No me está gustando el rumbo que está tomando la cosa. El recrudecimiento de la represión contra la gente que se manifiesta en la calle está dando paso a cosas nuevas. Lo primero lo estamos viendo reiteradamente, como ocurrió, sólo a modo de ejemplos, en la jornada del 25 de septiembre en Madrid en el entorno del Congreso, en las movilizaciones de los mineros en julio o en las acciones del instituto Luis Vives de Valencia en febrero.
La semana que acaba empezó con el anuncio por el gobierno de una ley que impida la difusión por la red de imágenes en las que aparezcan miembros de la policía reprimiendo. Aducen que para salvaguardar la identidad de los policías. Vaya tontería, teniendo en cuenta que nunca se ven sus rostros, aunque sí sus gestos y acciones. Lo que parece evidente es que quieren ponerse a salvo de la obscena violencia que están aplicando. Otra novedad está relacionada con el incidente ocurrido en un colegio religioso de Mérida. Algo demasiado oscuro y todavía no aclarado. Desde el primer momento ha sido utilizado por los medios de comunicación conservadores para resucitar el fantasma del anticlericalismo. Hasta el propio delegado de gobierno en Extremadura ha llegado a declarar que se había sobredimensionado lo ocurrido. Ayer, sin embargo, saltó a la actualidad la detención por la policía de varios jóvenes, uno de ellos, Rafael González, dirigente de la Unión de Juventudes Comunistas y de Izquierda Unida en su comunidad. El día anterior el diario El Mundo había publicado en su edición impresa la foto de Rafael González, a quien acusaba, entre otras cosas, de haber tramado y participado en el asalto al colegio. Una noticia que, por lo que pasó después, fue suficiente para que la fiscalía iniciase el procedimiento para su inculpación y la de otras personas. Tras las pertinentes declaraciones judiciales, ahora están en libertad, aunque a la espera que las diligencias culminen.
¿Qué está ocurriendo? Resulta evidente el desgaste del gobierno, consecuencia directa de las medidas impopulares que está tomando. Resulta evidente también la impopularidad de sus prácticas represivas. Me atrevo a decir que una manera para contrarrestar esa situación es dar una imagen de desorden. A la vez que atemorizan, alimentan en sus fantasmas a quienes están de su lado. Evitar que se vean imágenes de la violencia policial buscaría desactivar parte de sus malas prácticas. Magnificar incidentes, crear miedo y confusión. Inventarse alborotadores, encontrar los chivos expiatorios perfectos. El gobierno, así, distraería la atención de la gente que tiene que sufrir las consecuencias de una política económica basada en los ajustes y los recortes, a la vez que criminalizaría las protestas.