La nueva vuelta de tuerca imprimida por el gobierno de Valls afecta ahora a la reforma laboral, en cuyo texto se pretende flexibilizar más aún las relaciones laborales y en ella la autonomía de las empresas, permitiendo contrataciones al margen de los convenios colectivos y del código de trabajo, y abaratando el despido. Lo que ya conocemos en España, que está suponiendo el abaratamiento de la mano de obra, su precarización y la pérdida de derechos sociales. Y, sobre todo, la condena de por vida de las generaciones más jóvenes.
La reacción de la sociedad francesa, que parecía dormida en sectores tradicionalmente combativos, no se ha dejado esperar. Si hace unos meses ya sorprendió el surgimiento del movimiento de protesta Nuit Debout, con ciertas semejanzas al movimiento de la indignación español, ahora las protestas se han redoblado desde los ámbitos sindicales y estudiantiles. Cada vez hay más gente en las calles y en los propios centros de trabajo y estudio dejando oír su voz.
Hollande y Valls no lo van a tener fácil. Su entreguismo a los designios de la troika y los intereses de las grandes empresas no ha parado de pasarles factura en las elecciones habidas con anterioridad y puede que el coste acaba siendo irreversible. Ante el peligro que la alternativa cristalice en el nuevo fascismo del Frente Nacional, la movilización popular contra el neoliberalismo debería ser el nacimiento de una nueva alternativa.