Publicado
en la revista El Catoblepas, nº 90, agosto de 2009, con el subtítulo
"Réplica al artículo del doctor Rodríguez Pardo 'Revisionismo histórico de
la Leyenda Negra
antiespañola'”.
No es mi
intención contestar una a una los comentarios, muy críticos y extemporáneos,
que en su artículo «Revisionismo histórico de la Leyenda Negra
antiespañola» (número 90, agosto de 2009) me hace el doctor Rodríguez Pardo.
Son apreciaciones diversas: unas, porque a veces se sale por la tangente;
otras, porque sólo utiliza argumentos inconsistentes; en ocasiones, porque o no
se ha enterado de lo que he escrito o es que soy demasiado torpe para
entenderlo yo; sin que falten errores históricos o, cuando menos, cronológicos.
No voy a extenderme en lo relativo a la Transición , que me ocuparía más espacio y tiempo
del que he dedicado a esta réplica, sin que descarte hacerlo en otro momento si
procede. Empecemos, pues.
Más sobre el revisionismo histórico
Me sorprende
la rapidez de la respuesta del doctor Rodríguez Pardo, lo que, lejos por mi
parte de ser un ataque, me congratula modestamente por el hecho de haberse
preocupado por mi artículo y encima aparecer con mi nombre en la primera página
del número de la revista. Escrito hace tiempo, como ya dije, no corregí nada
porque lo consideraba adecuado para contestar los dos artículos aparecidos
tiempo ha obra del doctor Rodríguez Pardo, uno, y de Felipe Giménez Pérez,
otro. ¿Distintos? Bueno, no me preocupé nada más de lo que tenían en común,
como de lo común que tenían con otras publicaciones, como las que comentaban,
de un grupo de escritores que en su labor intentan revisar la Historia. Quizás
mi aparente error fue creer que sólo se revisa lo que ya ha sido establecido y
que hasta ahora en España la única Historia del último siglo (por no ir más
atrás en el tiempo) construida con rigor se ha hecho básicamente desde los años
70.
En fin, ¿qué
más podría decir si le diera la razón? No, mire, doctor Rodríguez Pardo, cuando
he escrito sobre el revisionismo histórico (que por cierto primero niega que lo
defina para de inmediato no dejar de referirse a cómo lo concibo) lo que he
hecho ha sido englobarlo dentro de un fenómeno que no es exclusivo de España.
Pero mientras en otros países europeos occidentales se estaba construyendo una
Historia de lo ocurrido en el siglo XX y en especial durante los años treinta y
cuarenta, por aquello del fascismo (como término genérico) y la Segunda Guerra
Mundial, en España sólo se había elaborado una Historia desde el régimen que
adolecía de lo que debe entenderse como parámetros rigurosos y/o científicos,
en la medida que sólo quería justificar el golpe militar de julio de 1936, la
guerra que le sucedió y el régimen implantado desde su fin.
Desde los años
setenta, en líneas generales, se ha empezado a construir una Historia de esa
época con otros criterios, más rigurosos y se quiere hasta científicos. Primero
fueron historiadores principalmente anglosajones los que se preocuparon por
hacerlo, abriendo una enorme distancia sobre la Historia oficial y
permitiendo que varias generaciones de personas dedicadas a la investigación
histórica pudieran a proseguir ese camino, no homogéneo, pero sí distinto al
oficial, que había tergiversado enormemente lo ocurrido.
Y más
recientemente en los últimos años ha surgido un movimiento en la sociedad
española que busca recuperar la memoria de quienes sufrieron algún tipo de
represión durante la
Guerra Civil y la posguerra. Ha calado más en los nietos y
las nietas de las personas que vivieron esa época y han sido olvidadas{1}. Sus
razones son diversas, pero pertenecen a una generación que quiere saber más de
lo ocurrido y para ello se han empeñado en quitar el manto de silencio y
deformación de la realidad que durante los 40 años de dictadura y los
siguientes de la Transición
se ha levantado. Quienes vivieron la Guerra Civil en el bando perdedor pasaron por la Transición con ánimo
conciliador. En parte por miedo, pero también con la intención de que no se
reviviera la violencia de décadas pasadas{2}. Se ha escrito bastante acerca de
la actitud de la sociedad española durante los años de la Transición y la
preeminencia del «la paz» muy por encima de otros valores como «justicia»,
«libertad» y «democracia»{3}. También se ha escrito sobre el comportamiento de
los principales partidos parlamentarios, que desarrollaron una política de
consenso que culminó en la
Constitución de 1978. Pero no es una interpretación unánime.
Hay trabajos, los menos, que plantean que hubo otro estado de opinión en esos
años, en este caso con unas condiciones más favorables a un cambio político más
avanzado, dentro de lo que entonces se denominó con el término ruptura
democrática{4}.
En este
esfuerzo investigador no incluyo a ese grupo de escritores que se han dedicado
a hacer panegíricos del régimen cuando existía, como Joaquín Arrarás, Ramón
Salas Larrazábal o Ricardo de la
Cierva ; ni a los hoy llamados revisionistas, como Pío Moa,
César Vidal, Ángel David Martín Rubio, Jesús Mª Zavala, &c., quienes se
basan en gran medida en los postulados de las obras de los primeros, claramente
sesgadas e insuficientes en sus fuentes, o niegan sin ningún rubor hechos
documentados{5}.
De muy joven
participé en la lucha contra la dictadura franquista y mi preocupación y sensibilidad
por esa época y, por qué no, por lo sufrido, no se han aminorado. Según ha ido
saliendo información de las investigaciones de distintas asociaciones de
memoria histórica, profesionales del mundo universitario y la gran aportación
de otras personas, muchas, dedicadas a la investigación histórica fuera de la Universidad {6}, me he
ido interesando cada vez más por el tema de la represión franquista en
particular{7}, pero sin olvidar la base de la misma, es decir, las estructuras
de poder que la posibilitaron.
El historiador
Vidal-Naquet escribió hace dos décadas unas palabras que ilustran lo que
pretendo: «Los asesinos de la memoria han elegido bien su objetivo: quieren
golpear a una comunidad sobre las mil fibras aún dolorosas que la ligan a su
propio pasado. Lanzan contra ella una acusación global de mendacidad y fraude
(...). Pero no me propongo responder a esa acusación global situándome en el
terreno de la afectividad. Aquí no se trata de sentimientos, sino de la
verdad»{8}.
Sobre ucronías y presentismo
Cuando
tratamos de lo ocurrido en el tiempo, y por tanto hacemos Historia, corremos el
riesgo que Hobsbawm menciona en sus memorias: «¿Y si…?»{9}. Eso en Historia se
llama ucronía, que se hace por mucha gente cuando intentan predecir lo que pudo
ocurrir y así justificar sus deseos. Y ucronías hay en el artículo del doctor
Rodríguez Pardo, como cuando habla de lo que le podía haber ocurrido a España
si la URSS
durante la guerra, si el PCE durante la transición… Así mismo, cuando tratamos
de lo ocurrido en el tiempo corremos el riesgo del presentismo, en la medida
que partimos de la situación en que estamos, con posibilidades de que cambie a
lo que deseamos, de manera que buscamos justificar lo que pasó para defender lo
establecido o viceversa, criticarlo para acabar con ello.
Lejos de que
me sienta alineado «con el discurso oficial de la historiografía vigente», que
no es así, aunque coincida en bastantes de las aportaciones que de ella se han
hecho, hay dos aspectos que me gustaría resaltar. Si el doctor Rodríguez Pardo
hubiera leído bien el final de mi artículo, donde busco definir, para
diferenciar, los conceptos de objetividad y neutralidad (usando como referencia
a Barrington Moore Jr.), está claro que mi artículo (como lo que he escrito e
investigado hasta ahora) no es neutral. Como tampoco lo es el del doctor
Rodríguez Pardo y el de nadie. Y no lo son porque considero, aunque duela, que
la neutralidad es una falacia. Pero ojo, para que esa falta de neutralidad sea
defendible, debe ser objetiva, es decir, debe estar dotada de rigor en la
investigación o en la argumentación que, llamada científica o no (nos
meteríamos aquí en otra discusión, que ahora quiero evitar: ¿lo son las
ciencias sociales?), nos permita conocer la realidad lo mejor posible.
Y entramos así
en la acusación que me hace el doctor Rodríguez Pardo de presentismo, como si
fuera un pecado. Claro que no lo niego (el presentismo, no el pecado), sin que
en el intento por objetivar las investigaciones históricas nos veamos en la
obligación de hacer el esfuerzo necesario no para disimularlo, sino para que no
desvirtúe el objetivo principal: conocer menor la realidad. Y si mi artículo
está cargado de presentismo, la respuesta del doctor Rodríguez Pardo
precisamente no se caracteriza por su ausencia. ¿O no es presentismo querer
destacar como lo principal en su artículo que lo que está en juego es la unidad
de la Nación Española ,
como, a su decir, también lo estuvo durante el periodo de la II República al abrir
la vía de los estatutos de autonomía? ¿Es que las realidades históricas son
eternas y no pueden ser modificadas? ¿Es que las realidades históricas son
esencias, cual figuras ideales, y por tanto no materiales, sometidas a todo
tipo de tensiones sociales, que hacen que al final todo cambie y lo que ayer
fue hoy no lo sea y lo que hoy no existe pueda estar presente en el futuro? Yo
sé que España, como realidad política, existe, pero no ha existido siempre y lo
que ocurra en el futuro me puede importar o no un bledo, me guste o no.
Sólo sé que en
nombre de España y de la religión, principalmente, se encubrió el verdadero
trasfondo de las luchas que hubo durante la II República y la
guerra que le sucedió. Que quienes habían tenido el poder en España desde
aproximadamente un siglo antes no admitieron que muchas gentes de a pie, que en
su mayoría trabajaban duramente a cambio de un mísero salario y una incultura
permitida, se atrevieran a tratarles de tú a tú. Me encantan las palabras del
historiador Francisco Moreno, catedrático de instituto, cuando en la
introducción de su obra La resistencia armada contra Franco{10} escribe: «se
sintieron sujetos de derechos y aprendieron a luchar y a negociar con la clase
dominante. Se instruyeron con las doctrinas obreristas, aprendieron a leer con
fruición y se cultivaron en la prensa obrera o liberal, en los años veinte y,
sobre todo, en los años treinta, a raíz de las libertades democráticas de 1931.
En una palabra, habían dejado de ser masa y reclamaban su cuota de protagonismo
político y social».
No quiero
meterme ahora en ese aspecto de la esencia y, por ende, de la eternidad de lo
español. Sólo sé que ese discurso es el que han utilizado desde el siglo XIX
quienes han mandado en España, ese bloque de poder del que habló Tuñón de
Lara{11}, y que durante el régimen franquista vivió su esplendor. La palabra
separatismo entraba dentro de la tríada de los enemigos de España, junto a la
masonería (léase liberalismo) y el comunismo. Cuidado, que con esto no quiero
demonizar a quienes defienden lo español como una opción de agrupamiento
político dentro de un territorio determinado, con el mismo derecho que tienen
quienes defienden otras formas de agrupamiento, a los que se llama
maliciosamente nacionalistas. Nacionalismo es tanto, pongamos por caso, lo
español, lo vasco o lo catalán. Y desde ninguno, repito, ninguno, se debe creer
que, porque se busque justificarlo desde axiomas esencialistas, tiene por qué
ser lo correcto.
En este
terreno la diferencia entre la
II República y la monarquía liberal que le precedió y, ante
todo, el régimen franquista que le sucedió, fue el carácter centralista de la
organización del estado de estos dos últimos. Si la Constitución de 1876
consagró un modelo centralista que había titubeado en sus formas en las décadas
anteriores, aunque manteniendo los conciertos económicos en las provincias
vascas y Navarra, o buscando una fórmula descafeinada con la Mancomunidad de
Diputaciones en Cataluña en 1914, el franquismo fue mucho más expeditivo. Si
mantuvo los conciertos económicos con Álava y Navarra fue sólo como premio a su
fidelidad durante la guerra y si, con el tiempo, se fueron consiguiendo algunos
logros en los territorios bilingües en torno a las lenguas vernáculas, fue
después de un pulso complejo y persistente, donde se unía la tozudez de hablar
y escribir como les viniera en gana y la propia acción de las burguesías
autóctonas, sobre todo la catalana, muy pragmática siempre ella a la hora de
pactar sin perder su base material de existencia.
Opino, como he
escrito en diferentes ocasiones, que la clase dominante de las sociedades
contemporáneas (formada por diversos estratos, sectores y, según las
concepciones político-ideológicas, expresiones) mantiene una clara unidad en
los momentos en que se pone en duda su existencia material, mientras que a las
clases populares, que tienen una mayor diversidad en todos los ámbitos (desde
los estratos y sectores a los que pertenecen hasta las expresiones
político-ideológicas) les resulta más difícil conseguirla, sin entrar ahora en
las razones. Y esta diversidad, me atrevo a decir, es mayor en España, tanto en
la actualidad, como en décadas anteriores, especialmente la que nos ocupa en
este debate. Pues bien, en el caso de Cataluña, que quizás sea el más claro, la
clase dominante se desvinculó en su mayor parte del proyecto de la Restauración , sobre
todo desde finales del siglo XIX, en que fue dando origen a lo que acabaría
siendo la Lliga
Regionalista. Y este grupo, que llegó incluso a apoyar en
junio de 1917 la formación de la Asamblea Parlamentaria ,
junto al PSOE y los grupos republicanos, planteando un duro reto al régimen, no
dudó un mes después, tras convocatoria de la primera huelga general en España
por parte de la CNT
y la UGT , se puso
en el lugar de clase que le correspondía alejándose de la citada Asamblea. Lo
siguiente, ya se sabe: Cambó, su líder, llegó a participar en los gobiernos de
concentración que se fueron formando hasta 1923 entre los dos partidos
oficiales del régimen, el liberal y el conservador.
Y esa misma
burguesía catalana y su principal expresión política tampoco dudaron en 1936 en
ponerse del lado que le correspondía, por lo que desde 1939 participaron, en
distintos grados, en las glorias del régimen franquista. Me gusta la
descripción, por ilustrativa, que Esther Tusquets hace de ese fin de la guerra
en Barcelona en su familia: «Mi padre decidido a recuperar el tiempo perdido, a
situarse como médico, a adquirir prestigio (…). Y mamá (…), decidida a pasarlo
bien, a vivir a tope»{12}.
Quizás me haya
ido de lo que se pueda considerar como respuesta a la crítica que se me ha
hecho, pero es que parte de los argumentos utilizados han ido por ahí. ¿O no es
presentismo la frase catastrofista con la que el doctor Rodríguez Pardo acaba
su artículo en la que postula la necesidad de un revisionismo histórico «para
superar la confusión ideológica en que la Nación Española se
encuentra sumida, para desgracia de todos nosotros»?
Defiendo que
lo ocurrido durante la II
República y la guerra fue escenario de un duro enfrentamiento
entre lo que Machado llamó las dos Españas. Una, la que dominaba y recogía
diversas tradiciones políticas e ideológicas que se habían expresado en
distintas formas de carácter conservador o simplemente reaccionario. Si el
elemento dominante era el control del poder económico y por ende el político
del estado, disponía de una serie de elementos que, a modo de argamasa, los
fortalecía y, sobre todo, unía a amplios sectores populares, como eran el
catolicismo y el españolismo. Sectores sociales que tenían una mayor presencia
en las provincias de la mitad norte, como la submeseta Norte y Navarra,
precisamente donde la presencia de la pequeña explotación agraria, en propiedad
o arrendada, era importante. En el primero de los casos fue una de las fuentes
desde donde la CEDA
se alimentó y, en el segundo, donde el carlismo disponía de mayor apoyo social
y político. Fue en esas partes del territorio donde mejor se puede ver ese
intricado social y político, fortalecido mediante esa argamasa ideológica del
catolicismo oficial y el españolismo rancio, en la que la vieja oligarquía y
determinados sectores sociales populares actuaron al unísono, no en alianza,
sino en sumisión de una parte sobre la minoría dominante.
Y sobre esto
último no creo que exagere. Ese campesinado entre pobre y algo rico, fue el
principal aporte social popular a los grupos de la derecha durante la República , especialmente
los monárquicos, y durante la guerra. He tenido ocasión de leer unas memorias
que un pequeño agricultor castellano escribió hace unos años{13}. Católico y
tradicional en sus valores sociales, fue soldado del ejército sublevado durante
toda la guerra. Protagonista en numerosas batallas a lo largo y ancho del país,
tuvo como premio a tanto sacrificio (después de haberse comido la compañía una
oveja en abril y antes de participar en el célebre Desfile de Victoria de
Madrid), cuando en junio esperaba licencia de su compañía, lo siguiente: «el
comandante manda que nos corten el pelo a cero, nos tienen como arrestados
hasta que llegan los pases y el día que nos dan la libertad del ejército nos
dice que éramos unos verdaderos sinvergüenzas ¿Y ése fue el premio de tres años
de guerra?». Y este hombre, que siempre fue fiel al régimen, cuando en 1998
escribía las memorias sacó esta conclusión: «[El país] quedó todo sometido a
una dictadura militar, no podías caminar libremente ni de un pueblo a otro. Las
cárceles estaban llenas y por razone políticas o venganzas están matando a los
hombres todo el tiempo que esto dura».
En torno a la Historia como ciencia{14}
Así como
cualquier ciencia está en continuo proceso de elaboración, lo mismo podríamos
decir de la Historia ,
si no fuera porque uno de los problemas que tiene deriva de la falta de acuerdo
sobre la propia consideración como ciencia. Esta controversia posiblemente sea
también una forma de mostrar la salud de la que goza. Algunas dudas podremos
resolverlas desde la premisa de que cualquier teoría científica es incompleta
por definición. La ciencia no puede proporcionar conocimientos absolutos y
definitivos, sino aproximados y relativos en la medida que sus fundamentos
teóricos y metodológicos pueden ser revisados en su propio desarrollo{15}.
Distinguiendo entre ciencias formales o naturales y ciencias sociales, estas
últimas pueden ser consideradas como "sistemas indefinidos, en el sentido
de que sus componentes no siempre pueden ser identificados y delimitados de
manera precisa y completa"{16}. La Historia , como una disciplina eminentemente
social, no permite que se puedan aislar las variables físicamente y
experimentar con ellas. Han de utilizarse para ello variables conceptuales que
permitan un acercamiento al problema{17}. En la formulación de hipótesis ha de
tenerse en cuenta esa especificidad, pero también la perspectiva desde la que
se trabaje: "Si la historia se concibe como una sucesión de
acontecimientos, especialmente políticos y militares, resultará clara la
imposibilidad de formular leyes; pero si la historia se concibe como una
historia de las estructuras, de las 'sociedades en movimiento', se podrán
establecer leyes con la única restricción de limitar su validez a un universo
espacial y temporal definido"{18}. Los acontecimientos o los fenómenos
históricos son únicos y no pueden repetirse, pero existen regularidades en el
pasado que nos permiten analizarlas, compararlas y definirlas para poder
establecer modelos generales{19}.
Uno de los
rasgos específicos de las ciencias sociales en general y de la Historia en particular es
la no existencia de un paradigma único. La teoría social es, por su origen y
desarrollo, plural. No podemos considerar que existen hechos puros en sí
mismos, sino en relación a teorías{20}. Recordando a Lucien Febvre, el
historiador debe elegir los hechos, porque "cuando los documentos abundan,
abrevia, simplifica, hace hincapié en esto, relega aquello a segundo término
(...). No va rodando al azar a través del pasado (...), sino que parte con un
proyecto preciso en la mente, un problema a resolver, una hipótesis de trabajo
a verificar". Se puede argüir que ese relativismo histórico, derivado de
las diferentes concepciones, le da a la disciplina un carácter subjetivo que la
invalida como ciencia. La confrontación objetividad-subjetividad es constante y
quizás exista una opinión mayoritaria por admitir esa subjetividad, sobre todo
entre quienes entienden la historia como construcción{21}. Adam Schaff
considera que en el problema de la objetividad e imparcialidad está la propia
condición del ser humano si "consistiera en la eliminación de todas las
diferencias individuales y colectivas"{22}. Como ya he repetido, destaco
la consideración de Barrington Moore Jr., quien advierte de la confusión que se
da entre objetividad y neutralidad, a las que diferencia{23}. La primera debe
ser un presupuesto necesario que dé fiabilidad y validez a la investigación y
debe llevar incluida la voluntad de descubrir los propios errores. La
neutralidad o imparcialidad es, por el contrario, un imposible, una ilusión,
entre otras cosas porque, "dadas las estructuras de las sociedades
históricas y contemporáneas, cualquier verdad simple y directa sobre las
instituciones y los sucesos políticos está condenada a tener consecuencias
políticas y a perjudicar a algún grupo de intereses".
Nos
encontramos, por tanto, con una dificultad epistemológica, derivada de la
pluralidad de paradigmas{24}. Se llega a decir que la Historia es una
disciplina que no dispone de una estructura jerarquizada de conceptos{25} y que
está entre las que más oculta su metodología{26}. Pese a las dificultades antes
señaladas no podemos obviar los esfuerzos por crear un cuerpo teórico y
metodológico propio, especialmente desde las concepciones globalizadoras.
Domínguez{27} lejos de defender que sólo utiliza conceptos generales
(políticos, económicos, etc.), sí cree que dispone de unos conceptos
específicos, pero considerados como hipótesis de trabajo. Distingue dos tipos:
los que pretenden explicar la realidad social desde las categorías que la conforman,
como pueden ser los que en su mayoría utiliza el materialismo histórico; o los
que definen generalizaciones, pero de utilización frecuente, como ocurre con
renacimiento, absolutismo o ilustración. En cuanto a los procedimientos
explicativos, destaca la existencia de una estructura sintáctica propia,
pudiendo distinguirse el principio globalizador, la causalidad, la
intencionalidad, y el cambio y continuidad{28}.
Otras aclaraciones necesarias
Vincularme al
PSOE, como se ha dicho por el doctor Rodríguez Pardo, puede ser producto de mi
torpeza a la hora de exponer lo que pretendía en mi artículo. Espero que ahora
desista en mantenerlo, porque creo que he sido más explícito. Tampoco merece la
pena detenerse en ello.
Sobre la
intervención soviética en España conviene pararse más. Primero, en un grave
error cronológico del doctor Rodríguez Pardo: la URSS intervino en la guerra
española después de firmarse el Pacto de No Intervención, no antes. La postura
del gobierno británico fue clara desde el principio, arrastrando al gobierno
francés, pero la soledad internacional de la República en los
primeros momentos de la guerra fue más que evidente. Y tanto, que la ayuda de
Alemania e Italia al bando sublevado fue decisiva, especialmente en el paso del
Estrecho entre finales de julio y principios de agosto, por el carácter
estratégico que tuvo. El coladero francés al que se refiere resulta un chiste,
sin entrar en la cuantía del material, pero siendo así, también lo fue para
Alemania. Siendo quien escribe originario de Salamanca, que fue el cuartel
general del Generalísimo desde septiembre de 1936, no nos resulta extraño haber
escuchado el papel que jugaron industriales de la ciudad en el comercio de
armas a cambio del preciado wolframio, abundante en la provincia, y de las
pieles tan necesarias para el equipamiento de las tropas{29}.
Sobre el grado
de la intervención y las pretensiones de Stalin, le sugiero al doctor Rodríguez
Pardo la obra de Daniel Kowalsky{30}, donde se rompen muchos de los tópicos y
errores acuñados sobre dicha intervención. Quizás le resulte más provocador que
haga lo propio con otras obras, como las de Ángel Bahamonde y Javier Cervera o
Ángel Viñas{31}.
Calificaciones
que me hace aparte, como «falacia del hombre de paja», la respuesta a los tres
episodios particulares de la guerra que una parte menciono en mi artículo,
cuales son el bombardeo de Guernica, la matanza de Badajoz y la muerte de
Federico García Lorca, son despachados por el doctor Rodríguez Pardo
minimizando su trascendencia y lo que ocurrió. Sobre el primer caso, el de la
emblemática villa vasca, le sugiero el libro de Southworth{32}, que, aunque
antiguo en los años, mantiene la vigencia de poner al descubierto las
falsedades montadas desde el régimen franquista y «cómo, por quién y por qué
fue destruida Guernica». En el caso de la matanza de Badajoz, seguir negando lo
que hubo en la plaza de toros, no se si clamaría al cielo, pero sí a la tierra
que mira el catoblepas{33}. Por último, lo de Federico García Lorca me
parecería risible si no se tratara de la muerte de una persona, porque se queda
en uno de los tópicos más propios y malintencionados del franquismo: las
venganzas personales. Leer a Ian Gibson no es peligroso y reflexionar sobre una
de sus frases podrían ser provechoso: «¿Qué mayor escarmiento, en momentos en
que había que aterrorizar a la población civil, que matar a un famoso
poeta?»{34}.
Pretender no
relacionar el régimen franquista, aunque durara 40 años, con el nazismo, aunque
fuera derrotado por las armas, es una clara impostura. Primero porque el bando
sublevado sentó las bases de su victoria con la ayuda germano-italiana desde el
primer momento, como antes me referí. Segundo, porque hubo algo más que
connivencia ideológica, brazos extendidos en alto aparte.
Tercero, porque
durante la Segunda
Guerra Mundial no hubo las aireadas neutralidad española y
astucia de Franco, sino una complicidad descarada que sólo cuando quien llevaba
las riendas del país vio por dónde iban las cosas, se empezó a recular mirando
a otro lado. Los 40 años del régimen se explican en gran medida por el contexto
de guerra fría y el pacto con EEUU. Ésa fue una de las barakas del Caudillo.
Por lo demás, cuando se inició el proceso de crecimiento económico que
estabilizó el modo de producción capitalista, como ha escrito el doctor
Rodríguez Pardo, con lo que coincido, hay que indicar también que fue desde
finales de los 50, es decir, veinte años después del fin de la guerra,
autarquía y estancamiento inclusives, cuando el resto de los países de la Europa occidental lo
iniciaron al poco de acabarse la guerra mundial. No referirse a ese aspecto
temporal cambia mucho las cosas. Fue un retraso más que evidente, que estuvo
acompañado además de un coste social muy elevado, con una emigración interior y
exterior muy intensa de millones de personas, una mano de obra enormemente
explotada y unas consecuencias ambientales elevadas.
Otros dos
comentarios no deben pasar por alto. Es cierto que la II República no llegó
tras un plebiscito, pero sí que hubo una enorme movilización de amplios
sectores de la sociedad española en su favor. Las elecciones municipales del 12
de abril de 1931 fueron un termómetro del clima existente, hasta el punto que
los médicos dejaron desahuciado al enfermo. Si hubo intentos armados por acabar
con la dictadura, camuflada de dictablanda, y la monarquía antes del 14 de
abril no resulta diferente de lo que a lo largo de la historia contemporánea se
ha dado cuando quienes han ostentado el poder lo han hecho mediante métodos
autoritarios y, encima, llegaron, como ocurrió en 1923, a través de un golpe
de estado. Y todo eso sin profundizar en la naturaleza del voto rural durante
las elecciones municipales, donde la manipulación caciquil no era ni nueva ni
insignificante.
Y en cuanto al
golpe de 1936, la dimensión que tuvo, extendido por todo el país, con la
participación de amplios sectores militares, en mayor medida de la oficialidad,
pero con importantes generales y el apoyo en las fuerzas mejor preparadas del
ejército situadas en África, no es comparable equipararlo a esos intentos cuasi
infantiles de militares republicanos en 1930. Fue un golpe contra la legalidad
y la legitimidad de un gobierno que se había formado tras el triunfo del Frente
Popular en las urnas. No fue un golpe contra lo que la propaganda reaccionaria
del momento y el régimen franquista después airearon, ni siquiera un golpe
preventivo contra una supuesta revolución que se estaba planeando, aunque
hubiese una enorme movilización en amplios sectores de la población, sobre todo
campesina por el hambre de tierras. Volver a leer a Southworth{35}, esta vez en
otro libro sobre el mito de la cruzada, resulta altamente esclarecedor.
Que Franco se
presentara ante la población de Santa Cruz de Tenerife como republicano{36},
como también lo hizo Mola, por ejemplo, no dice nada. A principios de agosto
estaba el primero con Queipo de Llano, antiguo conspirador republicano, izando
la bandera monárquica en Sevilla. Y es que las palabras finales que Southworth
escribe en la obra antes referida son demoledoras: «Sí, caballeros, tenéis
razón; era una cruzada. Pero la cruz era la gamada».
Y para acabar
No sé si
conseguido mi propósito de esclarecer lo que el doctor Rodríguez Pardo me ha
dedicado en su respuesta. No creo que sirva de mucho para convencerlo, teniendo
en cuenta cuál es su obsesión, esa que busca defender la unidad de la Nación Española ,
para lo que todo sirve, incluido el uso del victimismo y la recurrente
referencia a la Leyenda
Negra que tanto gustó en el régimen que estabilizó tardíamente
el modo de producción capitalista y sentó las bases (hay que añadir objetivas o
materiales, dentro de la terminología materialista de la historia) de lo que
años después fue la democracia. Por cierto, una democracia a la que después
califica peyorativamente de «régimen de la Constitución de
1978».
Está claro que
estamos en paradigmas distintos, lo que no es grave en sí. Lo grave es que para
adaptarse a sus ideas preconcebidas tenga que hacer uso de incorrecciones y
falsedades, que son las que expanden escritores del relato histórico con mucho
éxito de ventas, con eficaces apoyos financieros y mediáticos, y con un público
deseoso de leerlos, para así posiblemente reconfortarse y hasta quién sabe si
alejar viejos fantasmas que se mantienen ocultos en el olvido, en las fosas y
muchas veces en el desprecio.
Yo no busco
manipular lo que ocurrió, leo lo que puedo (que no es poco), investigo lo que
mi capacidad y tiempo me permiten, y escribo lo que me apetece, porque me
gusta. No niego las atrocidades que cometieron «los rojos»{37}, que las
hicieron, pero no me desprendo del trasfondo donde se cometieron y donde
desarrolló un dramático conflicto que no fue provocado por quienes poco o nada
tenían. No creo que muchas de las personas que se dedican a la investigación
histórica, que formaron parte del bando derrotado o que se sientan solidarias
con su sufrimiento nieguen lo ocurrido. Sólo buscan conocer lo que no saben, lo
que se les impide investigar o rescatar cualesquiera de los vestigios que les
sirva para recuperar la memoria histórica. Buscan también, en muchos casos,
objetivar las cosas. Esa pulsión social y política que tuvo lugar en los años
30 y la venganza de quienes acabaron triunfando no fue más que el triunfo de
quienes temieron perder lo que habían acaparado desde décadas y siglos atrás, y
se habían instalado en el poder con el advenimiento del régimen liberal durante
el siglo XIX a costa de la miseria y la incultura de la mayoría.
Por eso me
quedo con la frase final de las memorias de Eric Hobsbawm: «La injusticia
social debe seguir siendo denunciada y combatida. El mundo no mejorará por sí
solo»{38}.
Notas
{1}
Javier Rodrigo, «Ecos de una guerra presente. «Memoria», «olvido»,
«recuperación» e instrumentación de la Guerra Civil española», p. 164 ss., en Mª Dolores
de la Calle Velasco
y Manuel Redero San Román (eds.), Guerra
Civil. Documentos y memoria, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca,
2006.
{2}
Paloma Aguilar Fernández, Memoria y
olvido de la Guerra Civil
española, Madrid, Alianza Editorial, 1996.
{3}
Rafael López Pintor, «El estado de la opinión pública española y la transición
a la democracia», p. 22, en Revista
Española de Investigaciones Sociológicas, n. 13, Madrid, CIS, 1981) y
Paloma Aguilar (1996, p. 348 y ss.) se basan en las encuestas del Instituto de
Opinión Pública de 1966, 1975 y 1976; la segunda, además, en los informes
FOESSA de 1966, 1970, 1975 y 1981.
{4} Joan
Garcés, Soberanos e intervenidos.
Estrategias globales, americanos y españoles, Madrid, Siglo XXI, 2008;
Xavier Doménech: «El cambio político (1962-1976). Materiales para una
perspectiva desde abajo», en Historia del
presente, n. 2, 2002, artículo publicado también en Espai Marx, 2003;
Joaquín Navarro: 25 años sin Constitución,
Madrid, Foca, 2003; José Vidal-Beneyto: Memoria
democrática, Madrid, Foca, 2007; Ferran Gallego: El mito de la
Transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la
democracia (1973-1977), Barcelona, Crítica, 2008.
{5} Ramón
Salas Larrazábal, Pérdidas de la guerra,
Barcelona, Planeta, 1977; Ramón Salas Larrazábal: Los datos exactos de la
Guerra Civil , Madrid, Rioduero, 1977; Ricardo de la Cierva : Los años mentidos. Falsificaciones y
mentiras sobre la historia de España en el siglo XX, Madrid, Fénix, 2008;
Pío Moa: Franco: un balance histórico,
Barcelona, Editorial Planeta, 2005; César Vidal: Enigmas históricos al descubierto, Barcelona, Editorial Planeta,
2003; César Vidal: Paracuellos-Katyn, un
ensayo sobre el genocidio de la izquierda, Madrid, Libros Libres, 2004;
Ángel David Martín Rubio: Paz, Piedad,
Perdón… y Verdad. La represión en la Guerra Civil : una síntesis definitiva,
Madrid, Fénix, 1997; Ángel David Martín Rubio: «Los falsarios de la Historia. Las listas de la
memoria histórica», en La Razón histórica. Revista española de historia de
las ideas políticas y sociales, n. 5, 2008; Ángel David Martín Rubio: Los mitos de la represión en la guerra civil,
Baracaldo, Grafite, 2005… Francisco Espinosa (El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española. Sobre
la matanza de Badajoz y la lucha en torno a la interpretación del pasado,
Badajoz, Del Oeste Ediciones, 2005) o Alberto Reig Tapia (Revisionismo y política. Pío Moa revisitado, Madrid, Foca, 2008),
entre otros, han hecho una crítica razonada y demoledora sobre ellos.
{6}
Francisco Espinosa («De saturaciones y olvidos. Reflexiones en torno a un
pasado que no puede pasar», p. 422, en Hispania
Nova. Revista electrónica de Historia Contemporánea, n. 7, 2007,
hispanianova.rediris.es), que ha trabajado hasta hace poco fuera del ámbito
académico, ha llegado a escribir en un tono muy crítico que «la Universidad (...) no
tocará este asunto hasta bien entrados los 90. (...): los aspectos sucios del
golpe militar recaerán sobre los peones de la historia, es decir, sobre el
grupo de investigadores que, por su cuenta propia y cada uno según sus
posibilidades, levantarán acta de la masacre y de las dificultades para llegar
a conocerla».
{7} Hace
unos meses mi hermano Juan Miguel y yo hemos concluido un trabajo, pendiente de
publicar, con el titulo «Avelino González Fraile: la recuperación de un
desaparecido durante la
Guerra Civil »; está basado en un pariente lejano de la
familia, agricultor de Salamanca acomodado y republicano, que fue «paseado» en
septiembre de 1936 y del que no se sabía dónde lo habían matado y enterrado;
también hemos averiguado a manos de quién pasaron de inmediato sus propiedades,
quedándose su viuda con lo puesto.
{8}
Pierre Vidal-Naquet, Los asesinos de la
memoria. Madrid, Siglo XXI Editores, 1994.
{9} Eric
Hobsbawm, Años interesantes. Una vida en
el siglo XX, Barcelona, Crítica, 2003.
{10}
Francisco Moreno, La resistencia armada
contra Franco, Barcelona, Crítica, 2001, p. 5.
{11}
Manuel Tuñón de Lara, «La burguesía y la formación del bloque de poder
oligárquico en España: 1875-1914», en Estudios
sobre el siglo XIX español, Madrid, Siglo XXI, 1976; y Manuel Tuñón de
Lara: Poder y sociedades España,
1900-1931, Madrid, Espasa Calpe, 1992.
{12}
Esther Tusquets, Habíamos ganado la
guerra. Barcelona, Ediciones B, 2008, p. 20.
{13}
Carlos Barrientos Santiago, «Mis recuerdos de la Guerra Civil
(1936-1939)», en Salamanca. Revista de
Estudios, Salamanca, n. 46, 2001.
{14} Este
apartado está basado en un trabajo realizado en 1998 («Memoria para la
adquisición de la condición de catedrático»), no publicado, pero que me ha
parecido oportuno reproducirlo, aunque con algunas pequeñas modificaciones.
{15} Ciro
F. S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, Los
métodos de la historia, Barcelona, Crítica 1977, p. 356.
{16} Ibídem, p. 356.
{17}
Mario Carretero, «Problemas y perspectivas en el enseñanza de las Ciencias
Sociales: una concepción cognitiva», p. 13, en Carretero y otros, La enseñanza de las Ciencias Sociales,
Madrid, Visor, 1989.
{18}
Cardoso y Brignoli, 1977, p. 358.
{19}
Carretero, 1989, p. 13.
{20} Ibídem, p. 12.
{21}
Roser Calaf Masachs, Didáctica de las
Ciencias Sociales: didáctica de la Historia. Barcelona ,
Oikos-Tau, 1994, p. 69.
{22} Adam
Schaff, Historia y verdad. Barcelona,
Crítica, 1976, p. 341.
{23}
Harvey J. Kaye, Los historiadores
marxistas británicos. Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1989, p. 202.
{24}
Gonzalo Zaragoza, «La investigación y la formación el pensamiento histórico del
adolescente», 1989, p. 168, en Carretero y otros, La enseñanza de las Ciencias Sociales, Madrid, Visor, 1989.
{25}
Jesús Domínguez, «El lugar de la
Historia en el currículum 11-16. Un marco general de
referencia», p. 44-53, en Carretero y otros, La enseñanza de las Ciencias Sociales, Madrid, Visor, 1989.
{26}
Zaragoza, 1989, p. 168.
{27}
Domínguez, 1989, pp. 45 y 46.
{28} Ibídem, p. 46 y ss.
{29}
Enrique de Sena, «Guerra, censura y urbanismo: recuerdos de un periodista», en
José Luis Martín (director) y Ricardo Robledo (coordinador), Historia de Salamanca. V Siglo veinte.
Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 2001.
{30}
Daniel Kowalsky, La Unión Soviética y la guerra civil española. Una revisión
crítica, Barcelona, Crítica, 2003.
{31}
Ángel Bahamonde y Javier Cervera, Así
terminó la Guerra
de España, Madrid, Marcial Pons Ediciones, 1999; Ángel Viñas: El honor de la República. Entre
el acoso fascista, la hostilidad británica y la política de Stalin,
Barcelona, Crítica, 2009.
{32}
Herbert R. Southworth, La destrucción de
Guernica. Periodismo, diplomacia, propaganda e historia. Barcelona, Ibérica
de Ediciones y Publicaciones, 1977.
{33}
Francisco Espinosa, La columna de la
muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz, Barcelona,
Crítica, p. 2005 y ss.; y El fenómeno
revisionista o los fantasmas de la derecha española (Sobre la matanza de
Badajoz y la lucha en torno a la interpretación del pasado), Badajoz, Los
Libros del Oeste, 2005.
{34} Ian
Gibson, «Federico García Lorca», en Cuatro
poetas en guerra, Barcelona, Planeta, 2007, p. 216; y El asesinato de Federico García Lorca, Barcelona, Bruguera, 1981.
{35}
Herbert R. Southworth, El mito de la
cruzada de Franco. Ruedo Ibérico, 1963.
{36}
Carlos Blanco Escolá ha analizado la ideología y formación intelectual de
Franco en su obra Franco y Rojo. Dos
generales para dos Españas, Barcelona, Labor, 1993, p. 81 y ss.
{37} La
obra Causa General. Ministerio de
Justicia, 1943. La dominación roja en España. Avance de la información
instruida por el Ministerio Público en 1943, León, Akrón, 2008, aporta
importantes datos que recogió el régimen franquista para demostrar la maldad de
quienes habían perdido la guerra. Espinosa (2003, p. 211 y nota 486 en p. 495)
relaciona parte de las sacas habidas en Madrid durante el mes de noviembre como
respuesta a las noticias que llegaban de la represión en Huelva y Badajoz por
las tropas sublevadas. Sin que esto justifique lo ocurrido, como la represión
en zona republicana habida en otros lugares o contra el clero (documentada por
Antonio Montero Moreno: Historia de la
persecución religiosa en España, 1936-1939, Madrid, BAC, 1961), se ha
destacado por parte de varios autores la naturaleza distinta de la represión en
ambos bandos (por ejemplo, Julián Casanova: «Rebelión y revolución», en Santos
Juliá (coordinador), Víctimas de la
guerra civil, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1999). De esta manera en el
bando sublevado predominó la represión sistemática bien en forma de paseos por
grupos falangistas organizados en torno a las autoridades civiles y/o militares
o bien la llevada a cabo por la justicia militar y que duró varios años más
desde el fin de la guerra. La represión en el bando republicano se ha
calificado más como espontánea, aunque no faltara tampoco otra desde los
aparatos del estado, aunque la primera disminuyó drásticamente al poco de
formarse el gobierno presidido por largo Caballero en septiembre de 1936.
{38}
Hobsbawm, 2003, p. 379.