Junto a la ría de Bilbao
Pasé por Bilbao en el verano de 1968 y apenas nos dieron tiempo para visitar el santuario de Begoña, del que supe después que años antes había sido escenario de un episodio violento entre falangistas y carlistas. Recorrimos las calles un día nublado y quizás por ello me quedé con la imagen de una ciudad gris. Pasados los años, desmantelada su infraestructura industrial y portuaria tradicional, se ha levantado en uno de esos lugares uno de los templos de la postmodernidad, obra de Frank O. Gehry, que se alza como un barco varado junto a la ría: el museo Guggenheim. El otro día tuve ocasión de contemplar, sucesivamente, la mole de volúmenes yuxtapuestos recubiertos de placas de titanio; las muestras que ofrece en su interior del arte realizado desde mediados del siglo XX; el entorno urbano reciente donde se ubica; el trazado radiocéntrico de la ciudad burguesa construida a finales del siglo XIX; lo que queda de épocas anteriores, incluida la plaza Nueva y la sede de la academia de su lengua antigua; y un tramo del paseo que recorre la ría por donde pasa el río Nervión.