miércoles, 1 de marzo de 2017

De la clandestinidad a la legalidad. El PTE y la JGR en Salamanca (1974-1980)

Se trata de una de las dos comunicaciones enviadas al Congreso “Las otra protagonistas de la Transición. Izquierda radical y movilizaciones sociales”, celebrado en Madrid durante los días 24 y 25. El texto no tiene notas a pie de página, como se indicaba en las condiciones de participación, si bien posteriormente se enviará el texto definitivo, donde podrán hacerse las modificaciones pertinentes e incluir las notas que se consideren oportunas. Su contenido también se encuentra en la página electrónica del Congreso, dentro de la mesa "La experiencia militante: memorias y trayectorias".


I. Seis años de Historia

Los primeros momentos (de septiembre de 1974 a septiembre de 1975)

Los orígenes del Partido de Trabajo de España (hasta 1975, Partido Comunista de España Internacional) y de la Joven Guardia Roja en Salamanca se encuentran en el verano de 1974, con la llegada a la capital de un militante procedente de Valladolid con el fin de sentar las bases de una organización en la ciudad. Pronto captó para la JGR a varios estudiantes, que ya se habían destacado en asambleas, manifestaciones y actos antifranquistas.

A lo largo de 1975 fue cobrando más vida, mejorando su organización e integrándose en la Junta Democrática (que dio paso a la nueva denominación de PTE), participando en la creación de juntas democráticas de base. Tuvo que rivalizar con otros grupos de izquierda más implantados: sobre todo, el PCE, pero también las Plataformas Anticapitalistas, Liberación y LCR.

La militancia mantuvo un elevado grado de activismo, que contrastaba con las mayores preocupaciones teóricas de otros grupos. Pese a ello la dirección regional mantuvo una fuerte presión contra lo que consideraban un comportamiento tachado de “liberal” en parte de una militancia acostumbrada a compatibilizar sus tareas políticas con las más lúdicas.

Entre la crisis y la reorganización (de septiembre 1975 a septiembre de 1976)

Las movilizaciones contra las ejecuciones de septiembre de 1975 tuvieron repercusiones muy negativas. La detención de uno de sus militantes durante una manifestación casi llevó al desmantelamiento del grupo. Pronto la situación fue recomponiéndose tras la salida de la cárcel de los detenidos y la llegada de más militantes. Ésta fue mayor en institutos y asociaciones juveniles de barrio, donde actuaba la JGR. El movimiento obrero empezó a ganar algún adepto, aunque era su talón de Aquiles. En general la militancia estuvo presente en las distintas movilizaciones del momento: universitarias, antinuclear, vecinales, huelga de la construcción, matanza de Vitoria o por la amnistía. Incluso llegó a fletar los autobuses del Festival de los Pueblos Ibéricos de Madrid.

A principios de 1976 la JGR impulsó la Asociación Democrática de la Juventud, lo que la abrió a nuevos ámbitos, sobre todo de los barrios, llevando a cabo durante el verano una actividad intensa, incluidas las movilizaciones de protesta por el asesinato de Francisco Javier Verdejo en Almería.

La recuperación (de septiembre de 1976 a junio de 1977)

La llegada de un nuevo cuadro político desde Valladolid potenció la célula de movimiento obrero, que empezó a sentar las bases de lo que sería la Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores. La militancia universitaria prácticamente se renovó, a la vez que diversificó sus actividades entre lo propiamente estudiantil, las mujeres, a través de la Asociación Democrática de la Mujer o las amas de casa, y el apoyo a los barrios. No faltó la relación con la Unión Democrática de Soldados con los jóvenes que llegaban para hacer la mili. La JGR, en fin, prosiguió extendiéndose en los institutos y barrios.

Pese a ello, el PTE seguía siendo un grupo limitado en número, compuesto por gente muy joven y todavía con un claro predominio de estudiantes. Los intentos por llegar al profesorado e incluso al mundo rural fueron infructuosos.

La presencia en las movilizaciones no faltó nunca, como la lucha por la amnistía, la primera habida en favor de la autonomía de Castilla y León, el entierro del abogado de la calle de Atocha Serafín Holgado e incluso la convocatoria en solitario de una manifestación el mismo día que se celebró el referéndum de la reforma política.

Las elecciones de junio de 1977

En las semanas anteriores a las elecciones desplegó una gran actividad, incluida la venta callejera de La Unión del Pueblo, el nuevo periódico surgido tras la unificación con el PCU. No faltaron actividades de diverso tipo para recaudar fondos y la apertura de una sede céntrica, que permitió visibilizar la presencia en la capital.

Dentro del Frente Democrático de Izquierdas el PTE configuró una lista con la presencia de la JGR, la CSUT, la ADM y el Partido Socialista Independiente, que encabezó efímeramente la candidatura. Entre los actos organizados, incluso por varios pueblos, llegó casi a llenar el Pabellón Municipal de Deportes.

Los resultados electorales fueron 872 votos y 0,45%. El hecho de haber podido exhibirse ante la población, con el doble efecto publicitario y catárquico, fue valorado positivamente por la militancia. La decepción vino de otros lugares (Barcelona, Sevilla, Madrid), donde se habían albergado esperanzas.

Legalización y adaptación a una nueva situación (de julio de 1977 a enero de 1978)

El impacto de las elecciones alejó a una parte reducida de la militancia, aunque en líneas generales el grueso se mantuvo. A la vez continuó el crecimiento y se buscaron nuevas formas de organización, más acordes con una realidad política nueva. A ello contribuyó la legalización el 9 de julio. Una campaña de afiliación tuvo bastante éxito inicialmente, hasta el punto que la militancia rozó el centenar. Se formaron un comité provincial y un comité ejecutivo. Se sustituyeron las antiguas células sectoriales por otras territoriales (barrios y Béjar), si bien pronto se acabó volviendo a lo anterior, principalmente orientándose a la organización de la CSUT, la Universidad y el desarrollo de la JGR.

Las prioridades políticas se centraron en la lucha contra la política económica del gobierno y por autonomía castellano-leonesa, acompañada de la participación en movilizaciones, el empleo de los medios de comunicación, la venta de La Unión del Pueblo, etc.

Una nueva reorganización (de enero de 1978 a marzo de 1979)

La marcha a Valladolid de los dos principales dirigentes obligó a un reajuste en las responsabilidades, lo que supuso un estilo de trabajo de mayor colaboración y con una toma de decisiones más participativa. Aun con ello la situación interna tendió a hacerse más difícil por el progresivo distanciamiento de militantes. A eso se unía la preocupación por determinados comportamientos, que fueron motivo de discusiones. En el estudiantado se criticó la tendencia a priorizar la discusión política y entre la gente del mundo del trabajo, su mayor dedicación al sindicato.

Políticamente se siguieron priorizando los temas antes aludidos, a los que se añadió en el último trimestre de 1978 el debate sobre la Constitución. El agravamiento de la crisis económica dio lugar a varios conflictos laborales, en los que a través de la CSUT se intentó incidir: luchando contra el gobierno y denunciando lo que se consideraba como reformismo sindical de CCOO y UGT. La celebración del 1 de mayo de 1978 escenificó un distanciamiento que luego se reprodujo durante la huelga de la construcción en verano y la de la fábrica Papelera, a principios de 1979. En las primeras elecciones sindicales la CSUT tuvo unos resultados modestos, pero acordes con los sectores donde tenía presencia: 15 delegados y delegadas, que representaban el 1,32% del total, y que se circunscribían sobre todo al Hospital Clínico, la Papelera, ACUSA (comercio) y la hostelería.

En cuanto al debate en torno a la Constitución se apoyó, salvo alguna discrepancia, el cambio de postura de la dirección federal, que había acabado propugnando un sí crítico. La célula universitaria organizó con éxito unas jornadas en la facultad de Derecho, dada la altura académica de quienes intervinieron, el numeroso público que asistió y la calidad de los debates, donde faltaron posturas diversas.

Las elecciones generales y municipales de 1979

Las elecciones generales se plantearon con el objetivo ver reconocido el trabajado realizado y ser la primera fuerza política a la izquierda del PCE. Los resultados siguieron siendo muy modestos, aunque supusieron un avance en votos: 1.133 y 0,6%, en la provincia, y 653 votos y 0,85%, en la capital. Fueron valorados positivamente y más teniendo en cuenta que en Salamanca se presentaron cinco listas de la izquierda radical. El que el PTC-L fuera el más votado se puede explicar por una implantación más estable, una mejor organización y una mayor influencia social.

La no obtención de diputados llevó a que las dirigencias del PTE y la ORT anunciaran la unificación, algo que fue acogido con ilusión en Salamanca. Ante la premura de las elecciones municipales, la fórmula pactada de retirada de las candidaturas del partido menos votado en las generales en cada municipio, llevó a que fuera el PTC-L quien acabara presentándola en tres municipios. La lista de la capital se correspondía con la composición de su militancia: mayor presencia de personas del mundo del trabajo y la CSUT, y claro predominio de varones y gente joven. En Arapiles y Santa Marta las candidaturas se confeccionaron con independientes y gente de la CSUT. El comité de campaña lo formaron miembros de los dos partidos.

Los resultados en la capital decepcionaron, al no obtener una concejalía esperada: 1.353 y 2,1%. Pero la sorpresa vino de Santa Marta (20,6%), con dos concejalías, y Arapiles, con tres (37,1%) frente a los cuatro de UCD.

La fusión PTE-ORT: el Partido de los Trabajadores (de abril 1979 a enero de 1980)

La unificación no generó problemas en el reparto de responsabilidades y durante el verano se desarrolló una intensa actividad, relacionado con una nueva huelga en la construcción, la oposición a la fábrica de combustible nuclear o solidaridad con la revolución nicaragüense. El inicio del curso académico coincidió con el debate sobre la LAU y el Estatuto de Centros Docentes, y en el mundo laboral, con el del Estatuto de los Trabajadores, dando lugar a un otoño y un invierno calientes, donde nunca faltó la presencia de la militancia del PT.

El proceso autonómico se vio condicionado por la escasa representación del PT en la región. Partidario de la vía artículo 151, la mayor presencia de la derecha (UCD y AP) y la pasividad del PSOE y el PCE frenaron que se caminara en esa dirección.

El final del Partido de los Trabajadores (de enero a marzo de 1980)

Desde fuera se fueron constatando dos culturas políticas diferentes, con un PTE que ya había empezado a prestar más atención a los nuevos movimientos sociales (ecologismo, pacifismo), sin renunciar a su tradicional vinculación con las luchas obreras, y una ORT seguidora de unos presupuestos políticos y organizativos más tradicionales. Otro factor fue el cansancio derivado del fracaso político, patente en las cúpulas dirigentes y también en el constante goteo de abandonos en la militancia.

La llegada de noticias de las disensiones provocó en la antigua militancia del PTE un reagrupamiento. La discusión del documento Una fuerza para una nueva civilización, elaborado por Eladio García Castro y Enrique Palazuelos, fue asumido por la mayoría de la militancia salmantina, que envió incluso a un representante a la asamblea celebrada en marzo en Madrid, donde se acabó decidiendo la autodisolución.

El paso siguiente fue el de constituirse como colectivo autónomo, dedicado a la reflexión y el debate político, y la participación en distintos movimientos, una fórmula utilizada en muchos lugares. Este colectivo siguió manteniendo contactos esporádicos, pero cordiales, con militantes de Valladolid.

Tras la autodisolución

Pronto la militancia fue desperdigándose, a la vez que se orientó hacia otros grupos. Una parte lo hizo hacia el Comité Antinuclear de Salamanca. La CSUT, por otro lado, siguió funcionando durante algunos meses. Todavía en las elecciones sindicales de 1980 consiguió alguna representación (8 delegados y el 0,7%), pero acabó dividiéndose sobre la entrada en CCOO.

Con el tiempo, pues, se fueron diversificando las opciones personales. Una parte, la mayor, abandonó la lucha política. Algún dirigente de la CSUT y los dos principales de la ORT acabaron en el PSOE. No faltaron quienes se integraron en el movimiento contra la OTAN, el ecologista y antinuclear, las acciones de solidaridad con los países de América Latina, las movilizaciones obreras, el nacimiento del periódico Liberación o el incipiente movimiento nacionalista castellano.


II. UNA APROXIMACIÓN SOCIOLÓGICA DE LA MILITANCIA

(Esta parte está basada principalmente en una encuesta a 13 exmilitantes del PTE, en su mayoría estudiantes, que la contestaron entre 2002 y 2004).

El origen social

Se trataría de personas que en su mayoría se encontraban en una situación de dependencia familiar, tanto por ser en su mayoría estudiantes como por su juventud. Pertenecían a los estratos medio-bajos y bajos de la sociedad, mayoritariamente de personas asalariadas.

El modelo familiar en que vivían era el típico del momento, con un padre que aportaba prácticamente la totalidad de los ingresos económicos y una escasa incorporación de las madres al trabajo extradoméstico.

Un perfil urbano, propio de una capital de provincias no industrial, con predominio de los servicios y cierta presencia del sector de la construcción.

El número

El número total de personas que militaron en el PTE a lo largo de todo el periodo no fue inferior a 83 y con la suma de ORT, a 89, pudiendo haber superado el centenar.

En el verano de 1977, conseguida la legalización, no fue inferior al medio centenar, con una lenta tendencia a la baja en los años siguientes. La ORT en 1979 aportó un número reducido de militantes (6, en concreto). En el tramo final, ya en 1980 y fracasada la unificación, el número se redujo a unos 25 militantes.

La duración de la militancia

El promedio fue de 2,2 años, un tiempo que se puede calificar como corto, teniendo en cuenta que supone aproximadamente la tercera parte de la vida. Un 36% apenas militó hasta un año, que con quienes estuvieron entre uno y dos años representaron la mitad del total.

La otra mitad militó, al menos, 3 años. Una cuarta parte lo hizo durante ese tiempo y la otra osciló entre los 4 y los 6 años. Sólo un 5% del total llegó a los 6, pero en ningún caso se correspondió con las personas que iniciaron la militancia en 1974.

Reparto por sexos

La relación entre varones y mujeres fue de 8 a 2 a lo largo de todo el periodo. Por momentos osciló entre 7 a 3 en el verano de 1977 y 9 a 1 en marzo de 1980.

En el sector de estudiantes las diferencias eran algo menores (24% de mujeres) y en el de quienes trabajaban, mayores (14%). La ORT aportó una ligera subida de la militancia femenina (20%) entre quienes realizaban trabajos remunerados.

La edad

La candidatura de las elecciones municipales de 1979 tenía una media de 23 años, aportando el grupo de 21 a 25 años la mitad de sus miembros, y quienes tenían 19 ó 20 años, el 28%. Por encima de 25 años sólo había un 20%, habiendo sólo una persona que superaba los 30 años.

En los años anteriores la edad media pudo ser menor y, en todo caso, con el paso de los años la edad media fue subiendo.

El inicio y el final de la militancia

Entre 1975 y 1976 las incorporaciones representaron el 40% del total, una cantidad nada desdeñable, teniendo en cuenta las condiciones de clandestinidad. La participación activa en la Junta Democrática (1975) y Coordinación Democrática (1976), y las movilizaciones de 1975 y 1976, en plena pugna de los proyectos políticos de la transición, pueden explicarlo.

1977 marca el momento de mayor afluencia de militantes, aproximadamente la mitad del total, coincidiendo con los meses previos a las elecciones de junio y la legalización del partido en julio. Las incorporaciones provinieron en gran medida de las organizaciones del entorno: ADM, JGR y CSUT.

Desde 1978 las entradas fueron bastante menores (8%) y en casi todos los casos de ese año. Existe una correlación con el reflujo de las movilizaciones, paralelo al llamado desencanto, pese al interés por mantener la tensión social y política en el mundo sindical, la lucha por la autonomía, y las movilizaciones vecinales y estudiantiles.

El momento en que se pone fin a la militancia también tiene a 1977 como el de mayor número, equivalente a la tercera parte. Salvo el caso de dos dirigentes que se trasladaron a Valladolid y algún otro de desilusión por los resultados electorales, la mayoría se corresponde con gente que permaneció muy poco tiempo, posiblemente con poco convencimiento político y la constatación de la escasa influencia del partido en la sociedad.

Los abandonos en los años anteriores sólo representan un 10% del total, aunque en términos relativos resultan mayores. Los tres casos de 1975 se correspondieron con su marcha de la ciudad: dos, por finalizar sus estudios; y el tercero, para regresar a Valladolid. Distinto fue lo ocurrido en 1976, con la marcha hacia otras organizaciones (dos, al PCE, y una, a la LCR) o la falta de motivación (tres casos).

En los dos años siguientes el número de militantes se estabilizó. Quienes decidieron quedarse, aguantaron más. Las salidas de 1979, en parte compensadas con la unión con la ORT, tuvieron que ver sobre todo con la desilusión política. Al final de la vida del PTE todavía había aproximadamente 25 militantes, que en parte conservaron determinados lazos.

El perfil socioeconómico

El 90% de la militancia estuvo formada por estudiantes y gente con trabajo remunerado. El resto (amas de casa, jubilados y sin clasificar) apenas tuvo relevancia.

El sector más numeroso fue el de estudiantes, si bien fue de más a menos en términos relativos. Lo contrario que la militancia con trabajo remunerado, que tuvo en los dos primeros años una presencia minoritaria. A partir del verano de 1977 la situación se invirtió, con una proporción de 6 a 4 a favor de las personas con trabajo remunerado. En 1979, antes de la unificación, y en 1980, en el momento de la autodisolución, la situación era de paridad. La unificación con la ORT supuso de nuevo una mayoría de personas con trabajo remunerado.

En la militancia con trabajo remunerado predominaban quienes no tenían cualificación, oscilando entre el 70% del verano de 1977 y el 85% de marzo de 1979. El personal de servicios tuvo una escasa presencia, aunque continuada, mientras que el grupo de profesionales y cuadros medios sólo estuvo presente en 1977. Se dio también el caso de un joven agricultor, cuya militancia se redujo a varios meses durante 1977.

Entre los varones la mitad tenía un empleo más o menos permanente, cerca del 20% se encontraba en paro y la tercera parte eran estudiantes. En el caso de las mujeres las estudiantes representaban la mitad, repartiéndose el resto entre amas de casa, asalariadas o desempleadas.


III. MEMORIA DE LA EXMILITANCIA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XXI

(Basada en la encuesta referida en la parte II).

El tiempo y las razones para militar

Inicio y fin de la militancia

Uno de los rasgos más significativos es la edad temprana en que iniciaron la militancia en el PTE y la JGR. En casi todos los casos no cumplían la mayoría de edad de 21 años. En su mayor parte lo hicieron entre los 15 y los 19 años, y preferentemente, cerca de la mitad, entre los 17 y los 18, coincidiendo con los años finales de la enseñanza media, especialmente el COU, o los dos primeros años de carrera universitaria.

En el recuerdo de las razones que les llevaron a la militancia predomina la idea del antifranquismo o la lucha contra la dictadura. No faltan tampoco el deseo de un cambio social, los anhelos de libertad, democracia e incluso de la república, o el cambio hacia el socialismo o el comunismo.

En cuanto al final de la militancia, la mayoría lo hizo con la autodisolución en 1980, destacando que no hubo abandono individual. Quienes lo hicieron con anterioridad son militantes de primera hora, con inicio en 1974 ó 1975, a quienes las elecciones de 1977 afectaron de una forma importante, reprochando la división de la izquierda.

En su mayoría nunca abandonaron la militancia una vez que la iniciaron. Una cuarta parte, además, estuvo en 5 de los 6 años de vida del partido o la organización juvenil.

La práctica de la militancia

La actividad fue muy intensa, con un grado muy elevado de dedicación. Hay en común un claro componente de “satisfacción personal”, con alusiones a “espíritu de entrega”, “activismo”, “cultivo de la camaradería”, “amistad” o “ilusión”. También señalan la militancia como una escuela para la vida, el conocimiento de la realidad social y política, y de maduración personal. Otros aspectos señalados son “la política antirreformista”, “la práctica del marxismo” o “la coherencia”. En un caso, quizás cargado de nostalgia, se dice que “conocí a la mejor gente de mi vida”.

En lo negativo destacan varias referencias al sectarismo, con alusiones puntuales a la “utilización partidista de los movimientos sociales”, el “dogmatismo”, el “burocratismo”, la “rigidez” de algunas personas, el “seguidismo acrítico de la dirección”… Puntuales también son las referencias a la baja formación para la actividad clandestina, la baja formación política o la aceptación de la Constitución de 1978. Y de otro signo están las alusiones a las repercusiones en la privacidad. No falta algún caso referido a la desilusión de los momentos finales del PTE y la JGR.

En el balance general resulta abrumadora la valoración positiva. Sólo en un caso se califica la experiencia como agridulce y en otro se contrapone lo positivo y lo negativo. No ha faltado quien mantiene que el PTE “tenía un verdadero proyecto de izquierda, pero careció de base social”.

El papel del PTE

En general se conserva una memoria del momento importante vivido, no intentando tanto medir el grado de sus aportaciones como desentrañar las claves de la apuesta política. Sigue presente la conciencia del esfuerzo realizado y se destaca en varias ocasiones el papel jugado con relación a lo que acabaron siendo el PCE y sobre todo el PSOE. En esa dirección se inscriben expresiones como “obligó a otras fuerzas a mantener la tensión” antifascista; “sirvió de referente frente al entreguismo del PCE”, con una coletilla sobre el PSOE, del que se dice que “no existía”; o jugó un “papel de choque entre los izquierdistas y el PCE”.

Se mencionan como logros el fomento de un sindicalismo combativo (CSUT y SOC), la actividad política en la Universidad o la participación en las movilizaciones generales. Sobre el papel jugado por el PTE no se hacen grandes alardes, pero se califica en general como “muy positivo”. Hay quien ha buscado un equilibrio: “modesto, pero importante”. Y quien dice que “los resultados los obtuvieron los partidos históricos”.

¿Dónde están? ¿Qué hacen?

La situación ha cambiado sustancialmente. Se da un predominio de los estratos sociales intermedios y dentro de ellos, las nuevas clases medias, lo que se puede explicar por el hecho de la mayor parte de las personas encuestadas eran estudiantes. Es decir, una movilidad social generacional ascendente propio de los países europeooccidentales entre los años sesenta y ochenta, dentro del tránsito hacia sociedades industriales, primero, y de servicios, después.

Las dos terceras partes muestran una postura escéptica: una tercera, que el PTE no tenía ninguna perspectiva política, y el resto se reparte entre un interrogante, “muy difíciles”, “nada halagüeñas” o una “visión futura pesimista”. El pesimismo se argumenta desde el triunfo del “neoliberalismo” o la “tendencia económica centralizadora-globalizadora”. En un caso se añade a “de momento” el “a veces sueño con el retorno de la izquierda”.

La otra tercera parte manifiesta una actitud política presente activa. Expresiones como “democratizar y humanizar el modelo político”, “avanzar hacia un mundo más centrado en lo social”, “seguir luchando desde la izquierda para mejorarnos como humanos”, “paz, justicia social, profundización de derechos y libertades”, “una alternativa política, social y sindical” o “una especie de revolución cultural, autocrítica, científica y participativa” resultan altamente reveladoras. Muestran una permanencia de valores de su juventud, aunque con cierto énfasis en otros hoy más asumidos socialmente: democratizar, humanizar, derechos, libertades...

Un poco más de la mitad ha manifestado mantener una actividad política, siempre en el campo de la izquierda. El resto ha abandonado cualquier atisbo de lucha política activa, manifestando sus opciones de distinta manera, como la abstención o el voto a alguna opción de izquierda. Dos encuestados han manifestado pertenecer al PCE y/o IU y, a la vez, a CCOO, y otros dos haberlo hecho en Izquierda Castellana (antes, UPC). Dos han estado vinculados en algún momento al movimiento ecologista. En general predomina la condición de independiente.

Entre 1977 y 1979, mientras existía el PTE, más de la mitad no tenía edad para votar. Dos no votaron por el FDI: uno lo hizo por el PCE y el otro se abstuvo. Dos años después el grueso de las personas encuestadas, un 70%, optó por el PTE.

Las elecciones del 82 dividieron el voto entre PSOE y PCE por igual (40%), mientras el resto se abstuvo. En los años siguientes la abstención fue ganando terreno, en torno al 50%, hasta el año 2000, en que se redujo a un 30%. En 2004 volvió a subir, hasta alcanzar el 65%.

El voto ha tenido en IU la opción más preferida desde 1986 y sobre todo entre 1989 y 1996. La cota más elevada de apoyos la tuvo en 1989, con un 55%, estando en el 45% en 1993 y 1996. Tras un descenso llamativo en 2000, con el 20%, cuatro años después subió al 35%. El PSOE ha sido la segunda de las opciones preferidas: en 1979 fue la opción de una de las personas encuestadas, alcanzando el 40% en 1982, reduciéndose en las siguientes y no recibiendo ningún apoyo en 1989 y 2004. Además de IU y PSOE, hubo una preferencia por Izquierda Castellana.


(Imagen: montaje desde pegatinas, fotografías y calendarios de la época)