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miércoles, 23 de noviembre de 2016
Morirse haciendo un favor (Rita Barberá)
Rita Barberá ha aparecido muerta esta mañana. Un infarto se la ha llevado por delante. Después de haber sido durante casi un cuarto de siglo alcaldesa de Valencia y haberse sentido intocable, hasta hace año y medio ella misma se consideraba la reina de los mares. O la alcaldesa de España. Militante de AP de primera hora, de cuando Manuel Fraga fundó el partido en otoño de 1976, llegó a la máxima gloria de una persona como ella. Más que del cargo, que también, presumía de sentirse la primera. Sí, porque todo el mundo de lo que acabó siendo el PP la alababa, la piropeaba... Se sentía la primera, con prestigio suficiente como para rechazar haber sido presidenta de la Comunidad Valenciana y hasta ministra. Lo suyo como regidora de la capital valenciana resultaba más barato y más gratificante. Con un coste cero en popularidad. Subida a la cresta de la ola, desde ella se consideró una especie de rey de Midas. Eran los tiempos en que mucha gente miraba para otro lado, aun cuando el derroche y los indicios de corrupción fueran evidentes. Se le perdonó después cuando las evidencias se trocaron en imputaciones y condenas para las personas que le rodeaban. Se dejó llevar por Rajoy, su gran valedor -como antaño fue ella la que le mantuvo al frente de la secretaría del partido cuando nadie daba un duro por el gallego ante un Zapatero que parecía invencible-, para volver a presentarse a las elecciones de 2015. Pero el hostiazo fue horrible, quedando marcada para siempre. Lo que vino después, en pleno desprestigio del PP, fue la protección de su partido, que la nombró senadora y luego miembro de la Diputación Permanente del las Cortes. Una forma de mantenerla aforada para dilatar su procesamiento por corrupción. Pero llegó lo que tenía que llegar y tuvo que darse de baja del partido. Acabó siendo una apestada. Les quitaba votos. Las imágenes recientes de la sesión de apertura de las Cortes viéndola sola y suplicando a Marguis que la saludara fueron patéticas. Su presencia el lunes en el Tribunal Supremo para declarar y sus palabras de "yo no sabía nada", a modo de disco rayado, fueron la antesala de quien, siendo ya un cadáver político, acabó siéndolo también de verdad. Esta mañana se ha asistido a una ceremonia de la hipocresía. Lógico en la derechona, que es falsa a más no poder. De lo que no cabe duda es que Rita se ha ido a la tumba con los secretos. Su partido, que tanto le debía para unas cosas -tenebrosas, por supuesto-, se ha quedado por fin tranquilo. Y de paso hasta la pueden convertir en una mártir. Hasta en esas cosas creen.