Sí, fue hace 75 años, en la madrugada del 28 de marzo, cuando murió Miguel Hernández. Víctima de un cúmulo de situaciones dramáticas, sí, como les ocurrió a tantas personas que sufrieron la derrota durante la guerra. Hernández pasó un calvario desde el mismo momento de su huida a Portugal en abril de 1939, cuyas tierras pisó efímeramente. Víctima, en fin, del fascismo.
Detenido prontamente y devuelto a la policía franquista, con el paréntesis septembrino de unos días libres, fue pasando por varias prisiones, donde las palizas, el hambre y la suciedad se convirtieron en el alimento del tifus y la tuberculosis que acabaron con su vida. A eso hay que añadir lo mal que llevó la separación de su mujer, Josefina, y de su hijo, Manolillo. Y también, el desprecio de su propio padre. Condenado a muerte inicialmente, en 1940 vio conmutada la pena por otra de 30 años.
Desde 1941, durante su estancia en la prisión de Alicante, sufrió el chantaje permanente del canónigo Luis Almarcha, a quien conocía desde su juventud y en quien confió para que intercediera por él. Obsesionado por el arrepentimiento del poeta, para lo que contó con la connivencia de los clérigos de la prisión -como tantos otros dieron muestra durante esos años-, sólo consiguió que consintiera, días antes de morir y ya desahuciado, contraer matrimonio canónico con su esposa. "Lo que para mí es una gran pena, para ti es alegría. Pero, al fin, esto no tiene importancia por ahora", le escribió el poeta a su esposa. El nuevo régimen no aceptaba los matrimonios civiles y de no haberlo hecho, habría dejado a Josefina y Manolillo en la la ilegalidad administrativa. Aun con eso, el canónigo Almarcha, al poco procurador en las Cortes franquistas y obispo de León, se mantuvo firme en su negativa a auxiliar al poeta, que, de haber recibido un tratamiento en un centro sanitario, podría haber evitado la muerte.
Hoy, en homenaje a un poeta tan excelso, dejo constancia de mi respeto por él con estos versos que escribí en 1976 y un dibujo hecho también en ese mismo año:
Terca muerte que le alcanzó
en la cárcel tan odiada.
Inmortal voz infinita
que jamás fue amurallada.