Me llegó
ayer un mensaje con el enlace de la intervención de Pablo Iglesias en la sesión del Congreso el pasado 17 de febrero y, más
concretamente, dentro del debate dedicado al papel de los medios de comunicación. Las
palabras que pronunció, como vicepresidente del gobierno, merecen ser escuchadas por los argumentos que esgrimió.
No tuvo tapujos a la hora de poner de relieve el poder que dichos medios tienen,
especialmente los grandes, así como la consideración de determinadas categorías
que se dan por ciertas, cuando no dejan de ser una patraña.
La idea principal de su intervención fue denunciar que buena parte de los medios de comunicación están sostenidos por potentes grupos económicos, lo que conlleva que la supuesta libertad de opinión e información en la práctica no es otra cosa que una forma de manipulación sobre la opinión pública. Como ha destacado Pascual Serrano, un conocido analista sobre los medios, hubo “algo excepcional en lo que sucedió”, pues Iglesias “tuvo el valor de, desde el cargo más alto de un país hasta ahora, en el lugar más legítimo y valioso de la democracia (el Parlamento), decir lo que nadie había dicho”.
A lo largo de los algo más de 12 minutos de su intervención
delimitó aspectos que deben estar claros, así como desmontó otros tantos
tópicos muy enraizados entre la opinión pública. Y es que los medios de
comunicación no deben arrogarse el monopolio de la libertad de expresión y de
información. Y más aún cuando, tal como señaló en un momento, en España el 80%
de la audiencia de televisión está acaparada por dos grupos privados, que
además concentran el 83% de la publicidad.
La libertad
de expresión pertenece al conjunto de la sociedad, que se puede ejercer individualmente,
a través de los diversos grupos y colectivos que la componen, o los propios medios
de comunicación, tanto públicos como privados. Pero sin perder de vista que en
estos últimos existe una intromisión de poderosos grupos económicos que interfieren de una manera permanente en la toma de decisiones
políticas para defender así sus propios intereses, sean los particulares de las empresas que los integran o sean los generales de la clase social de la que forman parte.
En este
sentido, Iglesias puso dos ejemplos. Uno, el referido a las presiones recibidas por Pedro Sánchez
en 2016 desde varios grupos de comunicación para que no llegara a un acuerdo
con Iglesias. No se refirió a lo que vino meses después, cuando acabó siendo defenestrado de su propio partido por cumplir su dicho de "no es no", negándose a respaldar la investidura de Mariano Rajoy. Y el otro ejemplo, más reciente, la campaña lanzada contra la ley sobre la
publicidad en el juego y las apuestas deportivas que promovió el ministerio de Consumo, que tiene a Alberto
Garzón al frente.
Se puede añadir otro ejemplo, éste por mi parte, como lo que está ocurriendo en torno al tratamiento de las movilizaciones contra el encarcelamiento de Pablo Hasél. Se tiende a destacar mayoritariamente desde esos medios la violencia de grupos minoritarios -sobredimensionándola-, ocultando la actitud pacífica mayoritaria de quienes asisten, ocultando o minimizando la que proviene de las fuerzas del orden público, y responsabilizando de distinta manera a Unidas Podemos e incluso al propio presidente del gobierno.
Desde estos
medios, así mismo, se airea que su legitimidad proviene de la audiencia que
tienen. Ayer mismo se ha podido oír esto por boca de una conocida presentadora de
un programa televisivo, una forma de contestar a lo que Iglesias dijo sobre la naturaleza
democrática de las instituciones que nos representan por ser elegidas, que en
el caso de las Cortes no son otra cosa que la sede de la soberanía popular. De
esta manera, lo que se quiere es equiparar perversamente dos legitimidades,
menospreciando aquella que tiene su origen en las elecciones.
Por último, está la apropiación
que los grupos mediáticos hacen de la libertad de información y opinión. Y esto
tiene una derivación, como es su oposición
a que se pueda legislar para impedir que lo que emiten o publican falte a la
verdad.
En 2010 se publicó un libro del antes aludido Pascual Serrano, cuyo título es muy revelador: Traficantes de información. La historia oculta de los grupos de comunicación en España (Madrid, Foca). Llegué a dedicarle una entrada ("Quiénes y cómo nos manipulan. A propósito de un libro de Pascual Serrano"), como también tengo abierta en este cuaderno una etiqueta específica, "Medios: verdades y mentiras", en la que llevo incluidas, contando ésta, nada menos que 64 entradas. Pero volviendo a lo que nos ocupa, quiero reproducir en este escrito unas palabras que Serrano escribió en su libro: "un sistema que permite la concentración y no limita el poder lo que desencadena no es mejorar la posición del medio frente al poderoso sino permitir que sea éste -mediante bancos, financieras, grupos industriales, etc.- quien acumule todo el control y nadie pueda hacerle sombra".
Porque -y ahora con las palabras finales de la intervención de Iglesias- hay que seguir "diciendo la verdad sobre cómo funciona el poder en nuestro país".