El racismo es odio. Una forma de expresarlo. Se basa en no soportar a las personas de otro color de piel, con otros rasgos físicos... Da lugar a un sentimiento de superioridad que, como reverso de la moneda, implica considerar que existen razas inferiores. La vida de sus integrantes no tiene valor o el suficiente para ser motivo de. Por eso se les desprecia, castiga o impide que existan.
De ahí surge la violencia en sus diferentes manifestaciones. Es la que ha llevado a lo largo del tiempo a la conquista y colonización de territorios por parte de los imperios y al sometimiento de sus gentes. Es lo que ocurrió con los imperios que se adueñaron de medio mundo a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX. La excusa principal era la de civilizar a sus gentes porque eran inferiores. Pero lo que en realidad se buscaban eran recursos naturales, inversiones, mercados, mano de obra barata... Y en esa empresa sucumbieron millones y millones de personas. Fue también lo que llevó al fascismo alemán al intento de extermino de comunidades enteras, como la judía o la gitana. O a la esclavización y explotación hasta la extenuación, como las diferentes comunidades eslavas. La violencia que lleva sufriendo, siguiendo con los ejemplos, la comunidad afroamericana en EEUU. Primero, con su esclavitud; luego con las leyes de discriminación racial y los episodios cotidianos de violencia; en nuestros días, más mitigada en las cantidades, expresada en su marginación o tratamiento por la policía.
El racismo ha vuelto a aflorar en lugares donde antes sólo existía soterradamente. Es lo que está dando lugar a la proliferación de grupos que lo defienden abiertamente. Que aumentan en sus apoyos sociales y también electorales. Como en el Reino Unido. Ayer, sin embargo, una joven británica encontró una forma de combatirlos. Safiyya Khan tuvo el valor de acudir en ayuda de una mujer que estaba siendo rodeada por haber llamado racistas a quienes asistían a un acto del grupo fascista English Defence League. Desafió al líder del grupo, Ian Crossland. Y lo hizo con una sonrisa. Nada más. Lo suficiente para que la fotografía que tomó Joe Giddens esté dando la vuelta al mundo. Un golpe al racismo y el fascismo. Sólo con una sonrisa.