Más de una vez he pensado en la forma de preparar algo sobre Fidel, consciente que por la edad le quedaba poco tiempo y después, además, de una vida agitada y haber superado incluso una grave enfermedad hace una década. Ya me costó escribir algo sobre él este verano pasado, al que le dediqué unas líneas breves que titulé "Fidel Castro, un gigante del siglo XX y del tiempo". Era una forma de homenajearlo, coincidiendo con su aniversario, en el que cumplía ya noventa años.
De y sobre Fidel he leído mucho. Desde un lado y desde otro. Desde quienes lo han odiado a muerte hasta quienes lo han ensalzado acríticamente, pasando por quienes con mayor o menor grado de apoyo o rechazo han tendido a considerarlo como un personaje que ha contribuido en gran medida a que el mundo haya sido de otra manera durante la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI.
Negar la relevancia suya como líder de un pueblo atrevido y orgulloso que dijo "¡basta!", sería, más que injusto, que lo es, de ignorantes. Fidel fue el líder de una parte muy grande del pueblo cubano que se enfrentó al gigante del norte, el imperio que seis décadas antes tomó el relevo de otro imperio, el español, para seguir sojuzgado a sus gentes. Fidel fue heredero de una tradición que arranca, al menos, del siglo XIX en su lucha por la independencia como colonia española. En la línea de Carlos Manuel Céspedes, Antonio Maceo, Máximo Gómez y, sobre todo, José Martí, sin olvidar a la mayoría guajira y esclava que aportó el grueso de las tropas de mambises que luchaban por el anhelo de ser parte que le correspondía como humanidad.
Fidel encabezó en los años cincuenta del siglo pasado una lucha de liberación nacional, pero cargada de carácter popular, para dotar a quienes vivían en la Isla de la dignidad que carecían. Con él estuvieron al principio unas cuantas personas aguerridas, en el cuartel Moncada o en Sierra Maestra, que no tuvieron miedo a Batista, a su ejército, a la oligarquía del país y al propio imperio del norte. Fueron Abel Santamaría, el Che, Raúl, Camilo Cienfuegos, Celia Sánchez, Vilma Espín y tantas más, que luego se convirtieron en miles y cientos de miles hasta el triunfo definitivo en enero de 1959.
Lo que vino después fue la lucha de un pequeño país, con un pueblo cargado de razón y esperanza, contra un gigante. Nada volvió a ser como antes, porque con Fidel y su gente la historia de los pueblos de América empezó a cambiar. En su discurso de febrero de 1962 ante cientos de miles de compatriotas dijo: "Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente".
Cuba ha ido ganando en dignidad y, aunque sigue siendo un país pobre comparado con los más ricos, supera en demasía en su capacidad para redistribuir igualitariamente lo que tienen y proyectarlo a otros países mediante misiones de solidaridad. Sus gentes saben lo que es disponer de una educación y una sanidad universal y envidiable hasta para los países más ricos; de vivienda y servicios domésticos, como el agua o la electricidad, a precios asequibles; el acceso a la tierra, cuando antes la oligarquía agraria acaparaba la mayor parte...
El continente americano, después de décadas de luchas y con ellas de golpes de estado y represiones sangrientas, ha ido ganando en los últimos años espacios de libertad y dignidad. A finales del siglo XX fue en Venezuela, liderada por Hugo Chávez, donde se encontró un nuevo camino, para seguir después en Bolivia con Evo Morales, Ecuador con Rafael Correa o Nicaragua con Sergio Ortega. En otros países también lo intentaron, alcanzando momentos de soberanía de mayor o menor duración, como Brasil, Uruguay, Argentina, El Salvador, Paraguay u Honduras.
En una entrevista que le concedió a Ignacio Ramonet en 2006 fue muy claro cuando aludió a la supuesta crueldad que le han achacado: "Creo realmente que un hombre que ha dedicado toda su vida a luchar contra la injusticia, contra a opresión de todo tipo, a servir a los demás, a luchar por los demás, a practicar y predicar la solidaridad, pienso que todo eso es incompatible con la crueldad" (Cien horas con Fidel, La Habana, 2006: 634).
Hay una biografía de Katiuska Blanco que recomiendo: Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz (Tafalla, Txalaparta, 2006). Está dedicada a la primera parte de su vida y en ella se puede ver cómo fue forjando su personalidad. Desde su nacimiento en el seno de una familia ubicada en el extremo oriental de la isla, con un padre terrateniente y pese a ello en contacto permanente con la dura realidad de las gentes que allí vivían. Hasta su llegada a La Habana como estudiante universitario, donde fue tomando una conciencia política en la que aunó su rebeldía primaria formada en los anteriores y la que se dotó de los instrumentos ideológicos que fue adquiriendo mediante el estudio y el análisis de la realidad. No comprender esto impide que entendamos el grado de protagonismo que Fidel acabó alcanzando.
Silvio Rodríguez dijo en cierta ocasión de él: "Yo no sé si él cree que es posible el cielo en la Tierra. Él lo que sí cree es que es imposible no luchar por eso. Va a prevalecer su dignidad, su sentido de los principios, su visión de la historia".