domingo, 21 de septiembre de 2025

Un recreo de mañana


Llegué al patio trasero del instituto al poco de salir de clase. Me tocaba guardia de recreo. Antes había tenido que recoger los bártulos rápidamente: apagar el cañón, meter los cables en el bolso pequeño, y recoger mi ordenador portátil y mi cartera. Cuando llegué al patio volví a ver el panorama de cada viernes: cómo los grupos de muchachos y muchachas se situaban en los mismos espacios. La mayoría llevaba su bocadillo y en bastantes casos, como bebida, una lata de refresco o un envase de zumo. Sus rutinas de la media hora de descanso eran jugar con el balón en las dos pistas de deportes o charlar en el pretil que rodea la pista principal, en la rampa situada en uno de sus ángulos o en el camino que la bordea por uno de sus laterales.

Al fondo divisé a la compañera del turno de guardia, que hablaba con un alumno. Junto a una de las paredes exteriores del polideportivo se encontraban tres muchachos y una muchacha. Ya desde el curso pasado era su lugar favorito en los recreos. Cuando llegué donde se encontraba la compañera, iniciamos un breve diálogo. "Hoy me tengo que ir antes, porque tengo un examen", me dijo. "Mira, ya hay alguien en la valla. Vamos a ver", añadí yo, después de haber divisado a un chaval en bicicleta que hablaba desde el otro lado con dos muchachas del centro. Según me iba acercando, les fui indicando que debían irse hacia la pista, recordándoles que así está recogido en el reglamento de régimen interno del centro. Pronto se volvieron las muchachas con el grupo, mientras el muchacho de la bicicleta me lanzó algunas palabras que no logré entender al detalle, pero que, en todo caso, no eran de aprecio. De nuevo con la compañera, seguimos con nuestros comentarios. "Hoy ya no están los de la puerta del polideportivo", me dijo. "No, pero algunos están en las escaleras", le contesté, señalando una parte de la grada junto al muro que da a la calle por el sur. Y proseguí: "¿No ves a Sosa con las muchachas?".

En ese momento llegó otro alumno de la compañera, con quien empezó a entablar una conversación sobre el examen que guardaba en una carpeta. Dejé que siguieran, me acerqué al pequeño grupo que estaba en la pared exterior del polideportivo y saludé a sus componentes cuando pasé a su lado. Sus miradas sardónicas estaban contenidas, dando a entender que no les hacía gracia que estuviera merodeando por allí. Por el suelo había varias colillas de cigarros, no todas de ese momento, aunque un fuerte olor a tabaco delataba que habían estado fumando. Cuando volví a acercarme, me apercibí cómo la muchacha me miraba de pie desde la esquina, volviéndose de inmediato hacia sus compañeros, que en ese momento no podía verlos porque estaban tapados por el ángulo donde se encontraban. Resultaba sospechoso, si no evidente, que lo que hacía la muchacha era vigilar. Sin embargo, pasé de largo y me dirigí de nuevo a donde estaba mi compañera de guardia. Intercambiamos de nuevo unas palabras, mientras veía a dos muchachas que se sentaban cerca de la valla con reja. Les indiqué que debían irse hacia el entorno del recinto, a lo que hicieron caso, no sin expresarlo con gestos de desaprobación. La compañera me dijo que se tenía que ir ya, por lo que me quedé solo.

Estaba a mitad del recreo y daba la sensación de que el tiempo pasaba muy lentamente. Empecé a dirigir la mirada a distintos lugares. Me acerqué de nuevo al grupo de la pared del polideportivo e intenté entablar una conversación. Después de los primeros tanteos, le pregunté a la muchacha: "¿Cuántos cigarros fumas al día?". "Un paquete", me contestó. "¿Un paquete? No me lo creo. Me parece mucho", dije. "Menos, maestro", terció uno de los muchachos, sentado y apoyado sobre la pared. "Diez cigarros", acabó reconociendo la muchacha, de cuyo nombre no me acuerdo, pese a que en alguna ocasión me lo había dicho. "Eso es otra cosa", le dije. Y de inmediato, para intentar proseguir con la conversación, le pregunté: "¿Y de qué marca". "American", me pareció entenderla, una marca desconocida para mí. "Me fumo cinco cigarros por la tarde y otros cinco por la noche", añadió. "Y alguno en el instituto, ¿no?", le dije sonriendo. "¡Eso me gustaría a mí!", respondió con contundencia. "Pero tú sabes que no se puede fumar en ningún centro de enseñanza, como tampoco se puede hacer, por ejemplo, en los hospitales", añadí, intentando darle argumentos. "Sí, pero no sé por qué no me dejan salir a la calle en el recreo para poder fumarme un cigarro. Como me canse, la voy a montar, porque tengo mono", me contestó un poco alterada. "Pero tú sabes que no se puede salir del centro. Tenéis que permanecer en él todo el rato", continué. "¡Vaya tontería!", dijo otro de los muchachos, medio tumbado entre el suelo y la pared.

(2014)

(Imagen: tratamiento digital de una fotografía obtenida en https://www.iestrafalgar.org/instalaciones/)