En enero pasado falleció Bob Doyle. Irlandés de nacimiento, desde 1937 se vio vinculado a España cuando llegó como brigadista internacional. Si ya en los años 30 era un luchador activo en Dublín, su llegada a España, su participación en la segunda guerra mundial y su militancia comunista en Londres desde 1945 lo convirtieron en un rebelde sin pausa, como él mismo se definió en sus memorias.
Este libro, Memorias de un rebelde sin pausa, editado en 2002, fue un empeño de mi hermano Seve (que contó con la colaboración como traductor de otro hermano, Jose), que lo conoció en 1990 durante su estancia en Londres como profesor en un instituto. Desde entonces forjaron una amistad que ha durado hasta su muerte. Muchas veces Bob vino a España, pernoctando bastantes de ellas en la casa madrileña de mi hermano, para asistir cuando podía (¡y bien que pudo!) a cuantos actos se organizaban en recuerdo de quienes lucharon contra el fascismo viniendo de otras tierras.
Yo no lo conocí, pero sabía de él todo lo que me contaba Seve, me enviaba por correo electrónico o pude leer de sus memorias. Llegó a estar en la casa familiar de Salamanca, atendido por mi buena hermana Conchi (¡ay, si mi madre y mi padre vivieran!), con motivo de unas jornadas sobre las Brigadas Internacionales organizadas por la Universidad. Tuvo tan mala suerte, que se rompió un brazo en el colegio Fonseca, pero de eso un hombre rebelde sin pausa como él no pudo morirse. Tuvo que ser en el invierno pasado, después de una neumonía mal atendida por la privatizada sanidad pública que los gobiernos neoliberales de la Thatcher, Major, Blair y ahora Brown han regalado a su pueblo.
Leer sus memorias es una gozada. En ellas nos cuenta cómo era la Irlanda pobre y católica colonizada durante su infancia; su evolución del republicanismo irlandés al comunismo, pasando por las guerras de España y, enrolado en la marina británica, mundial; su vida en Londres desde 1945, junto con la española Lola, como militante y sindicalista en un país que se iniciaba en el modelo keynesiano y era profundamente anticomunista; su comprensión de los cambios sociales habidos desde el 68; y siempre su recuerdo y amor por la IIª República.
Memorias de un rebelde sin pausa está escrito de una manera sencilla y amena, pero son, ante todo, un testimonio de una persona que retrata a toda una generación marcada por la mayor de las generosidades.