El 28 de
julio de 1830 París volvió a ser escenario de una revolución. Después que en
1814 la monarquía borbónica fuera restaurada, siendo entronizado primero Luis
XVIII y luego, desde 1824, su hermano
Carlos X, la población, cansada de tanto despotismo, salió a las calles para
hacerse valer, como un eco de lo habido años atrás, entre 1789 y 1899. Es cierto
que el resultado acabó siendo frustrante. Con la llegada de una nueva dinastía en
la figura de Luis Felipe de Orleans y la nueva Carta otorgada, que apenas amplió
algunos derechos y mantuvo el sufragio censitario, la mayor parte de la
población se vio defraudada. Más tarde, en 1848, se reanudaría un nuevo impulso
popular, pero no es el momento de detenerse ahora en ello.
La jornada
de ese 28 julio ha pasado a la historia a través de una imagen que sigue perdurando en el tiempo: el cuadro "La Libertad guiando al pueblo", obra del pintor
Eugène Delacroix. Una representación simbólica de lo ocurrido en las calles de
la capital francesa. La composición esta ordenada de forma piramidal, con la figura de una mujer que se eleva en el centro del escenario y cuya mano portando la bandera tricolor se erige en su cúspide. Su figura está tratada dentro del canon clásico de belleza, como se percibe en sus pechos desnudos, y, a la vez, con la naturalidad que se desprende de su sensualidad. Estamos ante una alegoría de la Libertad.
En el cuadro se perciben contrastes de
luz y color, que, a la vez que aportan una sensación de profundidad, nos
adentran en los vericuetos de dramatismo que están viviendo sus protagonistas. Se refleja, así
mismo, un ambiente en movimiento a través de las formas ondulantes y los
gestos corporales de los personajes. Éstos, numerosos, se reparten de izquierda a derecha, representando los distintos sectores sociales (burguesía,
artesanado…) y grupos de edad (adultos, jóvenes y un niño), quedando en la base del cuadro un lecho de las víctimas caídas en el combate. Expresión, en su conjunto,
del ambiente revolucionario que se está viviendo en ese momento, sin que falte la expresión de valores como el compañerismo, el heroísmo
e, incluso, el patriotismo. Eso ocurrió en 1830 y así fue como un artista lo
dejó reflejado.
Pues bien, en
estos días, sin embargo, otra capital europea, en este caso Madrid, está siendo
escenario de algaradas de distinto signo. Y una fotografía que circula por las redes sociales electrónicas parece estar volviéndose icónica, pues está reflejando el ambiente que se está viviendo. Su autor o autora, hasta donde llego, se encuentran en el anonimato. En el centro de la imagen también puede verse una mujer, en este caso portando a modo de bandera la bolsa de unos conocidos almacenes. Quienes la rodean, en buen número, gritan y ríen con alborozo, en el conjunto se perciben contrastes de luz y de colores, y movimiento.
Analizando a sus protagonistas, podemos distinguirlos de dos tipos. De un lado, invisibles, unas
autoridades autonómicas y municipales que instan a hacer de esa ciudad un
parque de atracciones de una nueva variante del botellón. Y de otro, un
público, en buena medida proveniente de otros países, que ha tomado las calles
para dar rienda suelta a lo que dicen que es un espacio sin restricciones en el
contexto de pandemia.
El Madrid que antaño fue el rompeolas de las Españas,
como definió Antonio Machado, capaz de resistir heroicamente durante un tiempo
los embates del fascismo, es ahora un lugar que busca simbolizar esa idea de
libertad que la señora Ayuso, sus colegas de partido y el entorno de medios de comunicación afines están propagando. La libertad del consumismo,
la irresponsabilidad, la insolidaridad. No la del anhelo democrático, solidario,
fraterno…
¡Ay, si Delacroix levantara
la cabeza y viera las hordas de conciudadanos y conciudadanas que se trasladan
en avión para aterrizar en medio de un paisaje diferente al que plasmó en 1830! Sin esos
contrastes de luz y color, sin ese
movimiento de formas ondulantes o esos gestos de los personajes, sin ese heroísmo,
sin ese anhelo de libertad que, aun cuando estaba cargado de dramatismo, desprendía una corriente de fraternidad.