ustedes que al volver a casa
encuentran la comida caliente
y rostros amigos,
pregúntense...
(Primo Levi, "Si esto es un hombre", 1947)
Así alzó su voz ante el mundo el escritor judío,
horrorizado por lo que habían visto sus ojos.
Despojos de seres humanos,
secuelas de la maldad más extrema
salvajemente pensada por unos cerebros sin corazón
y ejecutada por unas manos sin alma.
A ninguno le tembló el pulso
cuando los reducían, sin apenas vida,
a esos amasijos de carne que dejaba ver sus huesos,
cuando los llevaban al matadero hasta asfixiarlos
o cuando los enterraban amontonados para hacerlos desaparecer.
A ninguno de esos malvados se le retorció el alma,
porque hicieron de su raza -proclamaban- la razón de su existencia...
Ahora contemplo la fotografía de una madre con su hijo.
El mismo cuerpo que los cuerpos que vimos décadas atrás.
El suyo, como tantos otros, consumido por el hambre.
El de tanta más gente, de todas las edades,
reventados por las bombas, por las balas o por el fuego.
Antaño lo hicieron por la raza.
Ahora, a ese niño y decenas de miles más de su pueblo,
lo hacen -lo proclaman- quienes se sienten elegidos,
sea en nombre de su Dios o lo sea por la razón que les viene en gana.
Si esto es un hombre..., preguntó, horrorizado, el escritor judío.
¿Y el niño de la fotografía?
Eso mismo pregunto al mundo.