lunes, 11 de septiembre de 2017

Desastres naturales y valor de las vidas humanas





















Estos últimos días me han llegado varios mensajes sobre los huracanes que están devastando los territorios del Caribe y el contraste existente entre Cuba y EEUU. 


Desde finales del mes de agosto esta región se convierte en una fábrica de inclemencias meteorológicas, en las que los huracanes se erigen en serias amenazas. La destrucción llega a tal extremo, que viviendas y todo tipo de infraestructuras son arrasadas, poniendo en peligro las vidas humanas. El último de los huracanes, conocido como Irma, ha alcanzado unos niveles de fuerza inusitados. Si dimensión y el que haya sido precedido de otro han vuelto a poner sobre aviso sobre la realidad del cambio climático, el consiguiente calentamiento del planeta y la acción humana.  

En todo caso, lo que ocurre cada año es un tributo demasiado caro como para dejarlo a la improvisación. A no ser que la irresponsabilidad de quienes gobiernan los países afectados dejen que cada año pasen los huracanes como si fueran plagas divinas sobre las que poco o nada hay que hacer. Y en estas ocasiones cada gobierno se retrata. Ocurre con los países más pobres, faltos de recursos y con gobernantes a su nivel. También con los ricos, como lo son EEUU y su semicolonia Puerto Rico, que cada año repiten en improvisación y clasismo, con secuelas muy graves, incluidas vidas humanas, donde las gentes más humildes sufre lo peor. Pero Cuba es diferente. En este país se minimizan en lo posible los daños, que siempre son cuantiosos, y se minimiza en especial lo relativo a las vidas humanas. Este año, en los dos huracanes que se han sucedido, no han tenido ninguna víctima mortal, al contrario de lo habido en los otros países. 

Y es que Cuba se ha dotado de un sistema donde la prevención y la solidaridad se encuentran en el centro de las actuaciones. Nucleado en torno a la Defensa Civil Cubana, el sistema puesto en marcha dispone de una maquinaria humana que abarca a gobernantes, todo tipo de instituciones públicas y el conjunto de la población. Cada vez que llega la amenaza, la movilización humana que le sigue se convierte en una obra de eficacia y solidaridad. Muy distinto todo de ese sálvese quien pueda que reina en el vecino del norte, rico por demás, campeón en las emisiones de gases contaminantes y paraíso del capitalismo más salvaje.