jueves, 18 de marzo de 2021

La Comuna de París, 150 años después

 

Estudiaba COU, allá por 1976, cuando hice un trabajo de historia junto a un compañero de clase, llamado José Manuel Gómez Cantera, a quien, en su día, dediqué una entrada en este cuaderno. “La Comuna de París de 1871” fue el título que le dimos, a modo de homenaje de lo ocurrido en ese año, pero también, como muestra de nuestra rebeldía antifascista juvenil. Fue él quien se encargó de pasarlo a máquina, conservando todavía una copia en papel cebolla, dado que la original pasó a manos de nuestra profesora. Andaluza y con un acento que la delataba, todavía recuerdo su nombre: Pilar Morillo. Curiosamente estaba casada con Javier Fortea, quien al año siguiente, ya en la Universidad, fue mi profesor de Prehistoria. 

El trabajo, de 31 páginas, estaba basado en la lectura de varios libros. Para la ocasión leí la Historia de la Comuna, de Prosper Lissagaray, La guerra civil en Francia, de Karl Marx, y los comentarios que Lenin hizo en El estado y la revolución.

Este año coincide con el 150 aniversario de la Comuna parisina. Un hecho muy presente en la memoria del movimiento obrero y, a la vez, muy mencionado en numerosas obras de historia. Otra cosa es su tratamiento en profundidad. No conozco muchas obras en ese sentido e incluso hay historiadores que en sus obras generales o lo han pasado por encima o ni siquiera lo han hecho. El trabajo que hicimos en 1976 estuvo basado en gran medida en escritos lejanos en el tiempo: Marx, Lissagaray, Lenin, Dolléans…

Inicialmente mi intención en esta ocasión era dedicar al acontecimiento una entrada a modo de memoria. Pero el interés y la curiosidad me han ido llevando por otros derroteros. Por supuesto que no he pretendido hacer un estudio histórico profundo, pero sí he ido consultando poco a poco, a lo largo de tres días, diversas obras, bien de los libros que tengo en casa o bien de lo que he ido encontrando en la red electrónica.

El resultado ha sido un escrito más largo de lo esperado, en el que he tratado diversos aspectos, no tanto inconexos como complementarios. Marx acabó su obra dedicada a la Comuna con estas palabras: “El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera”. Emotivas palabras, que suscribo.

La Guerra Franco-Prusiana

La Guerra Franco-Prusiana, que se había iniciado en julio de 1870, estaba casi decidida en septiembre. Se trataba de la primera de las disputas por la hegemonía europea entre dos de las potencias occidentales, que, además, eran vecinas. Alemania, en el culmen de su proceso de unificación territorial, acabó siendo rotundamente la vencedora frente a la pantomima política de lo que se llamó con el nombre de Segundo Imperio de Francia, que tuvo al “farsante” Napoleón III al frente.

La derrota francesa en Sedan a principios de septiembre, en la que el propio emperador fue apresado junto a decenas de miles de soldados, supuso la primera de las humillaciones. Cercada la capital durante casi cuatro meses, devino la segunda a finales de enero del 71, cuando el Palacio de Vesalles se convirtió en el escenario de la proclamación de Guillermo I como emperador alemán. Fue en mayo cuando tuvo lugar una tercera humillación, más dolorosa aún, que consistió en la firma del Tratado de Francfort, mediante el cual Francia se vio obligada a pagar como indemnizaciones de guerra una suma muy elevada y entregar los territorios de Alsacia y Lorena.

París, centro neurálgico de la guerra y la revolución

¿Qué pasó, mientras tanto, en París? Su población se rebeló en el mismo mes de septiembre del 70 contra el poder napoleónico, precisamente en el momento en que se iba a iniciar el cerco de la ciudad por las tropas prusianas. La primera consecuencia de ese acto fue la caída del Segundo Imperio, que fue sustituido por la III República, con un gobierno provisional y un remedo de cuerpo legislativo, formado por representantes republicanos.

Pero lo peor vino cuando el cerco se prolongó hasta enero del año siguiente, dando lugar a una situación vital extrema entre la población parisina. La firma del armisticio y la consiguiente salida de las tropas prusianas no impidió que la rebelión continuara. Y más cuando al frente del nuevo gobierno francés, ya instalado en Versalles, se situó un militar conservador, antiguo orleanesista, llamado Adolphe Thiers. Sustentado por una Asamblea Nacional, representaba, ante todo, el poder económico de la gran burguesía francesa acumulado desde décadas atrás y, especialmente, durante el periodo del Segundo Imperio.

Fue a partir del 18 de marzo cuando la rebeldía de la población parisina se tornó en una revolución popular más profunda, cuyo carácter, radicalmente diferente, hubo de dejar una impronta de cara al futuro. Es lo que ha pasado a denominarse con el término de Comuna de París, de Commune, la forma como en Francia se denominaba a los ayuntamientos. Un episodio que resultó altamente ilustrativo de lo que estaba ocurriendo en ese momento y marcó, en cierta medida, algunos aspectos, de diverso tipo, de lo que le siguió en el tiempo.

La insurrección popular iniciada el 18 de marzo acabó con la autoridad del gobierno establecido y creó otro nuevo basado en la participación asamblearia de la población. Cada distrito elegía sus representantes y debatía en común los asuntos, habiendo por encima un Consejo municipal. Su duración fue efímera, es cierto, como también lo es la represión posterior, cuya contundencia, por brutal, marcó otro hito de cara a considerar el precio a pagar por quienes osaran rebelarse contra el orden burgués.

La Comuna fue expresión de un cúmulo de tendencias políticas y del malestar de la mayor parte de la población, especialmente los sectores populares. En esa gran movilización confluyeron blanquistas, republicanos radicales, federalistas, marxistas, proudhonianos, bakuninistas… El papel que jugó la Asociación Internacional de Trabajadores, cuyo Consejo General se encontraba en Londres, no fue muy grande. Marx, que controlaba el citado Consejo de la AIT, estuvo atento a lo que estaba ocurriendo, como reflejó en los informes que presentó. Solidario con la Comuna, no impidió que considerara lo prematuro del levantamiento.

Sus protagonistas actuaron con audacia y valentía, pero dieron muestras de las divergencias que contenían en relación, por un lado, a sus referentes político-ideológicos y, por otro, a la diversidad de intereses según el grupo social e incluso el sexo.

Para Marx fue la primera experiencia de gobierno de la clase obrera, si bien achacó su fracaso a la falta de una mejor organización política, precisamente el aspecto que generó más fricciones con la tendencia anarquista del movimiento obrero. En el Congreso de 1872 en La Haya se consagró la ruptura de la AIT, cuando se expulsó al ala proclive a Bakunin y a la vez se decidió el traslado de la sede del Consejo de Londres a Nueva York. Pero esto último pertenece a otro aspecto.

Marx y Engels ante la Comuna parisina

No tardó mucho tiempo Karl Marx en dedicar un análisis de lo ocurrido. Fruto de ello fue su obra La guerra civil en Francia. Para su publicación incluyó tres escritos, correspondientes a sendos manifiestos que acabaron siendo aprobados por el Consejo General de la AIT. Los dos primeros son de julio y septiembre  de 1870, cuando, respectivamente, se inició la guerra y se produjo la revuelta parisina contra el gobierno imperial en el momento del cerco prusiano. El tercero de los manifiestos, de mayor extensión, fue escrito a finales de mayo de 1871, semanas después del sofocamiento sangriento de la Comuna.

Es en la tercera parte del manifiesto de mayo de 1871 donde Marx hace una descripción de las características del nuevo poder instaurado en París en la Comuna, así como sus pretensiones de cara a conformar un nuevo orden político y social, que debía proyectarse al conjunto del país a través de una federación libre de comunas.

En ese sentido se refiere a la electividad de sus consejeros mediante el sufragio universal, que, a su vez, debían ser responsables y revocables. La formación de una milicia armada sometida al poder civil, como también debía ser con el funcionariado. La elección y revocabilidad en el campo de la justicia. La separación entre la Iglesia y el Estado. La generalización de la enseñanza, que debía ser gratuita y pública. La formación de cooperativas de producción y la regulación de la actividad económica. La introducción de medidas laborales como le eliminación del trabajo nocturno, la garantía de unos salarios dignos, la indemnización ante la pérdida del empleo, la creación de guarderías…

A Marx no le faltó remarcar lo prematuro de la rebelión a la hora de conformar una nueva sociedad. La clave se encontraba para él en lo insuficiente del desarrollo de la clase obrera en Francia. Eso no fue óbice para que escribiera: “La Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo, dentro de ella, la emancipación económica del trabajo”.

Dos décadas más adelante Friedrich Engels publicó una nueva edición de La guerra civil en Francia, incluyendo una Introducción, en la que hizo diversas aclaraciones sobre algunos pormenores de lo escrito por Marx e incidiendo en el sentido que su amigo le había dado.

Interesantes son también sus alusiones a dos de los grupos que, para Engels, jugaron un papel más activo, destacando al blanquista, mayoritario, y al proudhoniano, minoritario. El primero, liderado por Louis-Auguste Blanqui, gozaba de una larga tradición revolucionaria, aunque Engels señaló que estaba falto de una teoría económica clara y decidida, lo que llevó a que, entre otras cosas, no tocara las reservas del Banco de Francia. Sobre el segundo, que estaba influido por las ideas del protoanarquista Pierre-Joseph Proudhon, resaltó su escaso apego por la formación de cooperativas obreras.

Pese a todo, Engels dejó constancia de su valoración de la Comuna en estas líneas: “Últimamente, las palabras ‘dictadura del proletariado’  han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz representa esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡He ahí la dictadura del proletariado!”.

El papel de las mujeres

Las mujeres estuvieron presentes en todo momento. Otra cosa es que esa presencia, como en tantas otras ocasiones, haya estado invisibilizada. Su activismo no fue algo nuevo, pues había una tradición en Francia, que provenía de 1789 y se mantuvo en los distintos episodios revolucionarios del siglo XIX, en la que jugaron un papel  muy activo. Y ese momento lo hicieron tanto en las movilizaciones populares como en sus reivindicaciones propias, tendentes a la igualación de derechos con los varones.

Como han señalado Anderson y Zinsser, en París llegaron a formar clubes de mujeres patriotas, reclamando poder hacer lo que cualquier varón ya hacía, como la defensa armada, o defendiendo la igualdad de los salarios, como hicieron las maestras. No les faltó proclamar su fuerte tenacidad, como a finales del siglo manifestó Louise Michel en su escrito La Comuna: “Nuestros compañeros varones son más vulnerables al desaliento que nosotras”.

Empero, el derecho al sufragio femenino más que quedar aparcado, no fue contemplado. Como ha señalado la historiadora Ludivine Bantigny, las mujeres no lo pidieron, pues en esos momentos “les parecía inimaginable y comprendieron que podían tener una gran influencia sin ser reconocidas como ciudadanas con todos los derechos”.

Pese a ello, el espíritu de lucha de las mujeres duró hasta los últimos momentos, esforzándose con denuedo cuando el ejército lanzó la ofensiva final para acabar con la Comuna. Y, como veremos a continuación, la represión también se cebó impenitentemente sobre ellas.

La represión y sus víctimas

El 21 de mayo se inició la acción militar del gobierno francés contra la Comuna, para lo que contó con la aquiescencia alemana. Cosas propias de los intereses de clase. La resistencia duró apenas una semana, dada la desigualdad de fuerzas existente. Las barricadas y los fusiles rudimentarios de los comuneros y las comuneras, junto con su heroísmo, no fueron suficientes para hacer frente al ejército de, al menos, 130.000 soldados que se lanzó sobre la capital francesa.

Como publicó Dolleans hace casi noventa años, el mensaje que lanzó al día siguiente Thiers en la Asamblea Nacional, que estaba reunida en Versalles, fue más que rotundo: “Yo seré despiadado; la expiación será completa y la justicia inflexible... Hemos alcanzado el objetivo. El orden, la justicia, la civilización obtuvieron al fin su victoria... El suelo está cubierto de cadáveres; ese espectáculo horroroso servirá de lección”.

La represión que le siguió fue brutal e inclemente. Los datos varían, pero, al margen de su  mayor o menor exactitud, denotan una magnitud en la violencia desconocida hasta ese momento. Se ha calculado que hubo unas 30.000 víctimas mortales, de las cuales una buena parte sucumbió durante lo que se conoce como Semana Sangrienta, tanto en los combates como en las ejecuciones sumarias. Pero estas últimas continuaron en los días posteriores y, aunque ya atenuadas, a  lo largo de los meses siguientes.

También, en torno a 40.000, hubo deportaciones a las colonias, donde las condiciones de estancia fueron tan duras, que, en un número indeterminado, muchas personas acabaron muriendo por enfermedades, inanición o exceso de trabajo. Se ha estimado, así mismo, que el número de quienes conocieron procesos por los consejos de guerra pudo haber ascendido a unas 70.000.

Existen también datos específicos sobre la represión sufrida por las mujeres. Siguiendo los que nos ofrecen Anderson y Zinsser, fueron miles las mujeres que murieron durante la Semana Sangrienta y  alrededor de un millar las que fueron procesadas con posterioridad. Se trataba de mujeres de todas las edades, pero en mayor medida entre los 30 y los 50 años, casadas o viudas, y abrumadoramente trabajadoras manuales.

Louise Michel, una mujer valiente entre varones

Es la mujer más conocida del proceso revolucionario parisino y quizás también fuera la que jugó un papel más destacado. Su persona simboliza, en todo caso, la participación de las mujeres. Era profesora de profesión y había estado vinculada a los grupos revolucionarios. Durante la Comuna se mostró muy activa, lo que le valió para formar parte del Consejo Municipal, siendo la única mujer en ese órgano de representación. Cuando fue inminente el peligro del ataque de las tropas instaladas en Versalles, no dudó en ponerse al frente de la defensa armada. Para ello organizó y dirigió un batallón formado por mujeres, en el que simultaneó la labor de combatiente con la de enfermera.

Tras la derrota estuvo escondida durante unos días, aunque al poco tomó la decisión de entregarse. Evitó, así, que su madre fuera represaliada, pues había sido detenida en su lugar como rehén y amenazada de muerte. Ante el tribunal que la condenó a diez años de cárcel no dudó en pronunciar estas palabras: “No me quiero defender. Pertenezco por entero a la revolución social. Declaro aceptar la responsabilidad de mis actos”. Finalmente fue desterrada a Nueva Caledonia, situada en el océano Pacífico.

Durante su estancia en la prisión de Versalles escribió varios poemas. Uno de ellos, “Versalles capital”, acaba con estos versos:

La ciudad donde late el corazón del mundo.
París duerme con el sueño de los muertos,
a pesar de vosotros el pueblo heroico
hará grande la República;
no se puede detener el progreso,
es la hora en que caen las coronas,
en que caen las hojas de los bosques.

Otro de sus poemas, “Los claveles rojos”, se lo dedicó a su amigo y compañero de lucha Théophile Ferré, abogado y destacado comunero, cuando supo que iba a ser ejecutado:

Si voy a dar al oscuro cementerio,
arrojad sobre mí, hermanos,
como postrera esperanza,
rojos claveles en flor.
Cuando el imperio concluía
y el pueblo despertaba,
fue tu sonrisa, clavel rojo,
anuncio de que todo renacía.
Hoy floreces en la sombra
de oscuras y tristes prisiones,
cerca de la zozobra del cautivo.
Dile que le amamos
y que en el veloz flujo del tiempo
todo pertenece al porvenir.
Dile que el vencedor de lívida frente
puede morir más que el vencido.

Su valentía y fama es lo que hizo que dos conocidos escritores se acordaran de ella. En diciembre de 1871 el novelista Victor Hugo le dedicó estas palabras solidarias:

“Los que saben de tus versos misteriosos y dulces, de tus días, de tus noches, de tu solicitud, de tus lágrimas derramadas por todos, de tu olvido de ti misma por Socorrer a los demás, de tu palabra semejante a la llama de los apóstoles; los que saben del techo sin fuego, sin aire, sin pan, del catre y la mesa de pino, de tu bondad, tu dignidad altiva de mujer del pueblo, de tu ternura austera que duerme bajo tu cólera, de tu fija mirada de odio a todos los inhumanos, y de los pies de los niños calentados en tus manos; y ésos, mujer, ante tu majestad bravía, meditaban, y, a pesar del pliegue amargo de tu boca, a pesar del maldiciente que, encarnizándose contra ti, te lanzaban todos los dicterios indignados de la ley, a pesar de la voz fatal y alta que tu acusa, veían resplandecer el ángel a través de la Medusa...”

Paul Verlaine, por su parte, le dedicó unos años después, en 1886, un poema como reconocimiento. En su “Balada en honor de Louise Michel” dice:

Madame y Pauline Roland,
Charlotte, Théroigne, Lucile,
casi Juana de Arco, estrellada
la frente de la multitud necia,
nombre de los cielos, corazón divino que exilia
Este tipo de menos que nada
Francia burguesa con una espalda fácil,
Louise Michel es muy buena.

Ama al Pobre duro y franco
O, tímida, es la hoz
en el trigo maduro para el pan blanco
del Pobre y de Santa Cecilia
y la musa ronca y esbelta
del Pobre y su ángel de la guarda
así de simple, así de rebelde.
Louise Michel es muy buena.

Gobiernos de Malta,
megaterio o bacilo,
soldado crudo, petirrojo insolente,
o algún frágil compromiso,
gigante de barro con pies de barro,
todo eso su ira cristiana
la aplasta con ágil desprecio.
Louise Michel es muy buena.

Enviado.

¡Ciudadano!, ¡tu evangelio
se muere por! ¡Es el Honor! Y bien
lejos de Taxil y Bazile,
Louise Michel es muy buena.

Artistas y escritores que defendieron la Comuna

De los mundos del arte y de la literatura hubo quienes se involucraron, en distinto grado, en el proceso revolucionario. Casi todos lo pagaron caro, en forma de cárcel, destierro, multas, exilo...

Uno de ellos fue el pintor Gustave Courbet, que llegó a ser elegido representante por uno de los distritos de París, formó parte de la comisión de Enseñanza y presidió la de Artes. Detenido en junio, fue sometido a un consejo de guerra, que lo condenó a varios meses de cárcel y al pago de una multa. Ya en libertad, huyó como exiliado a Suiza, donde murió pocos años después.

Otro pintor conocido fue Honoré Daumier, que también participó en la comisión de Artes. Casi ciego, dejó constancia de lo vivido en esos momentos en dibujos como “Familia en una barricada durante la Comuna de París de 1870”.

Comuneros fueron también los artistas Jules Dalou y James Tissot. El primero fue subdirector del Museo de Louvre y los dos acabaron exiliándose en Gran Bretaña.

Un caso llamativo es el de Eugène Pottier, obrero, dibujante, cantante y poeta, que jugó un papel destacado como comunero, siendo elegido representante en su distrito. Evitó ser detenido y logró huir a Gran Bretaña, para dirigirse después a EEUU. Mientras estuvo escondido escribió parte del libro Cantos revolucionarios, uno de cuyos poemas  se convirtió en 1888 en la letra del himno “La Internacional”, musicalizado por Pierre Degeyter.

Jules Vallés, periodista y literato, fue condenado a muerte, si bien le fue conmutada la pena, tras lo cual tomó el camino del exilio a la isla vecina. También fue condenado a muerte, aunque en rebeldía, el músico Jean-Baptiste Clement. Había logrado escapar y exiliarse en Gran Bretaña. Jean-Marie Mathias Philippe Auguste, escritor de origen aristocrático, también conoció el exilio en el mismo país.

Los poetas Paul Verlaine y Jean-Arthur Rimbaud también participaron en el movimiento comunero. El primero lo hizo de una forma más activa, siendo nombrado jefe de la oficina de prensa del Ayuntamiento. El segundo, muy joven, estuvo en París desde el primer momento, después de haber huido de su familia. Amantes ya en la capital francesa, tras la derrota se refugiaron durante un tiempo en la capital británica.

Rimbaud dejó constancia de sus pulsiones emocionales en varios poemas, uno de los cuales contiene versos como éstos:

Todos los desgraciados, todos aquellos que al sok
han quemado sus espaldas y que caminan, caminan,
y que bajo su trabajo sienten que la frente estalla (…).
¡Descubríos, burgueses! ¡Ya que ésos son los hombres!
¡Nosotros somos obreros! ¡Obreros!
Somos nosotros, en los grandes tiempos nuevos,
por quienes se querrá saber
dónde se forjará el hombre de la mañana a la noche,
dónde, lento vencedor, someterá a las cosas,
persiguiendo los efectos, buscando las grandes causas,
pasando por encima de todo, como se monta a caballo (…).

Separados pronto en sus destinos, después de un dramático episodio cargado de violencia, los dos poetas mantuvieron el eco de esos meses. Verlaine, como nos hemos referido antes, lo hizo, entre otros recuerdos, a través de la figura de Louise Michel. Y Rimbaud, errante por varios países, no perdió nunca de vista su visión particular del comunismo como horizonte humano.

Victor Hugo, en fin, también estuvo presente en el escenario parisino,  mostrando en todo momento sus simpatías por la Comuna. Denunció con dureza la represión que le siguió, lo que le supuso su expulsión temporal de Francia. Volvió a estar de nuevo fuera de su país, como ya ocurrió en 1851 cuando se vio obligado a ir al exilio por denunciar el golpe de estado de Luis Napoleón y su conversión en Napoleón III. A su regreso no dudó en defender que se pusiera fin a la persecución contra quienes defendieron la Comuna.

Bibliografía consultada

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Rendón, Fernando (2005). “Marx, Rimbaud y la Comuna de París”, en Rebelión, 12 de octubre (https://rebelion.org/marx-rimbaud-y-la-comuna-de-paris/).

(Imagen: Honoré Daumier, “Familia en una barricada durante la Comuna de París de 1870”).