La FIFA sigue sorprendiendo. Estos días había salido a la palestra por la detención de varios de sus dirigentes y su relación con casos graves de corrupción. En un principio se les acusa, entre otras cosas, de enriquecimiento ilícito, pero eso podría conllevar chanchullos de gran calado, como el amaño de partidos o la adjudicación de la celebración de eventos internacionales. Lo que se lleva decenios sospechando y denunciando ha empezado a ser tratado por la justicia, de manera que la puerta está abierta para que salga mierda por todos los lados y en grandes cantidades.
Pero no es eso lo que quería tratar, sino la normativa que exige a las jugadoras del mundial femenino de fútbol, a celebrar en Canadá, a una prueba de verificación de sexo. Sí, tener que demostrar que son mujeres. Sí, estar bajo sospechosa de que puedan ser... ¿varones? Nos metemos así en un terreno peligroso, por atentar contra los derechos de las personas.
Se parte de una confusión grave, de naturaleza patriarcal y, por ende, androcéntrica, que no sabe distinguir el sexo, la identidad de género y la identidad sexual. Podemos ser lo que queramos, independientemente de los rasgos físicos que tengamos, sin que éstos tengan que encorsetar a nadie. Cualquiera puede sentirse varón, mujer, las dos cosas a la vez o ninguna, porque eso pertenece a la decisión personal de cada cual. Como también pertenece a cada persona ejercer o no la orientación sexual que quiera.
Hacer del deporte en general y, en este caso, del fútbol un campo de pruebas para demostrar que las mujeres lo son, no deja de ser una prueba más de la ideología que rige en el seno de la FIFA. El mismo organismo que no exige pruebas de verificación a sus dirigentes para que demuestren que no son corruptos. Claro que esto sería imposible, porque son la corrupción en sí misma.