Publicado
en la revista El Catoblepas, nº 92, octubre de 2009.
1
Ha escrito el historiador
Francisco Moreno que la generación del movimiento obrero de los años 30 del
siglo XX desarrolló una pedagogía emancipadora, de autoestima y de conciencia
de su protagonismo en la historia[1].
Una pedagogía donde aunó tanto la práctica política y sindical como la teoría.
Fue una generación que aprendió a organizarse mejor, en sindicatos y partidos
principalmente; que mejoró sus formas de lucha y las extendió más por los
pueblos y ciudades; que trató de tú a tú
a sus patronos; que aprendió a dirigir ayuntamientos y otros ámbitos de
la administración del estado, incluidos ministerios; y que llegó a crear nuevas
formas de organizar y gestionar la sociedad desde bases igualitarias.
Un aspecto muy revelador
de estos cambios fueron las ansias por ampliar su cultura, aprendiendo a leer y
cultivándose en la lectura de periódicos, revistas y libros. El régimen
republicano instaurado en 1931 fue muy sensible en la extensión de la educación y la cultura[2],
a su democratización, para lo que construyó más escuelas, aumentó el
profesorado en número, dio un carácter racional y laico a los contenidos
académicos, etc. También promocionó la cultura en el medio rural con lo que se
llamaron entonces las Misiones Pedagógicas o con grupos de teatro, algunos muy
conocidos como La Barraca
(dirigido por García Lorca) o El Búho (de Max Aub), iniciativas donde participaron
jóvenes intelectuales y artistas llenos de entusiasmo. La actividad intelectual
y la presencia del intelectual, entendido como
grupo socio-profesional (con dedicación a la docencia, la escritura, la
ciencia, el periodismo, la medicina, etc.), alcanzaron una presencia desconocida
en nuestro país.
En todo esto no podemos
olvidar ni menospreciar el papel jugado por los grupos obreros, especialmente
los del movimiento libertario, donde se había creado una tradición cultural
propia y de gran importancia, en el que se valoraba la cultura como un pilar de
capacitación para la lucha y la libertad[3].
Así se entienden las escuelas obreras, a
las que no fueron ajenas las escuelas racionalistas, los ateneos y los centros
culturales de los medios libertarios, en mayor medida, o las casas del pueblo
socialistas, centros que venían algunos del siglo XIX, pero que se extendieron
en número e influencia durante estos años. Hubo hasta quienes, con más
decisión, se atrevieron a escribir (artículos, pequeños ensayos, novelas)
y fundaron revistas y editoriales. Conocida
es la obra novelística publicada desde principios de siglo en Barcelona en
torno a las colecciones La
Novela Ideal y La Novela Libre , con la familia Montseny como
protagonista[4],
pero en otros lugares, como la provincia de Cádiz, no podemos olvidar la labor
de tres anarquistas, José Sánchez Rosa, Vicente Ballester y Diego Rodríguez
Barbosa, que fueron autores, entre otras cosas, de un buen número de novelas[5].
Por todo esto se puede
decir que las gentes de esta generación del movimiento obrero aprendieron a
sentirse, quizás por primera vez en nuestra historia, como personas.
2
Estos cambios se pueden
extender, en cierta medida, al marco de las relaciones entre los géneros. La Constitución de 1931 estableció, por primera vez en la
historia de nuestro país, la igualdad jurídica entre varones y mujeres. Fue muy
explícita en este sentido, como también lo fue la legislación que le siguió,
desarrollándola: en el voto, en el matrimonio, en el acceso a cargos y empleos
públicos o a la educación, en el divorcio, en las reglamentaciones laborales,
en la normativa penal en asuntos como el adulterio o el amancebamiento, en las
medidas protectoras de la maternidad para las trabajadoras...
La consecuencia inmediata
fue una mayor incorporación de las mujeres a la esfera de lo público: en el
trabajo extradoméstico y en la militancia en los grupos políticos,
sociales y culturales. No debemos olvidar nombres de las diputadas Clara Campoamor, Victoria Kent, Margarita
Nelken, Matilde de la Torre ,
Veneranda García, María Lejárraga, Dolores Ibarruri o Francisca Bohigas.
Dolores Ibarruri, comunista, y Federica Montseny, anarquista, alcanzaron
puestos relevantes en sus grupos, y De la Torre , Campoamor y Kent llegaron a ser nombradas
altos cargos de ministerios. La propia Federica Montseny llegó a ser en 1936,
ya iniciada la guerra civil, la primera ministra de nuestra historia.
En estos años también
nacieron y se desarrollaron numerosas asociaciones de mujeres, y los partidos y
sindicatos crearon secciones o secretarías específicas[6].
Feministas y ligadas a las clases medias eran la Asociación Nacional
de Mujeres Española (fundada en 1919), la Unión Republicana
de Mujeres (de Campoamor) o el Liceum Club (presidido por María de Maeztu).
Vinculadas a los partidos de izquierda, sobre todo obreros, estaban Mujeres Antifascistas, la Unió de Dones de Catalunya o
Mujeres Libres. En los partidos de derecha destacaron la Asociación Femenina
de Acción Popular (de la CEDA )
o la Sección Femenina
(de Falange Española, dirigida por Pilar Primo de Rivera).
Fue, sin embargo, una
incorporación lenta, limitada, cargada de problemas y polémicas, incluso entre
las propias mujeres, como la ocurrida entre Campoamor y Kent en 1931 en torno a
la conveniencia o no de reconocer el derecho de voto[7].
La primera defendió ardientemente que se recogiera en la Constitución ,
mientras la segunda argumentó que no era el momento, temerosa de que sus votos
fueran a parar a los grupos monárquicos y de derecha. Esta desconfianza hacia
las mujeres era una idea muy extendida.
3
El movimiento libertario
no fue ajeno a estos cambios. En su seno apareció un grupo, Mujeres Libres, que
buscó aunar la liberación social y la de la mujer trabajadora. Historiadoras
como Mary Nash y Martha Ackelsberg han sido pioneras en su estudio y las
principales aportadoras a su conocimiento[8].
De su gestación y sus primeros pasos es
de lo que trata en mayor medida este trabajo[9].
Inicialmente lo que
surgió fue una revista, denominada Mujeres Libres, que salió en su primer número el 1 de mayo de
1936. En total fueron 13 los números publicados hasta 1938. Sus fundadoras
fueron tres mujeres ilustradas del movimiento anarquista: la poetisa, vanguardista
en su juventud, y periodista madrileña Lucía Sánchez Saornil[10];
la polifacética barcelonesa Mercedes Comaposada (montadora de cine, periodista,
escritora, profesora, se dice que abogada...); y la médica zaragozana, y
divulgadora de buenas prácticas de la salud, Amparo Poch y Gascón[11].
De las tres mujeres
mencionadas Lucía Sánchez Saornil fue el alma de la publicación durante su
gestación y durante los primeros meses de andadura. De ella surgió la idea inicial de una revista, a la que
llamó Mujeres Libres buscando la
síntesis de un proyecto que aunase la liberación social y la de las mujeres
trabajadoras. El proyecto lo hizo público en la prensa anarquista en noviembre
de 1935, a
la vez que rechazaba la oferta de Mariano R Vázquez para que elaborara una
página femenina en el periódico Solidaridad Obrera:
Mis
ambiciones van más lejos; tengo el proyecto de crear un órgano independiente[12].
Paralelamente estuvo
contactando con mujeres de diversas lugares con el fin de recabar apoyos y
sentar las bases de la revista, tanto en la redacción como en la difusión por
la geografía española. Tenemos una muestra en la correspondencia que sostuvo
con una militante anarquista guipuzcoana:
Me
parece que muy bien tus proyectos para interesar a las mujeres. Por mi parte
estoy dispuesta a ayudarte en lo poco que mis mermados conocimientos puedan dar
de sí[13].
Según testimonios
posteriores a la existencia del grupo, se ha dicho que hubiera sido más lógico
el nombre de Mujeres Libertarias, pero
no se atrevieron a esto último por temor a un rechazo de las mujeres[14].
Este temor lo expresaron con frecuencia, como cuando se dirigieron a Federica
Montseny:
Ten en cuenta que no hemos querido darle carácter
confesional a fin de que sea más fácil su labor de captación entre mujeres. La
palabra anarquía les asusta aún demasiado. Sin embargo, observarás en todo su
contenido la orientación libertaria[15].
Es posible buscar una
explicación en el hecho de que existían en aquella época temores hacia las
mujeres, incluso desde las propias mujeres, a las que se creía más vinculadas a
las ideologías tradicionales, sobre todo a través de la Iglesia Católica.
Lo hemos visto ya en el debate en torno al voto, que provocó, sin embargo, que
Clara Campoamor llevara el estigma de ser la responsable de la victoria
electoral de los partidos monárquicos y de derecha en 1933, en lo que fue una
acusación injusta[16].
Ese temor partía, no obstante, de un hecho innegable, como era la situación
social y cultural en que se encontraban las mujeres.
Intentamos
despertar la conciencia femenina hacia las ideas libertarias, de las cuales la
inmensa mayoría de las mujeres españolas
–muy atrasadas social y culturalmente- no tienen el menor conocimiento[17].
Se ha escrito que el
analfabetismo afectaba casi al 50% de las mujeres en 1930, aunque en los años
siguientes fueran descendiendo los niveles gracias a la mayor incorporación a
la escuela de las niñas[18].
En las cartas que conocemos
relacionadas con los inicios de la revista (158, escritas entre marzo y julio
de 1936, salvo una, de noviembre de 1935) se reflejan las dificultades con las
que se encontraron dentro del propio movimiento libertario o las diferentes, y
hasta cambiantes, sensaciones que fueron mostrando quienes participaban en el
proyecto. Hay sentimientos de euforia en el primer número, porque la venta
había superado las previsiones, pero también de preocupación y cierta decepción
en el tercero, porque la venta había
bajado y se habían topado con una realidad llena de prejuicios sexistas. Están
escritas en su mayoría por personas humildes y expresan la frescura de lo
espontáneo, algo que no tiene por qué ser sinónimo de inconsciente. Se detecta
sencillez y, con frecuencia, deficiencias formales (ortografía, sintaxis,
puntuación...), si bien propias en muchos casos de personas que apenas sabían
escribir, cosa, esta última, lógica, dado el origen social, netamente obrero,
de la militancia anarquista, y porque en su mayoría quienes enviaban las cartas
eran mujeres fuertemente castigadas por la incultura académica y el
analfabetismo.
Entre todas estas mujeres
merece la pena destacar a tres, voluntariosas y de distinta procedencia
geográfica: Trini Urién, de San Sebastián; Mª Luisa Cobos, de Jerez de la Frontera ; y Josefa de
Tena, de Mérida. Las tres eran corresponsales (Mª Luisa Cobos decía de sí misma “corresponsala”), es decir,
encargadas de la distribución de la revista en su zona, y Trini Urién y Mª
Luisa Cobos ya habían conocido la publicación de artículos sobre la mujer en la
prensa anarquista. Las tres mujeres
también ofrecieron información acerca de problemas o conflictos
existentes en sus lugares de residencia. De Trini Urién intentó pacientemente
Lucía Sánchez, sin conseguirlo, que le diese información acerca de los
pescadores guipuzcoanos. Josefa de Tena envió detalles de la huelga de
trabajadoras textiles habida en su comarca.
De Mª Luisa Cobos[19]
es de la que tenemos mayor número de cartas, que eran también las más extensas
y las que reflejan con mayor crudeza la realidad de las mujeres de su tiempo y
de su clase. Llegó a relatar sus andanzas como dirigente de un sindicato de
mujeres en Jerez, adscrito a la
CNT y al que denominaron Sindicato de Emancipación Femenina.
Pero también hay una denuncia del sexismo de los compañeros, incluido el de las
relaciones en el ámbito doméstico. Suyas son estas líneas:
Mi compañero, que lo es en
todo, en sus mejores momentos es el macho, es el Amo. Sólo es que yo le corrija
una falta de ortografía y en aquel momento soy su mayor enemiga. Te digo que
son todos igual. De harta que estoy me entran ganas de gritar. A veces cojo la
pluma y cuando llevo un gran número de cuartillas las rompo y veo cuán inútil
soy en el momento que me aprisionan las más dulces cadenas, las más sublimes,
pero en el fondo cadenas. Deseo a veces que me procesen y me manden lejos donde
no pueda ser dirigida, pues contra la sociedad entera se puede una rebelar,
pero contra los pequeños tiranos, no. Lo has observado tú, no quieren ellos que
seamos libres, nos subyugan en todo momento. Lo vemos nosotras y lo ven también
los contrarios[20].
Ante las dificultades para la
distribución de la revista en Barcelona llegaron a solicitar la ayuda de
carácter organizativo a Diego Abad de
Santillán, director de la revista Tiempos Nuevos y uno de los dirigentes
anarquistas más reconocidos del momento. En su nombre, y para intentar paliar
el problema, jugó un papel destacado Lola Iturbe (más conocida en esos años
como Kyralina):
Te aseguro que estábamos muy
descorazonadas de Barcelona (...). Que tú te hayas solidarizado tan
cordialmente con nosotras nos ha resuelto dos necesidades fuertemente sentidas:
la primera, asegurarnos la difusión en Barcelona[21].
Relacionada con este problema
estuvo la carta enviada, en tono muy duro, al director del periódico Solidaridad Obrera[22],
que era entonces el de mayor tirada del movimiento:
No sabemos qué interpretación
dar a vuestra conducta para con nosotras. Te hemos enviado un anuncio de
nuestra revista, sujetándolo a tarifa para no robar espacio gratuitamente al
periódico; te hemos remitido dos ejemplares de nuestra revista, esperando
hallar en las columnas de nuestra SOLI la acogida que, por el esfuerzo desinteresado
a que nos entregábamos, creíamos tener derecho. Te hemos remitido también un
aviso que hubiera simplificado mucho nuestro trabajo de administración, ya que
nos evitaba tener que contestar particularmente a la abrumadora cantidad de
pedidos que se nos hacen. Y todo ello ha sido contestado con el mas
desesperante de los silencios[23].
No faltaron ofrecimientos de
colaboración, en su mayoría hechos por mujeres, tanto individuales como desde
los distintos grupos del movimiento
anarquista. Pero denegaron las colaboraciones escritas hechas por varones[24],
un hecho que partía del deseo de hacer el trabajo intelectual de la revista
sólo por mujeres, pero que, como veremos en otra parte del trabajo, también
obedecía a la falta de idoneidad por parte de los varones a la hora de
trasmitir el problema de la mujer:
Sabemos por experiencia que los hombres, por muy
buena voluntad que pongáis, difícilmente atináis en el tono preciso[25].
La elaboración intelectual de la revista Mujeres
Libres fue, por tanto, exclusiva de mujeres. Además de las redactoras, hubo
colaboraciones desde el principio de figuras
como la anarquista norteamericana de origen ruso Emma Goldman o la entonces
joven escritora y poetisa Carmen Conde, que
muchos años después, en 1978, se convertiría en la segunda mujer que
ingresó en la Academia
de la Lengua. Más
tardías, ya durante la guerra, fueron las colaboraciones de Federica Montseny y
la activista Lola Iturbe (que firmaba como Kyralina).
En el fondo de todo ello
aparecía siempre una idea: la capacitación de las mujeres por sí mismas, la
adquisición de la cultura y/o educación
necesarias como requisito imprescindible para lograr la transformación social.
Las alusiones al déficit que las mujeres tenían en relación a los varones
fueron frecuentes y claras y antepusieron esa necesidad de capacitación por
encima de otra cosa:
Verás que no es un periódico
de lucha, sino un periódico de orientación. Antes de que la mujer entre en
batalla hay que enseñarla a ver con ojos nuevos[26].
Esa prioridad la mantuvieron
hasta el final, cuando buscaban el reconocimiento por parte de las otras
organizaciones del movimiento libertario:
Afirmamos también que el
estado intelectual y moral de la mujer necesita una formación aparte, tan
rápida, tan acelerada, como las circunstancias lo imponen y lo necesita la
revolución en marcha[27].
Ante las dificultades que
tenían para llevar a cabo sus proyectos intentaron buscar apoyos en aquellas
mujeres que por su formación podían aportar su ayuda:
Atraer a nuestros medios un
grupo grande de mujeres cultura media que nos son muy preciosas para emprender
esta labor de educación general femenina[28].
Pero cuando hablaban de
capacitar, no lo hacían con un fin en sí mismo, sino para atraer, para captar.
Pero teniendo en cuenta la valoración que hacían de las circunstancias en que
vivían las mujeres, veían necesario
actuar con mucha cautela:
Queremos una cosa puramente
educativa, no de combate, porque esta condición es la primera para la mujer;
una revista que, conservando la amenidad suficiente para hacerla agradable,
vaya enseñando a la mujer los nuevos conceptos de la vida, los conceptos más puros
libertarios sin que ellas lo adviertan[29].
4
En el plan de Lucía Sánchez
Saornil estaba la creación de instrumentos para que las mujeres aprendieran a
actuar por sí mismas en la lucha liberadora.
La revista sería el primero:
No quedará todo en la revista[30].
Y las organizaciones
específicas de mujeres serían el paso siguiente. Así lo expresó en varias
cartas y así volvió a hacerlo al año
siguiente:
Inmediatamente comenzamos a planear la segunda parte de nuestro proyecto.
A cargo de una compañera corrió un ciclo de conferencias que se pronunciaron en
varios ateneos libertarios y cuando comenzamos la creación de grupos de cultura
que habían de ser las bases más amplias de una acción de porvenir, estalló el levantamiento
militar[31].
El hecho de que las mujeres
fueran accediendo en mayor grado a la esfera de lo público durante estos años tuvo
su repercusión también en el interés que los distintos grupos políticos
pusieron tanto por reclutarlas como militantes o afiliadas como en su captación
a la hora de conseguir el voto. Estos cambios fueron tenidos en cuenta por Lucía
Sánchez Saornil y de ahí que se quejara de la actitud de muchos compañeros de la CNT :
¿No debería [la CNT ] tener otro millón, cuando
menos, de simpatizantes entre las mujeres? ¿Qué trabajo costaría entonces
organizarlas si se estima necesaria su organización? Como vemos, no está ahí la
dificultad, la dificultad está en otra parte: en la falta de voluntad de los
propios compañeros[32].
Cuando se propuso dar los
pasos de crear una revista y una organización de mujeres, estaba concretando la
forma de manifestar el deseo de aprovechar la ocasión para iniciar un cambio de
actitud en el movimiento libertario hacia la integración de las mujeres en la
lucha. Teniendo en cuenta que los otros grupos políticos no estaban perdiendo
el tiempo en la captación de mujeres, desde el movimiento libertario había que
hacer lo propio:
En España, después del
advenimiento de la República ,
se había establecido entre los Partidos Políticos un verdadero pugilato de captación,
[aunque] sólo las organizaciones anarquistas no habían sentido o no habían sabido
comprender toda la importancia de esta labor[33].
Este primer paso, en los tres
primeros números de la revista, se daría, si embargo, en un contexto diferente
al segundo, ya que la guerra civil marcó un antes y un después. Fue durante el
conflicto bélico, desencadenante de un profundo y diverso proceso
revolucionario, cuando nació Mujeres Libres como organización. El núcleo
principal fue el que se formó en 1935 en torno a la revista, con Lucía, Mercedes
y Amparo, y que estaba radicado en Madrid. Paralelamente se había formado en Barcelona
el Grupo Cultural Femenino, también en 1935, integrado por mujeres que, según
testimonios de algunas de sus protagonistas hechos bastantes años después, eran
más inexpertas y con menor capacitación. Era el caso de veteranas del anarquismo,
como Pilar Granjel y Áurea
Cuadrado, junto con otras como Nicolasa
Gutiérrez, las hermanas Apolonia y Felisa de Castro o la joven Conchita Liaño,
entre otras[34].
Aunque los dos núcleos sabían de su existencia mutuamente, no llegaron a contactar
hasta empezada la guerra, cuando acabaron conformando junto con otros grupos de
la provincia de Madrid y de Guadalajara, quizás en setiembre, lo que ya sería
la organización Mujeres Libres. Según Mary Nash se extendió prácticamente por
todas las provincias del bando republicano, llegando a alcanzar unas 20.000
afiliadas. En agosto de 1937 celebraron el congreso fundacional en Valencia,
por entonces capital del bando republicano, constituyéndose formalmente la Federación de Mujeres
Libres. La revista, con el mismo nombre, sería su órgano de expresión.
Su influencia social fue
relevante: en el campo de la educación y de la cultura, a través de sus
publicaciones y fundando el Casal de la Dona Treballadora
en Barcelona, institutos en Madrid y
Valencia o numerosas escuelas de alfabetización y formación elemental; en la
economía, fomentando la incorporación de
las mujeres al trabajo extradoméstico; en la guerra, como milicianas en los
primeros momentos y en acciones de solidaridad posteriormente; en la sanidad,
con campañas por la higiene, la sexualidad responsable, contra la prostitución,
etc.
Un hecho de gran
importancia en la breve historia de Mujeres Libres fue el intento de ser
reconocidas como la cuarta rama del movimiento libertario, junto a la CNT , la FAI y la FIJL , para lo cual se celebró
un pleno de dichas organizaciones en octubre de 1938. No lo consiguieron, pese
a sus esfuerzos y pese a la ayuda que prestaron anarquistas influyentes como
Emma Goldman[35].
Se ha buscado como explicación más recurrente la incomprensión en el seno del
movimiento hacia los objetivos y las formas organizativas de Mujeres Libres. Se
ha destacado también por parte de Jesús López Santamaría[36]
que la mayor beligerancia partió de la
FIJL , con quien se disputaba la militancia más joven.
5
Mujeres Libres fue un grupo de
mujeres con unos planteamientos ideológicos y organizativos muy avanzados en su
tiempo. También fueron peculiares, por no decir que únicos, pues ninguna otra
organización de mujeres llegó a formularlos. Aunaron la liberación social,
desde la vertiente anarquista, con la liberación de las mujeres. Hoy los
caracterizamos categóricamente como feministas[37],
pero ellas lo rechazaron. ¿Por qué? Existía una idea muy extendida en
el movimiento libertario mediante la cual se identificaba el feminismo con el
sufragismo, algo que, como es lógico, no era propio del anarquismo[38]. El
hecho de que los grupos confesamente feministas estuvieran integrados casi
exclusivamente por mujeres de las clases medias y altas reforzaba la idea de su
caracterización tanto de interclasista como burgués. Pero fueron críticas
también hacia las organizaciones vinculadas a los partidos obreros, en especial
hacia Mujeres Antifascistas, en la órbita del PCE. Este otro tipo de lucha de
las mujeres, al que también identificaron como feminismo, lo desecharon porque
estaba controlado por los varones y por ser fuente de poder.
El empleo frecuente del
término “mujer” o “mujeres”, a secas, que hay que interpretarlo en el sentido
más amplio de “mujeres trabajadoras”. Ese empleo de lo genérico (hombre/mujer)
ha sido algo corriente en el pensamiento anarquista, que ha partido de la
premisa de que la liberación social ha de basarse en el respeto de la individualidad frente a cualquier forma de
poder (estado, propiedad, etc.)[39].
Para las promotoras de Mujeres Libres
la mujer era un sujeto revolucionario más que debía participar en su propia
liberación como género y dentro del conjunto de la clase obrera.
Lucía Sánchez Saornil, de quien sabemos más, porque se
prodigó más, bebió fundamentalmente de dos influencias: una, la tradición
anarquista, defensora del individuo frente a todo tipo de dominación y de un
modelo social igualitario. Una tradición donde también habían surgido personas,
grupos y planteamientos que denunciaban la situación de las mujeres y
reivindicaban la igualdad entre los géneros. En Barcelona ya había surgido en
1891 una Agrupación de Trabajadoras y durante los años 20 fueron apareciendo
otros sindicatos formados por mujeres. Teresa Claramunt, luchadora infatigable,
llegó a escribir a finales del siglo XIX:
Nuestra dignidad como seres pensantes, como media
humanidad que constituimos, nos exige que nos interesemos más y más por nuestra
condición en la sociedad. En el taller se nos explota más que al hombre, en el
hogar doméstico hemos de vivir sometidas al capricho del tiranuelo marido[40].
Dentro de esa tradición Lucía Sánchez Saornil tuvo
que hacer frente, aunque no directamente, a las posiciones de otra mujer, con una fuerte personalidad y un gran
prestigio dentro del movimiento anarquista, como era Federica Montseny, que
negó el problema específico de la mujer, proponiendo como salida la autosuperación individual de la mujer (“necesitamos afirmarnos en nosotras mismas”,
escribió)[41].
También intentó superar lo que consideraba que era una insuficiencia, ante los
intentos de algunos compañeros por
incorporar a las mujeres a la organización y a la lucha, cuando
planteaba que para entender el problema de la mujer debía partir de un cambio
en el concepto de mujer:
Hay muchos compañeros que
desean sinceramente el concurso de la mujer en la lucha; pero este deseo no
responde a la modificación de su concepto de mujer[42].
Muestras de este interés fueron el propio
ofrecimiento de Mariano R. Vázquez a Lucía Sánchez Saornil para que se
encargara de una página femenina en Solidaridad Obrera, la página que
publicaba Tierra y Libertad a cargo de Lola Iturbe “Kyralina”, los
numerosos artículos favorables a las mujeres que aparecieron en las distintas
publicaciones anarquistas de militantes o simpatizantes como Antonio Morales
Guzmán, Mariano Gallardo Nieva, Santiago Valentí Camps, etc.
La otra influencia era la teoría de la
diferenciación de los sexos, tan en boga en esos años en algunos círculos
intelectuales[43].
Entre sus principales difusores estuvo
el médico Gregorio Marañón, que la utilizó desde una orientación conservadora y
determinista con el fin de justificar la relegación de las mujeres al hogar
como esposas y madres. Esta teoría
también llegó a algunos círculos
anarquistas, en concreto en la revista Estudios,
donde Santiago Valentí Camps defendió
que la mujer disponía de una mayor sensibilidad por las cosas, un sentido más
estético y hasta un mayor pragmatismo y donde en mayo de 1936 se dijo que, no
existiendo inferioridad intelectual de la mujer, su inteligencia era de otro
tipo, a la que se atribuían facultades pasivas como la abnegación, la
emotividad, la intuición, la dulzura o la sensibilidad. Lucía Sánchez
Saornil fue clara en su interpretación emancipadora: consideraba que la marginación era una construcción social desarrollada en
la historia, a lo que añadió la distinción entre errores masculinos y valores
femeninos. Entre los primeros estarían:
Exceso de audacia, de rudeza, de inflexibilidad (…), <que > han
dado a la vida este sentido feroz por el
que los unos se alimentan de la miseria y el hambre de los otros[44].
De los segundos, los valores
femeninos, planteaba que había que aprender:
La ausencia de la mujer en la
Historia ha acarreado la falta de comprensión, de ponderación
y afectividad, que son sus virtudes[45].
¿Cómo llamaron a eso?
Federica Montseny había utilizado en los años 20 el término humanismo para
oponerlo al de feminismo. Conscientes estas mujeres de que la civilización masculina
estaba llegando a su fin, plantearon también la superación del feminismo, para
lo que hicieron uso del término humanismo integral, originario de Francia[46].
Esa superación debería basarse, en lo que quizás sea una de las claves del
pensamiento innovador de Mujeres Libres, en el reconocimiento de que había un
“complejo diverso”, el formado tanto por
mujeres como por varones, pero en el que era necesario que las mujeres actuaran
autónomamente, es decir, con su identidad propia:
Mujeres
Libres quiere (...) hacer oír una voz sincera, firme y desinteresada: la de la
mujeres; pero una voz propia, la suya[47].
De esto se deriva un
hecho de importancia: la defensa que
hacían en Mujeres Libres de la diferencia entre los géneros y de que las
mujeres se dotaran de una voz propia lo que hay es un claro ejercicio de autoestima
colectiva:
Nos ha
emocionado tu carta al ver cómo la mujer se interesa ya por sí misma. Bastante
tiempo se ha interesado ya por los demás. Era hora de que estuviera en el
concierto de los comunes intereses[48].
Y aquí, quizás, se puede
encontrar unas de las claves de la incomprensión sufrida desde buena parte de las personas que
componían en movimiento libertario. Montseny habló de autoestima de las mujeres
desde el esfuerzo individual como medio para equiparse con los varones. Las
intenciones de Lucía Sánchez Saornil y sus compañeras eran un claro
exponente de la lucha contra el modelo social dominante, incluyendo la
dimensión de género, y sobre el papel que debían jugar las mujeres en una
sociedad nueva, pero desde la autoestima
colectiva. Toda una apuesta arriesgada en un contexto difícil: oponerse al
orden social establecido y con éste, al orden patriarcal, pero también oponerse
tanto a los planteamientos que podemos considerar “oficiales” del movimiento
libertario como a la mentalidad y los hábitos sexistas tan extendidos en el
mundo de lo cotidiano. Todo un compendio de transgresión ideológica y social.
En suma, una experiencia
histórica peculiar, por ser única y adelantada a su tiempo, pero bonita,
meritoria y digna, en la medida que sus protagonistas anhelaban un mundo mejor, donde varones y
mujeres actuaran por igual y entre iguales. Por ello merece la pena conocerlas
y recordarlas.
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[2] Tuñón de Lara (1984), Fuentes (1980), Mainer
(1989) y Puelles Benítez (1991).
[3] Litvak
(1998 y 2001).
[4] Tavera
(2005).
[5] Varios
autores (1989) y Gutiérrez Molina (1998 y 2001).
[6] Nash
(1989) y Folguera Crespo (1997).
[7] Fagoaga
y Saavedra (1986).
[8] Nash (1976 y 1981) y Ackelsberg (1999).
[9] Montero
Barrado (2003).
[10] Martín
Casamitjana (1996).
[11] Rodrigo
(2002).
[12] Carta de Lucía Sánchez Saornil a Mariano R. Vázquez, director de Solidaridad
Obrera, con fecha 8-11-35, citado en
Nash (1976).
[13] Carta de Trini Urien, de San Sebastián, 19-11-35, PSM-AGGCE. Las
siglas se refieren a la sección Político-Social Madrid del Archivo General de la Guerra Civil
Española, ubicado en Salamanca. Los números de las carpetas de todos los
documentos de este archivo pueden verse
en Montero Barrado (2003).
[14] Varias
autoras (1999).
[15] Carta a Federica Montseny, mayo de 1936,
PSM-AGGCE.
[16] Fagoaga
y Saavedra (1986) y Villaláin García (2000).
[17] Carta a Emma Goldman, 17-4-36, PSM-AGGCE
[18] Nash
(1989) y Folguera Crespo (1997).
[19] Mª José
Ruiz Piñero está trabajando en una biografía de esta luchadora jerezana, para
lo que ha recopilado una información interesante.
[20] Carta de Mª Luisa
Cobos, julio de 1936, PSM-AGGCE.
[21] Carta a Lola Iturbe, 15-5-36, PSM-AGGCE.
[22] En esos
momentos el director del periódico era
Manuel Villar, siguiendo a Casanova (1997).
[23] Carta al director de Solidaridad
Obrera, 28-5-36, PSM-AGGCE
[24] Se conocen cuatro ofrecimientos de
colaboración, dos de ellos, Antonio Morales Guzmán y Mariano Gallardo Nieva, de
militantes anarquistas que habían tratado el problema de la mujer desde una perspectiva
favorable.
[25] Carta a Hernández Doménech, 27-5-36,
PSM-AGGCE.
[26] Carta a Luisa García,
18-6-36, PSM-AGGCE.
[27] Dictamen del Pleno
Nacional de Mujeres Libres, sin fecha, posiblemente de otoño de 1938, PSM-AGGCE.
[28] Carta a Martín Pago
4–7-36, PSM-AGGCE.
[31] Lucía Sánchez Saornil: “La mujer en la Guerra y en la Revolución ”, citado en
Varias autoras (1999).
[32] Carta de
Lucía Sánchez Saornil a Mariano R. Vázquez publicada en Solidaridad Obrera,
con fecha 26-9-35, citado en Mary Nash (1976).
[33] Razones de existencia
de “Mujeres Libres”, octubre de 1938, PSM- AGGCE
[34]
Testimonios de Soledad Estorach y Conchita Liaño, en Varias autoras (1999).
[35] Hay testimonios en esa
dirección de Sara Berenguer y Pepita Carpena en Varias autoras (1999).
[36] López
Santamaría (1991).
[37] Mary
Nash (1999) se ha referido a este feminismo como anarcofeminismo, en la medida
que aúna la liberación de las mujeres como el anarquismo. En la obra ya citada
del autor de este trabajo (2003), además de utilizar en el título
también este término, se alude a un feminismo implícito.
[38] Nash
(1975), Ackelsberg (1999) y García-Maroto (1996).
[39] Como muestra, las palabras de la propia Lucía Sánchez Saornil: “para un anarquista antes que todo y por
encima de todo está el individuo” (Solidaridad
Obrera, 15-10-35).
[40] Teresa
Claramunt, “A la mujer”, revista Fraternidad, Gijón, 1899, citado en
Horowitz (1996)..
[41] Nash
(1976).
[42] Carta de
Lucía Sánchez Saornil a Mariano R. Vázquez, publicada en Solidaridad Obrera
el 2-10-35, citado en Mary Nash (1976).
[43] Nash (1999) y Ackelsberg (1999).
[44] Editorial de Mujeres Libres, n. 1, mayo de 1936, PSM-AGGCE.
[45] Editorial de Mujeres Libres, n. 1, mayo de 1936, PSM-AGGCE.
[46] En el
editorial del primer número se hacía referencia a que el término había sido
acuñado por el periodista francés Leopoldo Lacour. Ya en 1908 se había
publicado en Barcelona la obra de este escritor Humanismo integral: el duelo
de los sexos. Federica Montseny, a su vez, ya lo había utilizado en 1924 en
el artículo “Feminismo y humanismo” del número 33 de la Revista Blanca.
[47] Editorial de Mujeres Libres, n. 1,
PSM-AGGCE.
[48] Carta
de Lucía Sánchez Saornil a Mª Luisa Cobos, junio de 1936, PSM-AGGCE.