Hace un mes el papa Francisco visitó Bolivia, dentro de una gira por varios países latinoamericanos. Al margen del componente político que tuvo, en la medida que supuso el encuentro entre dos realidades en procesos de cambio, bastante alejado de los viajes que protagonizó en otro tiempo Juan Pablo II, quizás lo más anecdótico fue la entrega a Francisco por parte del presidente boliviano Evo Morales de un Cristo adosado a un martillo y una hoz. En muchos medios se han hecho valoraciones sobre la reacción del Papa, incluido cierto malestar por lo ocurrido. Las imágenes muestran a un Papa entre serio y con una breve sonrisa forzada, deseoso de salir del trance. Incluso se ha llegado a tachar al acto desde medios conservadores como provocador, blasfemo, sacrílego y hasta demoníaco, teniendo en cuenta que la hoz y el martillo no deja de ser el símbolo del comunismo. También he leído que desde el propio Vaticano se ha matizado la posible reacción negativa de Francisco.
Para la mayor parte de la gente ha pasado desapercibido que el enorme valor simbólico del objeto no era tanto una provocación como una reivindicación. La citada cruz es una réplica de la que en su día hizo Luis Espinal Camps, un sacerdote jesuita de origen catalano-español que vivió y murió en el país andino. Hombre creativo, era amante del cine, participando en varios trabajos cinematográficos, y aficionado a la escultura, tallando en madera numerosos objetos. Y uno de ellos fue su célebre cruz.
Espinal Camps llegó a Bolivia en los años sesenta, como tantos otros misioneros provenientes del primer mundo, para predicar la resignación en vida con la esperanza de un premio tras la muerte. Pero acabó siendo un sacerdote comprometido socialmente (recomiendo el artículo de Pablo Stefanoni en Rebelión). Estuvo inmerso en la dura realidad latinoamericana, la misma que acogía la miseria de la mayoría de sus gentes y la riqueza vergonzante de sus oligarquías. La misma que abrigaba procesos políticos y sociales liberadores que acababan sofocados a base de cruentos golpes militares e intervenciones imperialistas. Y este cura amante del cine y las pequeñas tallas de madera, comprometido con el pueblo sufriente al que fue a evangelizar, acabó siendo víctima de esa oligarquía y esos militares feroces. En 1980 fue secuestrado y asesinado, precisamente cuando regresaba de una sala de cine.
El nuevo Papa está sorprendiendo por su forma de ejercer el poder que le confiere su cargo. Ignoro cómo ha acabado encajando lo ocurrido con el presidente boliviano. En todo caso la entrega que éste le hizo de la réplica de una de las tallas de Espinal Camps, lejos de haber sido una provocación, no ha dejado de ser un acto reivindicativo hacia un sacerdote, jesuita como él.