Hace cuatro años dijo Zizek en una entrevista que “la sociedad contemporánea ya no se basa en la represión directa, sino en el control, el registro, la administración”. Saco a colación esta frase con motivo del escándalo de las escuchas telefónicas en el que está directamente involucrada la News Corporation de Rupert Murdoch, de la que se dice que es el segundo grupo de comunicación del mundo. La envergadura del escándalo está siendo tal debido a la gravedad de las acusaciones y la conexión con altos mandos de Scotland Yard, que ha habido dimisiones en las altas instancias del grupo empresarial (entre la que está la número dos del grupo, Rebekak Brooks) y de la propia policía, así como detenciones e imputaciones judiciales. La situación se ha agravado con la muerte más que enigmática del periodista que destapó el asunto.
El periódico The Guardian denunció en 2009 las prácticas ilegales que News of the World, uno de los periódicos del grupo Murdoch y origen del escándalo, estaba realizando para obtener información, entre las que estaban el pinchar teléfonos de particulares. Pese a ello la policía británica no llevó a cabo ninguna investigación para profundizar en el asunto, como tampoco hubo ninguna voluntad por saber más por parte del gobierno o de los grupos políticos presentes en el Parlamento. Tuvo que ser una nueva denuncia hace unos días del mismo The Guardian, esta vez con pruebas concluyentes sobre el espionaje a la familia de una niña asesinada en 2002, lo que desató el escándalo que estos días está siendo portada en todos los medios de comunicación.
En las declaraciones de sus principales responsables en los medios de comunicación y la comisión parlamentaria que se ha formado, se reflejan a la vez dos cosas: la gravedad del caso, del que se conoce nada más que la punta del iceberg, y el cinismo de sus protagonistas. Lo primero resulta evidente con el reconocimiento del uso corriente de detectives privados para obtener información de cualquiera de las maneras, el pago de servicios prestados a policías, el papel de los mandos policiales para que no se investigaran las denuncias, las acusaciones que está haciendo la gente como por víctima de espionaje, las declaraciones de Rebekak Brooks acerca de que es una práctica extendida en otros medios, la propia muerte del periodista denunciante… Lo segundo es también evidente, como lo demuestran las recurrentes frases “yo no sabía”, “no puedo saberlo todo”, “cuando lo supe, tomé medidas”…; o la puesta en escena del jefe del grupo, en un alarde de mercadotecnia prodigiosa, en el que, entre otras cosas, ha llegado a manifestar, dentro de una actitud más que patriarcal, que es la persona más indicada para poner orden.
El señor Murdoch ha dado muestras de su poder de muchas maneras, entre las que está su relación con dirigentes políticos de relevancia internacional. Aunque se le adscribe en lo político como conservador e incluso ultraconservador, ha sabido siempre moverse entre los personajes que han tomado decisiones importantes, bien para promoverlos o bien para fortalecerlos, no importando la apariencia del partido político al que pudieran pertenecer. En el Reino Unido, donde ha colocado una de las bases de su imperio, igual que apoyó a Margaret Thatcher, aupó a Tony Blair, para volcarse últimamente con David Cameron. En la última década ha sido uno de los puntales en el apoyo a la política exterior agresiva de George Bush. Cuenta entre sus principales consejeros a José Mª Aznar, quien, además de estar bien remunerado, fue uno de los principales apoyos de Bush y sigue siendo una de las voces más activas en la defensa de las políticas económicas y de seguridad más retrógradas. Atrás ha dejado también a cadáveres políticos, como Gordon Brown, que estos días ha salido a la palestra como víctima de sus fechorías a causa de un hijo enfermo.
No sé por dónde va a salir la cosa. Puede que Murdoch sea sacrificado en beneficio del resto de los grandes grupos de comunicación. Puede que resista a costa de chivos expiatorios y de gestos de cara a la galería. Puede haber cualquier cosa. Lo que se ha puesto de manifiesto una vez más es que el poder de los grandes medios de comunicación va más allá de la atosigante cantinela de que, como cuarto poder, son el garante de la libertad de expresión. Todo eso es mentira. Son parte del mismo entramado de poder, en el que además de presentarse como pilar fundamental en la legitimidad del sistema, no dudan en obtener también pingües beneficios económicos.