He visto este fin de semana la película Pan negro (su título original, en catalán, es Pa negre), dirigida por Agustí Villaronga y una adaptación de la novela homónima de Emili Teixidor. No voy a entrar en sus aspectos formales, salvo la creación a través de la luz de un ambiente sórdido y deprimente, propio de la postguerra española. Lo que no puedo negar es que a su fin me sentí entre abrumado y desorientado. La intensidad del relato y la concatenación de situaciones me llevaron a no entender del todo la historia que se cuenta. Y quizás esa confusión haya sido creada conscientemente, como una forma de llevarnos a la naturaleza del contexto en el que se sitúa.
Una de las cosas que quedan claras en la película es el poder y la forma de ejercerlo por parte del quienes resultaron vencedores. También lo que les correspondió a quienes sufrieron la derrota: la represión, el dolor, la humillación y la miseria. La confusión surge en la trama trazada, un cúmulo de situaciones donde no se sabe finalmente qué ha ocurrido. Y en medio de todo esto la mirada de niños y niñas, y especialmente la de Andreu. La mirada de una generación, o de varias, que tuvieron que ir interpretando la realidad desde la información, entre directa y codificada, que fueron recibiendo por sus mayores. Una información fragmentada y manipulada. La mirada de Andreu es la permanente búsqueda de una explicación por saber lo que está ocurriendo. En el final, sin embargo, se establecen los límites de lo conseguido: desechando el consejo paterno de mantenerse fiel a los ideales, prefiere aceptar la propuesta de quienes ganaron la guerra, entre otras cosas porque es la que le ofrece salir del mundo en el que nació. Así es como sobrevivió el franquismo, entre la represión y la huida hacia adelante en forma de supervivencia o de las posibilidades de promoción social que fueron apareciendo.
El final me trajo a la memoria otra película, La lengua de las mariposas. En ésta es otro niño, Moncho, el que sucumbe ante la situación de terror creada cuando se inicia la represión tras el golpe del 36. Resulta impresionante la imagen suya lanzando una piedra e insultando a su maestro, otrora su bienhechor. Para José Luis Cuerda, su director, esa escena no hay que juzgarla, sin embargo, por la traición del niño, sino por la situación creada que llevó a que surgiera ese tipo de actitudes. Una apreciación interesante, que puede aplicarse también a Pan negro, si somos capaces de entender en su totalidad lo que ocurrió con la muerte de los dos homosexuales. Y es que las derrotas son doblemente duras: por lo que llevan en sí para quienes las sufren y por los fantasmas que desatan.