He adquirido en estos días
una nueva obra de Josep Fontana: Por el bien del
imperio. Una historia del
mundo desde 1945 (Barcelona, Pasado y Presente, 2011). Su título es muy esclarecedor
acerca del contenido del que versa. De su extensión -casi mil páginas de texto
y otras doscientas de notas bibliográficas- se puede desprender, de entrada,
que es ambiciosa. ¿El resultado?: para mí, altamente interesante. En el
planteamiento inicial, que hace en
Esta historia del mundo
abarca los años de la Guerra Fría ,
pero también la etapa que le ha seguido a su fin y que llega a nuestros días.
Está centrada en EEUU, a los que caracteriza como imperio, porque considera que
ha sido desde 1945 -y sigue siéndolo- la potencia más poderosa. Eso no
significa que no se refiera a la potencia que lideró el otro bloque, la URSS , sin que la exima de la
responsabilidad que ha tenido en lo ocurrido desde 1945. Tampoco se olvida del
resto del mundo, tanto de los países europeos como de los otros que han tenido
que sufrir el peso de los imperios coloniales en proceso de descomposición, de
sus siguientes intervenciones y, ante todo, de la acción directa de EEUU.
El libro parte de varias
aseveraciones, entre las que destacan dos: en el mundo de nuestros días “la
extensión de la democracia es poco más que una apariencia” y “vivimos en un
mundo más desigual” (p. 9). Y enseguida Fontana plantea el núcleo central de su
obra: independientemente de la división habida en el mundo entre dos bloques
antagónicos, con proyectos políticos y sociales diferentes, el hecho de que uno
de ellos haya sido derrotado y, como consecuencia, haya desaparecido no ha
supuesto que la potencia dominante del bloque vencedor haya olvidado lo que
realmente fue desde el primer momento su principal objetivo. Saca a la luz, para
romperlo, el mito de que EEUU haya sido
el defensor del “mundo libre” contra el comunismo, para resaltar que lo
que realmente se ha ido desarrollando ha sido un proyecto para dominar el mundo
desde el modelo capitalista (11). Un término, por cierto, rechazado desde el
mismo sistema por sus connotaciones negativas y sustituido en el tiempo por
otros como “el modo de vida americano” o “sistema de libre empresa”.
Hay, pues, formulación de
planteamientos y situaciones, pero
también una profundización que, con frecuencia, Fontana la hace con
brillantez. Por ello alude a personajes como George Kennan, que en los albores
de la guerra fría escribió: “diseñar una pauta de relaciones que nos permita
esta posición de disparidad [50 por ciento de la riqueza del mundo, pero sólo
el 6,3% de su población] sin detrimento
de nuestra seguridad nacional” (12, y 59 y ss.). Robert McNamara, que en los
años 60 expuso, en un memorándum dirigido al presidente Jonson, que el
liderazgo estadounidense “no podía ejercerse si alguna nación poderosa y
virulenta –sea Alemania, Japón, Rusia o China- se le permite que organice su
parte del mundo de acuerdo con una filosofía contraria a la nuestra” (12). A
Paul Wolfowitz, director de la Defense Planning Guidance, dependiente de la Secretaría de Defensa, que
en 1992 formuló cosas como éstas: “Nuestro primer objetivo es prevenir la
emergencia de un nuevo rival (…) [por lo que] debemos mantener los mecanismos
para disuadir a competidores potenciales” (12-13 y 767-768). Y más
recientemente, Donald Rumsfeld, secretario de Defensa durante la primera
presidencia de George Bush jr., que dijo en 2001 en un discurso dirigido a militares
bombarderos: “o cambiamos la forma en que vivimos o cambiamos la forma en que
viven los otros. Hemos escogido esta última opción. Y sois vosotros los que nos
ayudaréis a alcanzar este objetivo” (13).
Resulta interesante los
retratos que hace de los distintos presidentes estadounidenses, insertando los
rasgos de su personalidad en el contexto en el que actúan y entre las personas
de las que se rodean: Harry Truman (40 y ss.), Ike Einsenhower (202 y ss.), Jonh
F. Kennedy (255 y ss.), Richard Nixon (451 y ss.), Gerald Ford (569 y ss.), Jimmy
Carter (575 y ss.), Ronald Reagan (609 y ss.), George Bush sr. (765 y ss.), Bill
Cinton (781 y ss.), George Bush jr. (839 y ss.) y Barak Obama (868 y ss.).
Entre los numerosos
asuntos que trata, pueden destacarse algunos de gran importancia: el nacimiento,
el macartismo, la guerra fría cultural, las intervenciones militares en Asia,
la destrucción de Vietnam, el papel de Israel en Oriente Próximo, la influencia
del lobby judío, el dominio sobre
América Central y del Sur, la sustitución en estos países de los desembarcos
directos de tropas por golpes de estado, el apoyo a las dictaduras por su mayor
estabilidad y defensa de sus intereses, la frialdad ante el continente africano
y la dejación de algunas funciones en manos de otras potencias (Francia,
Bélgica…), la lucha por los derechos civiles, el año 68, la reanudación de las relaciones
con China, la destrucción de Yugoslavia, los atentados del 11-S y un largo
etcétera.
Hay un tema, al que ha
denominado como “gran divergencia” (563 y ss. y 605 y ss.), término prestado de
Krugman, que cobra un gran interés. Se refiere con ello a la ruptura del pacto
social que se inició en los años 30 con Franklin D. Roosevelt, lo que llevó a
los gobiernos federales a una mayor atención al mundo de los derechos sociales
de la clase obrera y diversos sectores de la clase medias, ayudando, así, a la legitimación
interna de la política exterior de EEUU. Las bases ideológicas de la “gran
divergencia” fueron formuladas a principios de la década de los 70 por Lewis
Powell, para quien el sistema de libre empresa estaba en peligro, siendo
necesario desarrollar la batalla de las ideas y una acción política agresiva.
Durante la presidencia de Ford ya empezaron a aparecer en el escenario político
jóvenes conservadores que con el tiempo ocuparon puestos relevantes durante las
presidencias de los treinta años siguientes. También durante la presidencia del
demócrata Carter, en plena crisis económica, se plasmaron las primeras medidas
“divergentes”, que durante los mandatos de Reagan se extendieron e hicieron irreversibles.
Desde entonces, ex aequo con Margaret
Thatcher en el Reino Unido, se sentaron las bases de una involución social o
contrarrevolución conservadora basada, entre otros aspectos, en la desregulación
financiera, la bajada de impuestos a las rentas más altas, la privatización de
empresas públicas, la desregulación laboral, la pérdida de derechos sociales o la
destrucción de los sindicatos. Es decir, la conformación del capitalismo
neoliberal, que se ha ido extendiendo por otras partes del mundo, incluida la Europa Occidental.
El mismo que, sólo en EEUU, haya supuesto que si 1980 el 1% de la gente más
rica recibía el 9% de los ingresos, en 2007 haya alcanzado el 23,5%; o que los
impuestos pagados por los contribuyentes mayores, que en 1955 representaban el
51,2%, hayan pasado al 18,1% en 2010 (835).
Paralelamente al análisis
de estos cambios económicos Fontana hace lo propio con los habidos en el campo
internacional, con la reactivación de la guerra fría en los años 80 y las
consecuencias irreversibles, a la vez que insospechadas, que tuvo en el bloque liderado
por la URSS (605
y 659 y ss.). El aumento de los gastos militares en EEUU conllevó inicialmente
la respuesta de la URSS ,
cuyo elevado coste acabó poniendo al descubierto las deficiencias y debilidades
del sistema soviético.
También resultan de gran
importancia los capítulos siguientes, en los que Fontana deshace el mito de la
guerra fría a través de la constatación de una política exterior que EEUU va
adaptando a los nuevos tiempos (765 y ss. y 833 y ss.). Primero con Bush padre,
luego con Clinton, en mayor medida con Bush hijo y ahora con Obama, EEUU una potencia
que busca perpetuar su dominio mundial unilateral para satisfacer los intereses
de su clase dominante. Y para entender esto es necesario referirse a un nuevo consenso
interno (833-836): la vieja clase obrera y diversos los sectores de las clases
medias, víctimas de la “gran divergencia”, han dado paso a una nueva base social
y política más heterogénea, pero con la intención común de “convertir sus
resentimientos en acción política efectiva”. Se trata, en definitiva, de la
alianza entre neocons y grupos
fundamentalistas cristianos, que alcanzaron su apogeo durante la presidencia de
Bush hijo.
La crisis global iniciada
hace un lustro (931 y ss.) es tratada desde dos ángulos. El que afecta al mundo
rico, con su componente financiero y de destrucción del estado bienestar, y el
que lo hace al mundo en desarrollo o simplemente pobre, con aspectos como la crisis
alimentaria, la lucha por la tierra, el problema del agua, el asalto a la
agricultura campesina o la amenaza del hambre. Aunque no lo hace dentro de este
capítulo, que hubiera podido servir de contraste, Fontana destaca el importante
avance que se está dando a lo largo del siglo presente en varios países de
América Latina, donde se está dando a la vez crecimiento económico y
disminución de las desigualdades (557 y ss.).
A modo de conclusión, en lo
que denomina como triunfo del capitalismo realmente existente (966 y ss.), Fontana
lo asimila al mismo sistema que sigue generando guerras que además causan más
muertes civiles y que son buenas para el sistema; el del desastre económico y
humano de la antigua URSS y sus aliados; el del apoyo a dictaduras sanguinarias;
el de la falta de libertades en las antiguas colonias; el del elevado número de
personas que realizan trabajos forzosos; el del tráfico de niños y niñas; el de
sus explotación sexual; el de la mayor pobreza en los países más pobres; el de la
aparición de otras formas de pobreza en los desarrollados, incluidos los
propios EEUU; el del hambre que ya afecta a más de mil millones de personas; el
del aumento de las diferencias en la renta y bienestar entre los países; el de
la miseria del continente africano, donde una de cada tres personas sufre hambre
crónica…