martes, 24 de octubre de 2023

"Tomás Iglesias" (recordando una semblanza de 1999)


El otro día, dentro de la entrada que dediqué a Antonio Roldán sobre su último libro, dedicado a Tomás Iglesias, mencioné una semblanza al personaje allá por 1999. Como ya indiqué, lo hice en Debate Ciudadano de Barbate (n. 40, noviembre), que era el boletín de la Asamblea de IU de Barbate, donde participé en primera línea, tanto en su edición como en la aportación de artículos. En este caso "Tomás Iglesias" formó parte de los algo más que 30  personajes que conformaron una sección del boletín que llevaba el título de Galería. En algunas ocasiones he aprovechado algunos de estos personajes para darles entrada en mi cuaderno, como hice con Clara Campoamor, Blas Infante, Ernesto "Che" Guevara, Fermín Salvochea, Rosa Luxemburg o Hebe de Bonafini. En esta ocasión  le corresponde a Tomás Iglesias. 


Originario del municipio vecino de Conil, donde nació hace 50 años, este hombre ha sido protagonista tres años después de su muerte (Sevilla, 1996) de un episodio sorprendente, del que él mismo se sonreiría. Persona muy vinculada a la lucha política durante la transición, allá por los años 70, tuvo claro su opción por la gente más débil. Abogado de profesión y afincado en la capital andaluza, participó en la fundación del Sindicato de Obreros del Campo desde su puesto de asesor laboral, y puso su esfuerzo, su sabiduría y su ilusión en la defensa de la clase obrera y de las personas que el régimen franquista en decadencia se encargaba de encarcelar o multar por pedir libertad, amnistía o cosas por el estilo. Fue militante del Partido del Trabajo de España, ese pequeño, pero combativo, grupo que estuvo (y en parte continúa a través de buena parte de su antigua militancia) como el que más en la lucha por las libertades, la autonomía andaluza,  los derechos sindicales... Desaparecido su partido, no claudicó, continuando en su labor de abogado laboralista, denunciando la legislación que los gobiernos del PSOE introdujeron sobre flexibilidad laboral y buscando otros caminos, no por ello diferentes, como la fundación de la asociación Derechos y Democracia. Dichas estas cosas, Tomás Iglesias podría ser otra de tantas personas que van quedando en el recuerdo de su gente más allegada, como quienes tuvieron la idea de recordarlo a través de una calle de la Sevilla que lo acogió y que fue testigo de su abnegación. Lo malo es que ha habido también quienes han puesto el grito en el cielo en nombre de algo como que "lesiona considerablemente nuestros intereses económicos a la hora de valorar tanto nuestra propiedad como nuestra condición social". Hubieran preferido que la calle se llamara San Francisco de Asís, más rentable económicamente por lo que se ve. "Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen", se les podría contestar. Pero es que en este mundo, hoy como ayer, ser rojo (así se insultaba durante el franquismo a socialistas, comunistas, demócratas y demás) resulta al parecer poco rentable para tanto mercader (y aspirante a serlo) que pulula por ahí. Qué curioso, ¿verdad, Tomás? 

(Noviembre de 1999).