Hace unos días me pronuncié sobre la situación creada tras las elecciones del 10 de noviembre y puse un nombre: Pedro Sánchez. Fui duro con él (y no me arrepiento) cuando lo califiqué de incoherente, irresponsable e inútil. No es para menos si nos atenemos a la actitud mostrada desde abril, buscando un gobierno en solitario de su partido, negándose a un gobierno de coalición con Unidas Podemos y buscando la inhibición de la derecha en su investidura. Por todo eso consideraba que debería salir del escenario político
Los resultados han puesto de relieve varias cosas: que el PSOE no ha conseguido reforzarse para erigirse en fuerza de gobierno en solitario; que Ciudadanos ha caído en picado, ya sin posibilidad de ayudar a conformar una mayoría con el PSOE; que Unidas Podemos, aun cuando haya perdido escaños, no lo ha hecho tanto en apoyos electorales, pese a la irresponsabilidad de quienes crearon Más País; que los diferentes grupos nacionalistas periféricos siguen teniendo grandes apoyos en sus respectivos territorios, aumentando incluso el número de escaños; o que en la derecha se sigue fortaleciendo el flanco más extremo.
La rapidez con la que se llegó a un preacuerdo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para formar un gobierno de coalición ha resultado sorprendente y más después de las "lindezas" que uno y otro, pero sobre todo el primero, se lanzaron meses antes. Ahora toca responsabilidad y altura de miras. Porque el reto está en evitar que el nuevo fascismo -expresado en Vox, pero no sólo- pueda seguir creciendo.