Se ha abierto un debate en Brasil en torno a la presencia de profesionales de la medicina procedentes de Cuba. Entre los sectores políticos de la derecha se mantiene una actitud contraria, con argumentos que van desde ser agentes de propaganda del comunismo hasta otros con claras connotaciones racistas, llegando a equiparar su trabajo al de las empleadas domésticas. No ha faltado el montaje relacionado con la defección de una médica, que ha acudido a la embajada estadounidense para denunciar quién sabe qué. En el propio campo de la medicina brasileña hay profesionales que ven esta presencia como una forma de intrusismo. La mayoría de la población, sin embargo, la apoya, consciente de la labor que realizan por los lugares más recónditos del país, llegando hasta allí donde nunca se había instalado un dispensario médico y mejorando las condiciones generales de salud.
Brasil es un país donde no está todavía garantizada la asistencia sanitaria universal. Quienes salen con el título de las facultades de medicina han tendido en su mayoría a orientarse al sector privado, donde existen claras posibilidades de hacerse con una clientela con recursos económicos que generan réditos económicos atractivos, cuando no suculentos. La ausencia de un servicio de salud público y universal fomenta y fortalece ese comportamiento. El resultado es que la prestación sanitaria no se adapta a las necesidades reales, quedando amplios sectores de la población desprovistos de los más elementales servicios.
Los datos que ofrece la OMS son ilustrativos: la esperanza de vida en Brasil es de 71 años para los varones y 78 para las mujeres; y la tasa mortalidad infantil hasta los cinco años es 14%0. Son unos números que esconden, sin embargo, una realidad mucho más dura, pues no contempla las enormes diferencias entre quienes sí tienen acceso a los servicios de salud, aunque sea pagándolos, y quienes no lo tienen, en su mayor parte la gente humilde que vive en el medio rural y en las favelas de las ciudades.
El convenio firmado hace años entre los gobiernos brasileño y cubano durante el mandato de Lula da Silva, desarrollado ahora con Dilma Ruseff, se inscribe en el intento por mejorar la situación sanitaria del país, propiciando así que se beneficie esa gran parte de la población que carece de un derecho fundamental. Y el papel que están jugando los médicos y las médicas del país caribeño está resultando primordial a la hora de elevar las condiciones de salud y vida de la gente.
Quienes se oponen a que esto ocurra están encubriendo dos cosas: un clasismo descarnado, al negar que se garantice un derecho fundamental a quienes no disponen de recursos para costearse los servicios sanitarios; y un elitismo que prima los intereses corporativos de profesionales que obtienen beneficios individuales por su trabajo sin que repercuta en el interés general.
Los argumentos mezquinos que se están vertiendo dañan la profesionalidad y el nivel de formación de los médicos y las médicas de Cuba, poniendo en duda logros importantes, que también son reconocidos por los organismos internacionales, en especial la OMS. En ese país los indicadores de salud son excelentes y más teniendo en cuenta los recursos económicos con los que cuentan. Su gasto en salud per capita es del 9,4% sobre el PIB, algo inferior al español y algo superior al brasileño. Pero en relación al nivel de renta, que es bastante inferior a esos dos países, sus resultados resultan muy satisfactorios y con escasas diferencias entre su población: una esperanza de vida de 76 años para los varones y 80 para las mujeres, similar a la de EEUU, pero donde el gasto per capita asciende al 18%; y un mortalidad infantil de menores de 5 años de 6%0, algo inferior a EEUU.
Cuba ofrece además otro tipo de logros, que tienen que ver con la solidaridad internacional. Sus profesionales de la salud están repartidos por numerosos países pobres o en vías de desarrollo de todos los continentes, especialmente de Latinoamérica y el Caribe, desarrollando programas diversos que van desde la medicina general hasta la más especializada. En sus universidades se forma gratuitamente a un gran número de jóvenes de todo el mundo que después regresan a sus países de origen. Tampoco faltan quienes acuden a la propia isla para beneficiarse de prestaciones a las que no accederían en su país.
La salud en Cuba tiene, pues, unas connotaciones muy diferentes al resto de países y sus profesionales dan muestras de una forma ejercer la medicina lejanas del clasismo, elitismo y corporativismo. Son un magnífico ejemplo de su buen hacer y de un compromiso humano inigualable. Por eso merecen que su labor sea reconocida y también imitada. El mundo sería distinto.