades hermosas que había conocido. Me apoyé un rato bastante largo en la barandilla de piedra del Puente y me estuve allí, con los ojos medio cerrados, el sol en la nuca, oyendo los gritos de unos niños que se bañaban en la aceña. Luego me entró sueño y quise ir a tumbarme un rato en la orilla de allá del río, donde estaban paradas las barcas cuadradas que sacaban arena.

Desde el pretil de la carretera, antes de saltarlo para bajar a la orilla, vi una chica tumbada entre sol y sombra y cuando ya bajaba la cuestecilla hacia el lugar donde ella estaba, se incorporó al ruido de mis pasos, y vi que era Elvira. No me extrañó ni me produjo timidez, como me hubiera ocurrido en otro momento. Estaba un poquito borracho y todo lo reconocía y me lo apropiaba apenas mirado, todo eran acontecimientos necesarios e inevitables. Encontrar a Elvira era igual que ver la torre de la catedral de color tostado y azul dentro del río, igual que ir bajando con cuidado aquella cuesta, y sentir el ruido de un coche en la carretera. Llegué hasta donde estaba y la saludé con toda naturalidad, como si nos hubiéramos visto el día anterior y otros días de atrás, y siempre; como si todo lo supiéramos el uno del otro. Me senté cerca de ella, sin pedirle permiso, y la miré.

-Vuélvase a tumbar, si estaba cómoda -le dije-. Yo también traía la idea de tirarme por aquí y quizá dormir. Es bueno este sitio, precisamente éste. La he visto desde arriba y he pensado: “Me lo ha quitado esa muchacha”, pero podemos estar los dos. Casi nunca hay nadie por aquí; otras veces que he venido.

(...)

Le pregunté que por qué no hacía ella diario y dijo que no me enfadara, pero que le parecía cosa de gente desocupada, que ella cuando no estudia le tiene que ayudar a la madrastra a hacer la cena y a ponerle bigudís a las señoras. Otro día le hablé del color que se le pone al río por las tardes, que si no le parecía algo maravilloso, a la puesta del sol, y me contestó que nunca se había fijado. 

-¿Pero cómo puede ser? ¿No se ve el río desde tu ventana? 

-Pues, sí. Pero nunca me he fijado. A mí me parece tan natural que ni me fijo. Un río como otro cualquiera. Agua que corre.

(Carmen Martín Gaite)




La flor del Zurguén

Parad, airecillos,
y el ala encoged,
que en plácido sueño
reposa mi bien.

Parad y de rosas
tejedme un dosel,
do del sol se guarde
la flor del Zurguén.

Parad, airecillos,
parad, y veréis
a aquella que ciego
de amor os canté,

a aquella que aflige
mi pecho crüel,
la gloria del Tormes,
                            la flor del Zurguén.

(Juan Meléndez Valdés)




A orillas del Tormes

A orillas del Tormes duermen las ánimas,
en los chopos teje el viento
sonetos y redondillas.
Salamanca está viva:
borda sueños oscuros, siglos de piedra,
guarda lágrimas
y cristales transparentes,
calles a las que nadie ha dedicado una palabra;
el aire trae recuerdos
de pasados amores,
arranca lágrimas la pasión de otros tiempos,
conmueve el eco de las campanas
del convento de las Úrsulas.
Es tarde para soñar de nuevo,
las cosas mueren, la gente olvida.

(José Manuel Pérez)


Salmátidas
(fragmento)

Disponiéndose a atacar Aníbal Barca, antes de emprender la guerra contra los romanos, a Salmatiké, ciudad grande de Iberia, llenos de temor los asediados en un principio, prometieron hacer cuanto se les ordenara y dar a Aníbal trescientos talentos de plata y trescientos rehenes. Y habiendo levantado aquél el cerco, cambiando de parecer no hicieron nada de lo que habían prometido. Habiendo vuelto en consecuencia Aníbal nuevamente y habiendo ordenado a sus soldados poner mano a la ciudad, con saqueo de sus riquezas, asustándose los bárbaros, completamente se avinieron a salir con un solo vestido los libres, abandonando las armas, las riquezas, los esclavos y la ciudad. Pero las mujeres, creyendo que los enemigos cachearían a cada uno de los hombres al salir, pero que a ellas no las tocarían, llevando puñales ocultos salieron acompañando a los hombres. Y habiendo salido todos, Aníbal, poniendo una guardia de masaisylios, los mantuvo reunidos en el arrabal, y los demás, lanzándose en desorden, saquearon la ciudad. Y hechas presas muy pingües los masaisylios no pudieron contenerse viéndolas, ni prestaron atención a la guardia, sino que se enfadaron y se fueron a participar del botín. Pero en esto las mujeres, animando a voces a los hombres, les dieron las armas y algunas incluso, por sí mismas, atacaron a los de la guardia, y una, hasta quitándole la lanza a Banón, el intérprete, lo hirió, si bien tenía puesta la coraza; y de los demás, habiendo herido a unos y hecho huir a otros, los bárbaros huyeron en compañía de sus mujeres. Mas, enterado Aníbal y puesto en su persecución, a los que se quedaron atrás los apresó; pero los demás, metiéndose en los montes, se escaparon rápidamente, y después, habiendo mandado una embajada de súplica, consiguiendo la impunidad y misericordia fueron repuestos por Aníbal en la ciudad.

(Plutarco)




El Tormes

Iba Gerardo Diego presuroso, cercano,
por las limpias orillas del Tormes en una madrugada.
Era septiembre entonces, mil novecientos setenta y cinco,
año de desconsuelo y nubes, año de nubes y esperanza.
Había una ciudad intensa con su invierno habitable.
Poetas y silencios caminaban pacíficos, apresando
inconscientes y alegres el vuelo palomas, vencejos.
Las poderosas aves, los reducidos pájaros, acudían
ansiosos al caudaloso río, llegaban a sentirse mecidos
por las tranquilas aguas. Los paseantes líricos
escuchaban atentos a quien andando habla, responde.
Gerardo Diego recordaba otro río gigante,
al maestro Machado y las nubes de Soria…
(“Río Duero, río Duero/nadie a acompañarte baja, /
nadie se detiene a oír / tu eterna estrofa de agua”).

(Manuel Quiroga Clérigo)


Anochecer junto al Tormes

Con su concierto de flautas
por la orilla del río,
vagan, sombres legendarias,
Vidrieras y Lazarillos.

En el espejo de miran
entre embrujos y delirios
de luminarias barrocas, l
las dos catedrales, cirios
de dorada cera gótica
a romanceados frisos.

Enhebran sartas de perlas
los ojos adormecidos
del Puente Romano. Montan
su centinela de ruidos,
gigantescos, pavorosos
los chopos, enhiestos míticos
alanceadores de vientos,
de niebla y anochecidos.

Por la cueva de la Múcheris
andrajo de viejos mitos,
un perro ladra medroso
asustando en sus ladridos
timideces desusadas
de galanes atrevidos.

Jinetes en alazanes
de goces apetecidos
dos corazones cabalgan
la fresca orilla de rio.

Son los labios de la moza
bebiéndose enardecidos
los alientos varoniles
espuelas de su apetito…
y acariciando turgentes
claveles enrojecidos
se abrasa en la llama el mozo
del encanto femenino.
Desde la Torre del Gallo
lanza la luna su guiño.

La dicha se va gritando
con los rumores del río.

Ríe chocha Celestina
entre sus sucios colmillos.
Entre el cristal de las aguas
batidas entre los guijos
el Tormes se bebe lágrimas
de ajuelos enrojecidos.

(Primo Andrés Ramos González)





El río también cuenta

Del seno maternal, claustro de Gredos;
bajo el Moro Almanzor, soy primer paso;
y, más a septentrión, es, Garcilaso,
quien me hace lira, al duende de sus dedos.

Teresa de Jesús borra los miedos
-que incendia, un Alba- con su dulce ocaso.
En La Flecha, Fray Luis de León, me hace Parnaso
y un otra, Salamanca, en mis remedos.

Meléndez y el Zurguén son hontanares.
Después mi tajo, en roca ledesmina
y a cabalgar, del Duero, en los hijares.

Pero dejé, prendido, en mi retina,
que, tras el puente, soy La Celestina
y pícaro, en la aceña de Tejares.

(Jesús/Ricardo Rasueros)




La Celestina
(fragmento)

CELESTINA.- De Dios seas perdonada, que buena compañía me queda. Dios la deje gozar su noble juventud y florida mocedad, que es el tiempo en el que mayores placeres y más agradables deleites se alcanzan. (Quejándose.) La vejez es mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, vecina de la muerte, choza sin ramas que por todas partes gotea, cayado de mimbre que con poca carga se doblega.

MELIBEA.- Pues, si es así, gran pena tendrás por la edad que perdiste. ¿Querrías volver a la primera?

CELESTINA.- Loco es, señora, el caminante que, enojado del trabajo del día, quiere volver a iniciar la jornada para tornar de nuevo a aquel lugar.

MELIBEA.- Siquiera por vivir más es bueno desear lo que digo.

CELESTINA.- Nadie es tan viejo que no pueda vivir un año, ni tan mozo que no pueda morir hoy mismo. Así que en esto poca ventaja nos lleváis.

MELIBEA.- Espantada me tienes con lo que dices. Dime, madre, ¿eres tú Celestina, la que vivía en las tenerías, cabe el río?

CELESTINA.- Señora, hasta que Dios quiera.

MELIBEA.- No te habría conocido sino por la señal de la cara. Recuerdo que eras hermosa. Otra pareces. Estás muy cambiada.

(Fernando de Rojas)


Al Tormes

Desde Gredos, espalda de Castilla,
rodando, Tormes, sobre tu dehesa
pasas brezando el sueño de Teresa
junto á Alba la ducal dormida villa.

De la Flecha gozándote en la orilla
un punto te detienes en la presa
que el soto de Fray Luis cantando besa
y con tu canto animas al que trilla.

De Salamanca cristalino espejo
retratas luego sus doradas torres,
pasas solemne bajo el puente viejo

de los romanos y el hortal recorres
que Meléndez cantara. Tu consejo
no de mi pecho, Tormes mío, borres.

(Miguel de Unamuno)





Égloga II
(fragmento)

Nemoroso
Escucha, pues, un poco lo que digo;
contaréte una ’straña y nueva cosa
de que yo fui la parte y el testigo.
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera,
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera;
allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura,
no tanto por la fábrica estimadas,
aunque ’straña labor allí se vea,
cuanto por sus señores ensalzadas.
Allí se halla lo que se desea:
virtud, linaje, haber y todo cuanto
bien de natura o de fortuna sea.
Un hombre mora allí de ingenio tanto
que toda la ribera adonde él vino
nunca se harta d’escuchar su canto.
Nacido fue en el campo placentino,
que con estrago y destrución romana
en el antiguo tiempo fue sanguino,
y en éste con la propia la inhumana
furia infernal, por otro nombre guerra,
le tiñe, le rüina y le profana;
él, viendo aquesto, abandonó su tierra,
por ser más del reposo compañero
que de la patria, que el furor atierra.
Llevóle a aquella parte el buen agüero
d’aquella tierra d’Alba tan nombrada,
que éste’s el nombre della, y d’él Severo.
A aquéste Febo no le´scondió nada,
antes de piedras, hierbas y animales
diz que le fue noticia entera dada.
Éste, cuando le place, a los caudales
ríos el curso presuroso enfrena
con fuerza de palabras y señales;
la negra tempestad en muy serena
y clara luz convierte, y aquel día,
si quiere revolvelle, el mundo atruena;
la luna d’allá arriba bajaría
si al son de las palabras no impidiese
el son del carro que la mueve y guía.
Temo que si decirte presumiese
de su saber la fuerza con loores,
que en lugar d’alaballe l’ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
con un tan eficaz remedio cura
cual se conviene a tristes amadores;
en un punto remueve la tristura,
convierte’n odio aquel amor insano,
y restituye’l alma a su natura.
No te sabré dicir, Salicio hermano,
la orden de mi cura y la manera,
mas sé que me partí d’él libre y sano.

(Garcilaso de la Vega)


lunes, 28 de abril de 2025

Conmemorando, una vez más, la Segunda República


El pasado jueves, 24 de abril,  Izquierda Unida de Barbate volvió a organizar un acto conmemorativo de la Segunda República. Como ya ocurrió el año anterior, además de lo propiamente político, donde la alusión a la historia y la memoria juegan un papel importante, se añadió una faceta cultural a través de la literatura y la música. No faltó tampoco un recordatorio de Barbate y de quienes sufrieron la represión del 
 fascismo en cualquiera de las formas, y especialmente quienes entre 1936 y 1937 fueron asesinados.

Se contó con la colaboración del grupo de teatro La Aurora, tres de cuyos componentes leyeron los textos literarios, y con Manolo Relinque, que diseñó el cartel anunciador.  



Durante la hora que duró el acto, las imágenes estuvieron acompañando a las palabras y la música, pudiéndose ver, a modo de ilustración, personajes y situaciones del momento.

La portada de la presentación de imágenes es un guiño al profesor y artista Luis Valverde Luna, autor del cartel del acto que IU organizó en 2006. Su recuerdo, por tanto, honra la trayectoria de un grupo de personas que lleva más de tres décadas de presencia en Barbate, aportando con su esfuerzo lo mejor que tiene.


Haciendo un poco de historia

La proclamación de la República el 14 de abril de 1931 fue un acto político extraordinario, después que se fuera tomando conciencia por amplios sectores de la población de lo ocurrido en las elecciones municipales del día 12: el triunfo de las candidaturas republicanas y socialistas en la mayoría de las capitales y ciudades más pobladas del país, precisamente donde la influencia del caciquismo estaba menos presente. Fracasó, así, lo que había sido una operación política por parte de quienes habían gobernando tras el golpe militar de septiembre de 1923. Agotada la dictadura, y con ella la monarquía, la oligarquía buscaba legitimarse de nuevo para seguir ostentado el  poder.



Éibar, de madrugada, fue la primera ciudad donde el Ayuntamiento proclamó la República y desde ese momento se fue haciendo lo mismo de una manera sucesiva en las ciudades y pueblos de buena parte de la geografía española. La alegría popular se erigió en uno de los rasgos más llamativos de la jornada, con una presencia masiva de la gente en las calles y plazas, que gritaban y cantaban para hacer valer que comenzaba un nuevo tiempo.  

La audición de la copla “Chiclanera”, interpretada por Carlos Cano, ilustró musicalmente ese ambiente. Como en su día nos recordó el artista granadino, que reivindicó ese género en el álbum Quédate con la coplaesa canción se convirtió en una especie de himno republicano popular en muchos lugares de Andalucía y, sobre todo, en la provincia de Cádiz. 
 
Proclamada la República, se procedió a la elaboración de una nueva Constitución, después que el 28 de junio las candidaturas de la conjunción republicano-socialista triunfaran de una manera aplastante en las elecciones convocadas para tal fin. El texto, finalmente aprobado el 9 de diciembre, sentó las bases de un sistema democrático, quizás el más avanzado de la Europa de ese periodo, en el que se estableció la supeditación de la economía al interés general, se dio origen a la descentralización administrativa, se estableció un estado laico, se equiparon jurídicamente hombres y mujeres, se hizo de la educación y la cultura dos de sus pilares...

En el proceso de elaboración de la Constitución no faltaron contradicciones, como el comportamiento de amplios sectores del republicanismo, que se opusieron al voto de las mujeres argumentando que "no era el momento", ya que se corría el peligro -decían- que votaran en masa a los grupos monárquicos. Una postura que, sorprendentemente, también mantuvieron Victoria Kent, del Partido Republicano Radical-Socialista, y Margarita Nelken, del PSOE. Kent, que como Directora General de Prisiones se había convertido en la primera mujer que ostentó un alto cargo en el gobierno, mantuvo un arduo debate con Clara Campoamor, del Partido Republicano Radical, que defendió el derecho de voto. Suyas fueron las palabras que se reproducen en la imagen siguiente:


La incorporación de las mujeres a la vida pública, fuera política, profesional o cultural, se fue haciendo una realidad cada vez más palpable. Fueron aflorando más que nunca como diputadas, dirigentes políticas, escritoras, artistas, enseñantes, periodistas, deportistas, estudiantes universitarias etc. Y, a la vez que aumentó la escolarización en general, lo hizo de una manera especial la de las mujeres, tradicionalmente las más castigadas por el analfabetismo.  


La creación literaria en el año 1935 

La segunda parte del acto se centró en la lectura de varios textos literarios que, en forma de poesía y teatro, se escribieron o publicaron en 1935. Obras de la historia literaria española que, en su mayoría, son bastante conocidas. 

A la vez, se hizo un homenaje a Salvador Bacarisse, músico  contemporáneo de la generación de escritores y escritoras de esos años, y que sufrió el exilio, uno de los dramáticos sinos con que se castigó a partir de 1939 a buena parte de esos hombres y mujeres. Fruto de su trabajo fue la musicación de poemas de, entre otros, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti o Luis Cernuda. En el acto escuchamos la "Romanza", del Concertino para guitarra y orquesta en la menor, opus 72, que, aunque compuesta en 1957, deja constancia de su recuerdo de lo que fueron esos años.  


La lectura de los textos literarios, declamados magníficamente, corrió a cargo de Sergio Román, Cati Díaz y José Versaci.  

Se fueron sucediendo, así, Vicente Aleixandre, con su poema "Hija del mar", de La destrucción o el amorAlejandro Casona, con fragmentos de la obra de teatro Nuestra Natachacuya protagonista, la primera doctora en Pedagogía, emprende con valentía la ardua tarea de dirigir el Reformatorio de Damas Azules. Rafael Alberti, con el fragmento final de "Yo también canto a América", tan cargado de actualidad, incluido en Bandas y 48 estrellas. Poema del mar Caribe; un libro escrito con motivo del viaje que ese mismo año realizó junto a María Teresa León a los países del entorno del mar CaribeFederico García Lorca, con fragmentos de Doña Rosita, la soltera, o El lenguaje de las flores, una reflexión sobre la forma idealizada y alienada de concebir el amor para las mujeres; ese prolífico escritor granadino que en ese mismo año  nos dejó Llanto por Ignacio Sánchez MejíasSonetos del amor oscuro y Seis poemas galegos, este último escrito en gallego y castellano. Luis Cernuda, con unos versos de su poemario Invocaciones"Las estatuas de los dioses". Concha Méndez, con fragmentos de su bella pieza de teatro infantil El carbón y la rosa, en la que se plantea la necesidad de aceptar las diferencias, romper con lo establecido, abrirse al mundo… Miguel Hernández, con la emotiva "Elegía" que dedicó a su amigo Ramón Sijé, "a quien tanto quería", y que en el año siguiente incluyó en El rayo que no cesa).

No se leyeron, por la limitación del tiempo, textos de otras dos obras: "Liberación de octubre", de María Teresa León, incluido en el libro Cuentos de la España actual; y el fragmento final de la novela Mr. Witt en el Cantón, de Ramón J. Sender, con la Cartagena del año 1873 como trasfondo. Los dos textos, no obstante, pueden leerse en el anexo final  de la entrada. 
 

Un recuerdo de los barbateños asesinados por el fascismo 

No faltó dedicar un momento a aquellas personas que sufrieron la represión fascista en cualquiera de sus formas, con una especial dedicación a aquellos vecinos de Barbate, Zahara de los Atunes y San Ambrosio que perdieron la vida entre 1936 y 1937: los hermanos Juan y Manuel Caro Marín, Francisco Braza Basallote, Manuel Abel Romero, Francisco Tato Anglada, Antonio Oliva Ramírez, Juan Porta Crespo, Francisco Domínguez Benítez, Francisco López Ramírez, José Melero Ladrón de Guevara, y los hermanos Francisco y José Utrera Rivera. 



Para ello se leyó el poema “La tumba de Tato”, que el poeta barbateño Francisco Malia Sánchez dedicó a uno de ellos. 

La despedida se hizo con la audición del Himno de la República, que en esta ocasión pudimos ver a través de la interpretación llevada a cabo en 2013 por  la Banda Municipal de Tolosa. 

Un nuevo homenaje, en fin, a unos años en los que, más allá de las contradicciones habidas, se pusieron de manifiesto cosas como la emancipación, la autoestima o la conciencia de sentirse como personas, sobre todo entre quienes hasta entonces habían sido olvidadas. 


Anexo: los textos

"Hija del mar"



Muchacha, corazón o sonrisa,
caliente nudo de presencia en el día,
irresponsable belleza que a sí misma se ignora,
ojos de azul radiante que estremece.

Tu inocencia como un mar en que vives
qué pena a ti alcanzarte, tú sola isla aún intacta;
qué pecho el tuyo, playa o arena amada
que escurre entre los dedos aún sin forma.

Generosa presencia la de una niña que amar,
derribado o tendido cuerpo o playa a una brisa,
a unos ojos templados que te miran,
oreando un desnudo dócil a su tacto.

No mientas nunca, conserva siempre
tu inerte y armoniosa fiebre que no resiste,
playa o cuerpo dorado, muchacha que en la orilla
es siempre alguna concha que unas ondas dejaron.

Vive, vive como el mismo rumor de que has nacido;
escucha el son de tu madre imperiosa;
sé tú espuma que queda después de aquel amor,
después de que, agua o madre, la orilla se retira.

(Vicente Aleixandre, La destrucción o el amor).


Nuestra Natacha
(fragmentos)



ESCENA XI
NATACHA Y LALO


Lalo: ¿Adónde va ese loco?

Natacha: ¡Hacia la vida!

Lalo: ¿Hacia la vida? Pues con esas gafas y esa manera de correr, como se le ponga un árbol delante, no llega.

Natacha: La que se le ha puesto delante es Flora.

Lalo: Ah, ya...

Natacha: ¡Otro que se nos va! (Pausa).

Lalo: Y tú... ¿cuándo?

Natacha: Yo tengo que terminar aquí mi obra. Les he prometido a estos muchachos una vida libre, y lo cumpliré. Cuando puedan tenerla, cuando esta granja sea suya, yo buscaré también mi camino.

Lalo: ¿Y si esa vida libre la tuvieran ya?

Natacha: ¿Qué quieres decir?

Lalo: Tengo una cosa que entregarte como despedida (Saca un documento de su cartera). Es el acta de cesión a nombre de ellos. La granja es suya.

Natacha: ¡No!

Lalo: ¿Qué era para mí esta tierra? Una ruina abandonada. La doy a los que han sabido trabajarla.

Natacha: Pero eso no puede ser... ¡No lo harás! ¿No ves que sería echarlo todo a rodar? Yo he venido aquí a hacer una obra de educación. No quieras reducirla a una obra de misericordia. Piénsalo bien, Lalo; un esfuerzo más, y ganarán por sí mismos lo que tú ibas a darles hecho. ¿Has visto la emoción que han sentido hoy al comer su pan? Nunca lo habían sentido con el pan del Reformatorio. Dame. (Toma el documento). Hagamos hombres libres, Lalo. Los hombres libres no toman nada ni por la fuerza, ni de limosna. ¡Que aprendan a conseguirlo todo por el trabajo! (Rompe el documento).

Lalo: Está bien, Natacha..., está bien. Pero si ellos lo supieran, ¿les parecería lo mismo?

Natacha: Hoy, quizás no; están empezando. Algún día me lo agradecerán.

Lalo: Entonces... ¿hasta cuándo?

Natacha: ¿Os vais ya? Despídeme de todos... yo no podría ahora. Y que no haya tristeza delante de los muchachos. Vosotros erais el alma... Que no sepan qué amargo va a ser el trabajo a partir de mañana.

Lalo: ¿Y cómo dejarte así? ¡No, Natacha! Di una palabra y me quedo.

Natacha: No puedo todavía. Espera. Vosotros tenéis vuestra vida lejos. Yo tengo aquí la mía.

Lalo: ¿Tan poca cosa soy para ti?

Natacha: Más de lo que piensas. ¿A qué vendría ocultarlo ahora? Aquí he aprendido a conocerte; aquí te he visto el alma hasta el fondo. Te he visto luchar como lucha un hombre delante de una mujer... Te quiero, Lalo.

Lalo: ¡Natacha!...

Natacha: Pero déjame terminar mi obra. Necesito todas mis fuerzas para ella. Estos muchachos irán encontrando su camino, y volarán libremente. Aquí quedará Marga. (Marga, acompañada de Juan, pasa por la ventana de fondo). Mírala... Tampoco Marga quedará sola. Cuando esta granja sea suya, y para ese niño que ha nacido en ella, entonces seré yo la que vaya humildemente a tu puerta a preguntarte: ¿Me quieres todavía?

Lalo: ¡Te esperaré siempre!

Natacha: Gracias, Lalo... Hasta entonces. (Le besa las manos. Sale. Pausa. Entra don Santiago).

ESCENA XII
NATACHA Y DON SANTIAGO. LUEGO, MARIO.

Don Santiago: Va a arrancar el automóvil. ¿No sales?

Natacha: Lalo me despedirá de todos...

Mario: Perdóname... Te había prometido quedarme... Pero yo entonces no sabía...

Natacha: No tienes que decirme nada. Quiérela mucho, Mario. Es una gran muchacha.

Mario: ¿Pero tú sabes? ¡Soy feliz! Te regalo los escorpiones rubios. Vigílalos de noche, y escríbeme lo que haya. ¡Don Santiago!... Adiós, Natacha... Soy feliz, feliz... (Sale.)

Don Santiago: ¿También Mario se va?

Natacha: También. ¿Usted?...

Don Santiago: Yo no; ya lo saben. ¿No me necesitas ahora contigo?

Natacha: (Le estrecha las manos). Gracias. ¡Qué amargo es esto, tío Santiago! Sentir cómo el amor estalla a nuestro alrededor por todas partes, y cuando una vez nos llama, tener que responderle: espera, no he terminado todavía...

Don Santiago: Lalo sabrá esperar. Lo recordaremos juntos... (Se oye, lenta y triste, la canción de los estudiantes). ¡Ya se van! (Se asoman los dos y responden con un gesto de despedida. La voz de Lalo llega desde lejos).

Voz de Lalo: ¡Natacha! (Ella, en una repentina crisis de llanto, se retira escondiendo el rostro entre las manos).

Don Santiago: Natacha, hija...

Natacha: No puedo... Creí que era más fuerte.

Don Santiago: Pobre pequeña..., estás temblando...

Natacha: Temblando, tío Santiago. Con lágrimas y son gloria... ¡Pero estoy en mi puesto!

TELÓN FINAL

(Alejandro Casona).


"Yo también canto a América"
(fragmento final)



Yo también canto a América, viajando
con el dolor azul del mar Caribe,
el anhelo oprimido de sus islas,
la furia de sus tierras interiores.

Que desde el golfo mexicano suene
de árbol a mar, de mar a hombres y fieras
como oriente de negros y mulatos,
de mestizos, de indios y criollos.

Suene este canto, no como el vencido
letargo de las quenas moribundas,
sino como una voz que estalle uniendo
la dispersa conciencia de las olas.

Tu venidera órbita asegures
con la expulsión total de tu presente.
Aire libre, mar libre, tierra libre.
Yo también canto a América futura.

(Rafael Alberti, Bandas y 48 estrellas. Poema del mar Caribe).


Doña Rosita, la soltera, o El lenguaje de las flores
(fragmentos)



Rosita (arrodillada delante de su tía): Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando cosas que estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca. Yo lo sabía todo. Sabía que él se había casado; ya se encargó un alma caritativa de decírmelo, y todo este tiempo he estado recibiendo sus cartas con una ilusión llena de sollozos que aún a mí misma me asombraba. Si la gente no hubiera hablado; si vosotras no lo hubierais sabido; si no lo hubiera sabido nadie más que yo, sus cartas y su mentira hubieran alimentado mi ilusión como el primer año de su ausencia. Pero lo sabían todos y yo me encontraba señalada por un dedo que hacía ridícula mi modestia de prometida y daba un aire grotesco a mi abanico de soltera. Cada año que pasaba era como una prenda íntima que arrancaran de mi cuerpo. Y hoy se casa una amiga y otra y otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de examen, y hacen casas nuevas y canciones nuevas, y yo igual, con el mismo temblor, igual; yo, lo mismo que antes, cortando el mismo clavel, viendo las mismas nubes; y un día bajo al paseo y me doy cuenta de que no conozco a nadie: muchachos y muchachas me dejan atrás porque me canso, y uno dice: “ahí está la solterona”; y otro, hermoso, con la cabeza rizada, que comenta: “a esa ya no hay quien le clave el diente”. Y yo lo oigo y no puedo gritar, sino vamos adelante, con la boca llena de veneno y con unas ganas enormes de huir, de quitarme los zapatos y no moverme más, nunca más, de mi rincón.

Tía: ¡Hija! ¡Rosita!

Rosita: Ya soy vieja. Ayer le oí decir al Ama que todavía podía yo casarme. De ningún modo. Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi sangre, con quien quise y… con quien quiero. Todo está acabado… y sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto y me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Quiero huir, quiero no ver, quiero quedarme serena, vacía… ¿es que no tiene derecho una pobre mujer a respirar con libertad?. Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que apretara sus dientes por última vez.

(…)

Tía: Te has aferrado a tu idea sin ver la realidad y sin tener caridad de tu porvenir

Rosita: Soy como soy. Ahora lo único que me queda es mi dignidad. Lo que tengo por dentro lo guardo para mí sola.

(…)

Yo sé que los ojos los tendré siempre jóvenes, y sé que la espalda se me irá curvando cada día. Después de todo, lo que me ha pasado les ha pasado a mil mujeres.

(Federico García Lorca).


"Las estatuas de los dioses"



Hermosas y vencidas soñáis,
vueltos los ciegos ojos hacia el cielo,
mirando las remotas edades
de titánicos hombres,
cuyo amor os daba ligeras guirnaldas
y la olorosa llama se alzaba
hacia la luz divina, su hermana celeste.

Reflejo de vuestra verdad, las criaturas
adictas y libres como el agua iban;
aún no había mordido la brillante maldad
sus cuerpos llenos de majestad y gracia.
En vosotros crecían y vosotros existíais;
la vida no era un delirio sombrío.

La miseria y la muerte futuras,
no pensadas aún, en vuestras manos
bajo un inofensivo sueño adormecían
sus venenosas flores bellas,
y una y otra vez el mismo amor tornaba
al pecho de los hombres,
como ave fiel que vuelve al nido
cuando el día, entre las altas ramas,
con apacible risa va entornando los ojos.

Eran tiempos heroicos y frágiles,
deshechos con vuestro poder como un sueño feliz.
Hoy yacéis, mutiladas y oscuras,
entre los grises jardines de las ciudades,
piedra inútil que el soplo celeste no anima,
abandonadas de la súplica y la humana esperanza.

La lluvia con la luz resbalan
sobre tanta muerte memorable,
mientras desfilan a lo lejos muchedumbres
que antaño impíamente desertaron
vuestros marmóreos altares,
santificados en la memoria del poeta.

Tal vez su fe os devuelva el cielo.
Mas no juzguéis por el rayo, la guerra o la plaga
una triste humanidad decaída;
impasibles reinad en el divino espacio.
Distraiga con su gracia el copero solícito
la cólera de vuestro poder que despierta.

En tanto el poeta, en la noche otoñal,
bajo el blanco embeleso lunático,
mira las ramas que el verdor abandona
nevarse de luz beatamente,
y sueña con vuestro trono de oro
y vuestra faz cegadora,
lejos de los hombres,
allá en la altura impenetrable.

(Luis Cernuda, Invocaciones).


El carbón y la rosa
(fragmentos)



El Duende 1 (amigo del carbón, dirigiéndose al público): Duermen. Cuando alguien duerme yo vengo en busca del secreto de su sueño. Para mí no hay puertas cerradas, ni oscuridad, ni silencio. Puedo atravesar todos los muros, ver en todas las tinieblas, escuchar los menores sonidos. El sueño de la rosa lo siento en su perfume, y el sueño del carbón en su fuego. He venido para conocer otra vez el misterio del olor de una rosa y el misterio del calor de una llama.

(…)

Carbón: Si el jardinero se confunde y vierte el agua en la estufa y no en la maceta…

Rosa: Te hubieses apagado.

Carbón: Te equivocas. Me hubiese mantenido ardiendo porque en un descenso en la temperatura te hubiese perjudicado y yo sé todo lo que vales y lo que para mí eres para consentir tal cosa. Sí. Me hubiese mantenido ardiendo. La voluntad puede mucho. (La rosa ríe y coquetea, girando por la escena) ¿Te causa risa lo que dije?

Rosa: Me divierten tus pretensiones. Poco menos me has venido a decir que te debo la vida, o por lo menos mi salud. (Vuelve a reír]).

Carbón: Sí, ríe, ríe, ¿pero qué harías sin mi calor en este invernadero?

Rosa: ¿Y tú, siendo carbón, qué otra cosa puedes hacer que quemarte por mí?

Carbón: En el mundo hay muchos niños que tienen frío.

Rosa: ¡Pues vete con ellos!

(…)

Rosa: Yo vivía en el invernadero dejándome servir, llena de orgullo, de vanidad. Ahora esto ha de acabarse. ¡Todos a vivir al aire libre, sin encantamiento, en donde haya luz y flores, compañeras, y las brisas lleven música y olores!

(Concha Méndez).


"Elegía"



(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería).

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(Miguel Hernández, El rayo que no cesa).


"La tumba de Tato"


A Francisco Alvarado Tato, nieto, y familia.
Y a Jesús Montero Barrado.

La barbarie, la sinrazón, la oscura
negrura de lo vil y lo perverso,
lo atroz a contraluz y a contraverso,
lo contrahumano y lo contranatura.

Allí, a ras de suelo -solo, inmerso-;
quedaron sus huesos y su figura
en la desangelada sepultura
desafiando ella sola el universo.

Un grito de rabia y de lacerio,
de furia contenida y de arrebato,
el ánimo abatido y el gesto serio.

Vierte la sombra de un asesinato
el pálido ciprés del cementerio
sobre la tumba de Francisco Tato.

(Francisco Malia Sánchez, Azul y verde). 


Liberación de octubre
(fragmento final)



Balbuceaba de tal modo, que no acertaba a sentarse en sus propias sillas y en su propia casa. ¿Quién le mandaba meterse en todo aquello? La vista de Rosa le había vuelto al electricista sin importancia que hace instalaciones por su cuenta y cobra comisión por los conmutadores y el flexible.

—¿Adónde vas? ¿Adónde vamos? Habla.

Él no quería decir que era un compromiso de café. Compromisos de 5 de octubre. ¿Sería posible que tomasen el Poder los proletarios?

—¿Qué es esto que ocurre que no entiendo?

Ramón tampoco entendía bien. Se había comprometido a cortar las conducciones eléctricas. Por algunas casas debían suceder escenas parecidas. La vela de los trisagios seguía ardiendo.

—Nos han engañado y nos la tienen que pagar.

—¿Quién?

—Ellos, el Gobierno, ese que engaña siempre a los que tienen hambre.

Ramón no sabía muy bien adónde iba. Pero delante de Rosa tenía que aparentar. El timbre de la puerta les sorprendió como el silbido de una bala. Abrieron y entraron tres hombres y luego otros tres.

—Aquí nos han dicho que dejemos esto.

A la luz del cirio, brillaron los cargadores y las culatas. Rosa dio un grito agudísimo. Alguien se precipitó a cerrar el balcón. Ramón bajó la cabeza.

—Bueno, vamos.

—Camarada, ¿comprendes? Estos sacrificios se hacen solo un día. Tú eres un obrero desorganizado. No puedes comprender muchas cosas. Estamos unidos.

—Los anarquistas de Gijón mandan dos mil hombres.

—Los de la cuenca minera, veinte mil.

—Los de la fábrica de Trubia, cañones.

Solo Ramón no comprendía bien. Los jóvenes bromeaban al sujetarse las pistolas. Ramón hubiera dado algo por comprender mejor lo que sucedía aquella noche espesa como légamo. Parecía como si la aurora no pudiese llegar nunca.

—Estamos por la República. ¿No?

—Estamos por nuestra libertad.

¡Nuestra libertad quería decir tantas cosas para Ramón!

Cuando todos estuvieron preparados, besó a Rosa.

—¿Comprendes? Si toman el Poder, no está bien que nosotros nos quedemos sin nada.

Los más jóvenes marchaban, sin vacilar, a la muerte. Él, Ramón el electricista, no acertaba a seguirlos.

—Creo que debo ir.

Si Ramón no comprendía y la tibieza de su casa le volvía blando, si estaba aguardando que Rosa se interpusiese entre él y los fusiles, si le acariciaba la cabeza y se sentía atado a su pelo y a sus ojos pasivos y obedientes, Rosa comprendía muy bien. Rosa se precipitó en la revolución. Adivinaba que libertad quiere decir liberarse de la angustia del jornal miserable, de la espera de la muerte con los brazos cruza dos, día a día; el padre, de la azada; la madre, de los largos partos de las vecinas de su pueblo. Rosa adivinó que el hombre sentía miedo, notó que pretendía rescatarse en ella y por ella del gran silencio de la noche de octubre, deberle la vida. Ramón aguardaba una palabra para librarse de aquellos muchachos decididos que repetían a media voz consignas como jaculatorias al final de sus párrafos. Esperaba que Rosa lo hiciera nacer con un grito de sus entrañas sordas. Pero la mujer ni contestó. Ya no volvería a esperarle, ni se miraría al espejo, ni oiría el ruido de los cuchillos al guardarse, ni el agua última perdiéndose desaguada en la tierra. Alcanzó al camarada que llevaba los fusiles.

—Dame uno. Los revolucionarios no comprenden lo insólito.

—Ten.

La puerta se cerró tras ellos. Sobre la cómoda ardía siempre en la botella la vela de las tempestades. El grupo se perdió entre la tensión amarilla del amanecer. Era el 5 de octubre lo que clareaba. Debajo del farol, el borracho seguía tendido con una bocanada de vino tinto a la altura de la cabeza, como si fuera el primer muerto.

(María Teresa León, Cuentos de la España actual).


Mister Witt en el Cantón
(fragmento final)


Y sin esperar la respuesta, salió; preparó un baúl, y encargando a su marido que no aludiera para nada a la muerte de Yuste —que se enterara la muchacha por sí sola después—, esperó que llegara la tartana que había contratado ella misma. En el instante de comenzar la tregua, en medio de un silencio que hacía meses ignoraban los vecinos de la ciudad, llegó el vehículo. Salieron hacia las murallas. Milagritos no había hecho el menor comentario. En su expresión no se advertía sino una tranquilidad a veces afectada. Mister Witt se dejaba llevar. Su mujer se dio cuenta de que bajo el paletó Mister Witt llevaba el revólver amartillado. Procurando que el conductor no la viera, extendió la mano y ordenó:

—Dame eso.

Mister Witt vaciló un instante, pero por fin le dio el revólver. Ella lo ocultó en el manguito. Cuando salieron de la ciudad lo arrojó al camino. Mister Witt no acababa de comprender que todo cambiara de aquel modo, tan repentinamente. Quedaba atrás la pesadilla de Carvajal, de Colau. Iban a otra parte, lejos, donde el mundo fuera nuevo. Y lo salvaba ella, Milagritos.

—Nadie más que Bonmatí ha oído tu nombre —le dijo ella, con una mezcla de odio y de compasión en los ojos—. Nadie más lo oirá. Me ha jurado llevarse el secreto a la tumba.

Pero Mister Witt no quería hablar de aquello. Seguía haciéndose el sordo. “Se desprecia demasiado —pensó ella—, y teme hablar”. Tampoco ella volvió a hablarle. Pero veía en el fondo de Mister Witt una pasión sorda, tenaz, por ella, y una debilidad infinita. Milagritos iba a Madrid dispuesta a curarse su esterilidad. Por la tarde, en el tren, le repitió aquellas palabras que un día le había dicho:

—A la vuelta me calas hondo, ¿eh?

Mister Witt le dijo que no volverían nunca, que se irían a Londres; pero Milagritos saltó:

—Yo vuelvo a Cartagena; tú verás. Antes de llegar nosotros a Madrid se habrá acabado el Cantón.

Mister Witt fue abandonándose a la confianza con su mujer, que lo trataba como una madre. Al obscurecer, Milagritos calló, cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo. Cualquiera pudo creer que dormía; pero Mister Witt observó que lloraba. Era hermosa su garganta, con una lágrima resbalando bajo la oreja. ¿Por quién lloraba? ¿Por Carvajal? ¿Por Colau? ¿Por el Cantón? ¿Por sí misma? “De todos modos —se dijo Mister Witt, con su seco y vergonzante egoísmo— estoy entrando en la vejez y es lo único que me liga a la vida”.

(Ramón J. Sender).





(Imágenes: José Manuel Malia Alba y el autor del texto).