Escuché anteayer ocasionalmente en Radio Nacional a Joaquín Araújo, conocido periodista por ecologista. En el momento que sintonicé la emisora le estaban haciendo una entrevista se estaba refiriendo a dos formas antagónicas de tratar el bosque: lo que llamó la cultura de la quema de rastrojos y la cultura de la prevención. La primera, muy extendida y supravolorada; la segunda, en desuso. De la primera destacó que los beneficios que se obtenían por el enriquecimiento del suelo no compensaban, al ser arriesgada a la hora de tratar con el fuego y poder generar graves peligros cuando no se consigue controlarlo. Sobre la segunda se mostró partidario, en la medida que era una forma natural y efectiva de limpiar el bosque mediante usos tradicionales como la recogida de la leña menor y el empleo del ganado para el pasto.
Por lo poco que escuché, el motivo por el que le llevaron al programa fue el incendio de Fragas do Eume, un parque natural situado entre las provincias de Lugo y La Coruña. Un ecosistema atlántico con elementos mediterráneos que confieren al espacio agreste donde está situado un elevado valor ecológico. El dominio del roble carballo se ve complementado por la presencia de castaños, introducidos en otro tiempo para un mejor aprovechamiento económico, y abedules. Las franjas de ribera ofrecen una variedad de especies a base de alisos, olmos, fresnos, tejos y avellanos. Las zonas más orientadas a la solana permiten que se asomen alcornoques, madroños, acebos y laureles. Y repartidos de un lado a otro, alfombrando las partes bajas, diversas variedades de helechos, en algunos casos especies relictas, junto con los líquenes y los musgos que tapizan las cortezas y las rocas.
Las imágenes de llamas y de equipos de extinción de incendios han llenado los telediarios y las páginas de los periódicos. La alarma provocada por la destrucción de un monumento de la naturaleza ha llevado a las autoridades de la Xunta gallega a prestar atención cuando el eco del suceso se extendió. Controlado ya, en gran medida gracias a la lluvia caída en los últimos días, no ha sido algo anecdótico. Es una más de las catástrofes que vienen sucediéndose sin cesar en los bosques peninsulares desde principios de los años setenta. Agravado, además, por haber ocurrido en una estación que no es la del estío. Tampoco es un hecho aislado en estos días, pues más incendios se han declarado en distintas comunidades e incluso al sur de la propia gallega, en la provincia Orense, se está sufriendo otro incendio devastador en el parque de Xurés.
Los incendios forestales son la consecuencia de una forma de tratar a la naturaleza, donde convergen en sus intereses depredadores diferentes sectores económicos. El abandono de formas agrarias más respetuosas con la naturaleza para dar paso a otras donde se busca el beneficio inmediato y una rentabilidad economicista; la expansión urbanística volcada en las recalificaciones de terrenos; la industria maderera ansiosa por obtener recursos baratos; el aumento de las actividades de ocio donde se descuidan las reglas más elementales de la precaución... Todo esto converge en una visión yuxtapuesta de la relación con la naturaleza en la que ésta queda infravalorada. La desesperación por lo inmediato de mucha gente lleva a que se menosprecie su respeto y conservación. Una desesperación que da alas a quienes directamente se vuelcan sin escrúpulos para aprovecharse a toda costa y obtener beneficios particulares.
Del incendio de Fragas do Eme se ha dicho que ha sido intencionado. Como buena parte de los incendios. Pero, cuidado, no menospreciemos esas otras formas de tratar a la naturaleza que conllevan peligros tan graves. Es necesario crear una nueva cultura, ecológica, de respeto y amor por la naturaleza. Una cultura de la prevención. De esta manera serían los bomberos naturales, al decir de Joaquín Araújo, quienes se harían cargo de evitar los incendios.