Está el personal muy cabreado. La negativa de Mariano Rajoy de no comparecer ante el Congreso por el "asunto Bárcenas" es interpretado -con razón- como un agravio contra la democracia. Sólo dentro del PP y en su entorno mediático más próximo -ABC, La Razón...- le exoneran de hacerlo. En el primero, buscando cualquier subterfugio legal, que lo hay. En el segundo, defendiendo como sea a su gobierno. Pero todo esto no debe sorprender. Por varias razones. Veamos algunas.
Uno de los recursos que el PP viene utilizando desde los años 90 para validar su acción política es la defensa de la legalidad. Lo hizo, por ejemplo, cuando lanzó una ofensiva tan dura contra el gobierno del PSOE -"váyase, señor González"- en pleno debate sobre el terrorismo de estado que se desarrolló vía GAL. Luego, ya gobernando, impulsó, con el apoyo del propio PSOE y algunos otros grupos, la Ley de Partidos, que dificultó y, a veces, impidió que una parte de la sociedad vasca pudiera estar representada en las instituciones. Una defensa de la legalidad que le permitió salir de rositas en numerosos casos de corrupción por prescripción del delito, por defectos de forma o por favores judiciales, que todo hay que decirlo. Esta impunidad es la que permitió a este partido seguir con la misma práctica de financiación que los Naseiro, Sánchís y compañía habían desarrollado desde los años ochenta y por lo que salieron incólumes, defectos de forma incluidos. Bárcenas es una criatura de todo ello. Cuando salió a la palestra hace cuatro años, relacionado con la trama Gürtel, fue defendido a capa y espada por la cúpula del partido. Fue el momento en que se lanzaron a la yugular de Baltasar Garzón, contra el que presentaron tres querellas, siendo la relacionada con la Gürtel por la que fue condenado por prevaricación. ¡Ay, la legalidad!
Hay otro motivo que considero poderoso: la opinión pública. Y más concretamente, su electorado. Pese a lo que se está viendo, el PP sigue manteniendo un nivel de apoyo elevado. Bastante superior del que podría considerarse teniendo en cuenta la dimensión de los escándalos en que está inmerso. Me recuerda en parte al apoyo que mantuvo el PSOE en los años noventa pese a los escándalos que le ahogaban: los GAL, Roldán, FILESA... Hay una base social, agradecida con el partido al que vota, que está dispuesta a resistir, defendiendo lo indefendible y minimizando, cuando no negando, evidencias. Una base social diversa con intereses materiales concretos en cada ámbito. Y también con un elevado fervor ideológico que sirve para defenderse del enemigo: el doberman, por el PSOE, en los noventa; y el socialismo, por el PP, ahora. Esos dos ingredientes alimentan y alientan las posturas de quienes nos han gobernado. Una base social, la del PP de hoy, que espera que la situación económica se revierta, para así poder justificar que mereció la pena sufrir tanto agravio.
Y existe hasta una tercera razón: la respuesta social. Casi inexistente. Algunas personas que acuden a la sede central del PP o a los juzgados. Pero pocas. Ha habido un reflujo en las movilizaciones. En Andalucía, hace unos días, fueron sólo cientos las personas que en cada capital de provincia salieron a la calle para protestar por la decisión del Tribunal Constitucional de suspender cautelarmente el decreto antidesahucios. La gente -y no toda- sale a la calle por sus problemas concretos. Pero la financiación irregular, ilegal y corrupta del PP es vista con distancia desde la televisión, la radio o cualquier otro medio, e interpretad con un "todos los políticos son iguales".
¿Que no quiere comparecer Rajoy? Por ahora se siente con soporte legal, respaldo, ausencia de movilizaciones y capacidad de maniobra. Que no es poco. Por eso no me sorprende lo que está haciendo. Cómo salga de ello, es otra cosa.