En julio de 2009 la revista Cuadernos de Pedagogía pidió colaboraciones acerca de cómo se vivió la primera experiencia en el mundo de la docencia y enseguida le envié la mía. Poco más de un año después el número del presente mes de septiembre, el 404, ha salido a la calle con el título Primer Día, primer año de escuela, dentro del cual aparece el artículo "Vivencias compartidas, en trayectorias dispares" (pp. 73-76), donde se hace una selección de extractos de varias colaboraciones. Dos de ellos son míos, aunque se han hecho algunas adaptaciones del escrito original, que tienen incluso algún error ortográfico. En esta entrada voy a reproducir el artículo en su totalidad, que es bastante más extenso.
Mi primera experiencia en la enseñanza
Recuerdo los clases de Geografía con un alumnado que en general disfrutaba de las actividades que hacíamos y resolviendo con facilidad los pocos e inocentes conflictos que surgieron. Intenté fomentar un aprendizaje basado en lo que entonces se llamaba pedagogía activa, en el diálogo permanente con el alumnado, un poco dentro de la mayéutica socratiana, y en la curiosidad por aprender. Dar clases en esos momentos era para mí un mundo por descubrir. Partí de una idea errónea que con el tiempo, a medida que fui comprendiendo mejor el hecho educativo, fui corrigiendo: no debemos basarnos en lo que creemos que el alumnado sabe, medido además por el rasero propio, en parte el del presente, como profesores o profesoras, y en parte el del pasado, porque en general fuimos alumnos o alumnas que estábamos por encima de la media. ¿Cómo si no pudo nuestra generación acabar los dos bachilleratos, la carrera y, en el caso del funcionariado, aprobar unas oposiciones?
El alumnado provenía de varios municipios: Rute y su entorno rural, Encinas Reales, Benamejí, Iznájar y, de Málaga, Cuevas Bajas. Formaban grupos muy fáciles de controlar, en parte por la edad, sin que tuviera que llamara la atención nada más que por comportamientos inocentes e infantiles, que resolvía muchas veces medio en broma. Tengo bastantes recuerdos, de los que voy a referirme a dos. Uno fue la visita del inspector, que acudió al instituto en el mes de enero para cumplir con la rutina de hacer el informe correspondiente para cumplimentar mi fase de prácticas, y mis palabras del día anterior al alumnado, comunicándole que iba a venir a visitarnos y que por tanto esperaba que se portaran bien y demostraran todo lo que sabían. El inspector, con el que previamente me había entrevistado junto con el director, estuvo poco tiempo en clase y con discreción se despidió de mí, deseándome mucha suerte. El otro, al final del curso. Si a lo largo de él habíamos trabajado duro, al final, como suelo hacer con frecuencia, “puse el freno”, teniendo en cuenta sobre todo la acumulación de exámenes que tenían de otras asignaturas y los correspondientes nervios. Mis últimas semanas se dedicaron a la confección de diversos mapas, relacionados con los grandes conjuntos geopolíticos. Fue una actividad altamente gratificante y creo que eficaz.
Lo vivido con el grupo de 2º de reforma fue mejor todavía. Era una “promoción muerta”, porque con ella se acaba la experimentación. En el instituto casi nadie quería la reforma, sólo el director, que daba Geografía de España. De hecho me dejaron la asignatura de Historia Universal porque otras dos compañeras querían el BUP y el COU. Todavía recuerdo en una reunión que asistí al poco de iniciado el curso, también en la capital, la cara que puso un profesor que estaba involucrado en la reforma al verme novel y a cargo de un grupo de reforma. Durante todo el curso fui viendo la distancia del profesorado hacia todo lo que suponía hacer cosas distintas. Y hasta yo mismo, que las estaba haciendo, empecé mostrando reticencias hacia la reforma, pero no tanto por lo que planteaba, como por lo que me contaban que se había hecho en el instituto o se hacía en otros lugares. Como todavía estaba bajo la creencia errónea de que el alumnado debía saber lo que consideramos como profesorado y no partir de lo que sabía para trazar estrategias de enseñanza-aprendizaje, el lío me duró algún tiempo.
El grupo de reforma era pequeño, no llegando a 20 alumnos y alumnas. La disposición de las mesas era en forma de U, distinta a la de los otros grupos del instituto, lo que facilitaba una comunicación permanente. Se trataba de un grupo excelente en comportamiento, participación y trabajo, en el que sobresalía algún alumno por su elevada preparación.
Recuerdos tengo muchos y conservo bastante del material utilizado. Entre todos, destacaría dos. Hacia mediados de curso organicé un debate sobre la Reforma del siglo XVI. Para ello puse al alumnado a buscar información en grupos de dos o tres componentes en el poco material del que disponíamos, pero que aprovecharon al máximo. Por otro lado invité a algunos profesores a que participaran, teniendo en cuenta su idiosincrasia: uno, de Matemáticas, era de confesión luterana evangélica; otro, de Religión Católica, era cura; y por último, el de Filosofía. Yo mismo fui el moderador y, siguiendo un guión que establecí, fuimos tratando los diversos aspectos del tema. Si algo hay que destacar del debate, fue el ejemplar comportamiento del alumnado, que se dedicó a intervenir con argumentos muy sólidos, racionales y circunscritos al momento histórico concreto, frente a la actitud doctrinaria del profesor de Religión Católica y más todavía del de Filosofía, que, lejos de mantener un visión, se dedicó a querer mostrar la superioridad del catolicismo.
También por esas fechas asistí a unas jornadas sobre la reforma que se celebraron en Torremolinos. Allí me puse en contacto con el profesorado que trabajaba en el nuevo paradigma educativo. Me gustó mucho la ponencia de José Enrique Monterde sobre Historia y Cine, de quien aprendí a trabajar con ese medio e incluso a hacer alguna experimentación didáctica, incluido una asignatura optativa para 4º de ESO durante el curso 1999-2000. No se me ha olvidado tampoco una anécdota con María Galiano, actriz conocida tras su jubilación como profesora, que me rebatió mi defensa de los comentarios de texto como algo fundamental y que me sirvió para replantearme enseguida su validez.
Ya finalizado el curso, me encargaron que acompañara al alumnado de 2º de reforma a las pruebas de selectividad, que se celebraron en Málaga. Allí estuve intentando animarles en unos momentos que se viven con tensión, pero que tuvieron como recompensa unos resultados excelentes. Cuando fui a buscar las calificaciones recibí las felicitaciones por parte del inspector responsable de la reforma y de varios profesores de Universidad. Especialmente en las asignaturas de Geografía de España e Historia Universal, que habíamos impartido “creyentes” en lo que hacíamos, junto con la de Lengua Castellana, impartida por un profesor que a lo largo de todo el curso había mostrado desconfianza hacia ese alumnado. En este caso parece como si hubiera confirmado lo que antes dije: la realidad había superado lo que ese profesor esperaba del alumnado.
El año siguiente trabajé en Rincón de la Victoria (Málaga) y en 1989 fue destinado al instituto Trafalgar de Barbarte (Cádiz), donde voy a empezar el vigésimo primer curso. Ha habido de todo, incluidos los grandes cambios sociales que han hecho que alumnado sea muy diferente al de antes, con una mayor y diversa conflictividad, aunque persista la vieja lucha entre quienes no nos rendimos en la búsqueda de solución de cuantos retos se vayan planteando y quienes o nunca lo han hecho o han desistido.
Mirando hacia atrás y analizando mi trayectoria profesional, no puedo por menos que mirar con cariño mi primer año de trabajo, lleno de ilusión e inocencia, sí, pero del que tuve la gran suerte de contar con unos alumnos y unas alumnas que me enseñaron muchas cosas, y entre ellas el permitirme estrenarme en el mundo de la educación de la mejor de las maneras. Por eso están en mis recuerdos preferidos.