Anteayer
tuvo lugar la comparecencia en una comisión del Congreso del que fuera director
de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso. Estaba presente el eco
de la publicación de la grabación hecha a la conversación mantenida con el
anterior ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, en la que aparecen las
maniobras contra dirigentes de la antigua CiU.
De lo
ocurrido en la comparecencia poco se ha informado sobre lo que importaba. Ha
trascendido más la bronca entre De Alfonso y el diputado de ERC Gabriel Rufián.
De éste no me ha gustado ni la forma ni el tono. El empleo de determinados
calificativos (gánster, mamporrero, lacayo, etc.) y las continuas
interrupciones a De Alfonso lo único que han hecho ha sido desviar la atención
de lo más importante. Es cierto que el antiguo director de la Oficina
Antifraude a veces no se quedó corto en sus palabras (gallina, está haciendo
honor a su nombre, etc.), pero el caso
es que se salió con la suya de hablar poco, por no decir nada, sobre el
escándalo.
El mal
uso de las formas no debe ser motivo para olvidar el fondo, pero hay veces que
da lugar a que sí ocurra. Y Rufián, con su actitud, metió la pata y De Alfonso se escaqueó por ello.