Leí ayer el artículo de Camilo Alzate "Diario de una decepción" (publicado en Colombia Plural y Rebelión). Trata del proceso de paz en Colombia y la situación en que se encuentra en la actualidad. Está basado sobre todo en varias entrevistas realizadas a antiguos guerrilleros de las FARC, que le han transmitido sus impresiones personales y en las que no faltan ni la esperanza ni la desesperanza. Los miles de combatientes que se desmovilizaron están pasando por una situación difícil, angustiosa y muchas veces insoportable.
El grado de cumplimiento de los acuerdos está siendo bastante bajo. Apenas se han culminado las infraestructuras iniciales de acogimiento, los servicios básicos resultan insuficientes, los programas de integración en la vida social no se están desarrollando... Y, lo que es peor, la violencia sobre los exguerrilleros no ha cesado. De un lado, se ha producido el asesinato de medio centenar de personas por parte de los grupos paramilitares. De otro, la acción del estado se está cebando sobre algunos dirigentes, como Jesús Santrich, encarcelado bajo la acusación de narcotráfico y en riesgo de ser extraditado a EEUU.
El clima político y social que está viviendo el país es muy diferente al de décadas anteriores: ha cesado el nivel elevado de violencia que existía anteriormente, existen amplios sectores de la población que están participando con mucho interés e ilusión en el proceso de paz, hay una presencia importante de la izquierda en el Congreso... Pero persisten fantasmas del pasado. Hay importantes resistencias a que cambien las cosas. Se encuentran incrustadas en sectores del aparato judicial y policial, disponen de importantes apoyos en los medios latifundistas, controlan la mayor parte de los medios de comunicación, mantienen una representación política nada desdeñable...
Existe, por tanto, el riesgo de una regresión, consecuencia de las promesas incumplidas por parte del gobierno, la resistencia de sectores del aparato del estado o la no desaparición de la violencia ejercida por los grupos paramilitares. Se teme que se incremente el número de exguerrilleros que quieran retomar las armas o que haya quienes acaben asociándose a las bandas de narcotraficantes.
El contenido del artículo se ilustra muy bien a través de Wilmar Asprilla, que, pese a todo, manifestó, su optimismo, apostando, como tantos más antiguos guerrilleros, por la paz e insistiendo en que "seguiremos en eso". Pero tuvo mala suerte: fue asesinado a balazos a principios de año.