Se ha abierto un debate tras el caso salido del niño de Olot afectado por la difteria. Siendo ésta una enfermedad prácticamente erradicada en muchos países, han saltado las alarmas por el hecho de que el caso está relacionado con una corriente minoritaria en la sociedad que aboga por la no vacunación.
El padre y la madre se negaron a vacunar a su hijo desde la perspectiva de que hacerlo perjudica más que beneficia. Esta postura es claramente combatida por la generalidad del mundo científico y la propia OMS, que niegan que los efectos negativos tengan la dimensión que se les atribuye por esa corriente y resaltan, ante todo, la disminución y, en muchos casos, casi erradicación de enfermedades causadas por virus y bacterias que se han extendido desde milenios como epidemias, provocando numerosas muertes, especialmente entre la población infantil. El que la mortalidad haya disminuido tanto en la mayor parte de los países está directamente relacionado con la generalización de las vacunas.
El debate está abierto, pero con unos presupuestos muy débiles y, además, peligrosos por parte de quienes rechazan la vacunación o defienden la libertad de hacerlo. Y precisamente sobre esto último conviene destacar el papel que están jugando las multinacionales farmacéuticas, que, como señala hoy la médica gallega Iria Veiga en un interesante artículo suyo en rebelion.org, defienden la libertad de vacunación. No debemos olvidar que el neoliberalismo, tan presente en todos los ámbitos de nuestra vida, incluido el mundo de la salud, se presenta bajo el paradigma de la libertad, acompañado, eso sí, del desmantelamiento de los servicios públicos de salud, para convertir un derecho fundamental en una mercancía. Libertad de vacunación dicen, pero para quien pueda pagar los servicios médicos y farmacéuticos. Y en medio, encima, aparecen esas corrientes que defienden cosas como que vacunar perjudica.