Hace tres semanas asistí en Granada a unas jornadas de formación docente sobre igualdad de género. Fueron muy interesantes y me resultaron reconfortantes. Entre todas los actos me encantó lo que representaron profesorado y alumnado del IES Montes Orientales de Iznalloz: la obra de teatro Tocando fondo (¿aludirá a la canción homónima de Silvio Rodríguez?). Trata sobre la violencia contra las mujeres, está dividida en dos partes diferenciadas y es coordinada desde principio por una persona que explica en qué consiste y se encarga en la segunda parte de inducir a la participación del público.
Dentro de un formato sencillo y muy original, buscaba, y lo generó, una sensación impactante para reflexionar sobre el tema y sacar soluciones alternativas. Una música muy adecuada en un escenario sombrío nos envolvió para ver actuar a cuatro figuras negras con caretas blancas entrelazándose con unas cintas negras; y a tres parejas pertenecientes a tres generaciones. La primera parte acabó con la agresión a las tres mujeres. En la segunda se pidió al público que manifestase por escrito en grandes carteles su impresión de lo visto, para pasar después a un diálogo entre la presentadora y el público. Diversas propuestas de solución fueron representadas puntualmente por alguna pareja, a modo de ilustración. Me quedé con ganas de ofrecer mi propuesta, pero desistí por la premura del tiempo (cosa normal en este tipo de jornadas, donde el tiempo siempre está apretado).
Al día siguiente, cuando me disponía a coger el coche para regresar a casa, pude saludar a la presentadora para felicitarla por su trabajo y me atreví a darle a conocer mi propuesta de final alternativo. El simbolismo de la música, la luz, los colores o del cuadro escénico de cintas está claro. Las soluciones que el público da (por lo que me comentó la presentadora) tienden a proponer la detención de los agresores, su suicidio, la reconciliación, el diálogo en el momento de máxima tensión... Como es una obra orientada a la gente joven, resultan lógicas dentro de su visión del mundo, aunque algunas de ellas coincidieron en la representación que yo presencié, esta vez con un público formalmente maduro, dada su mayor formación y sensibilización con el problema.
Dentro de un formato sencillo y muy original, buscaba, y lo generó, una sensación impactante para reflexionar sobre el tema y sacar soluciones alternativas. Una música muy adecuada en un escenario sombrío nos envolvió para ver actuar a cuatro figuras negras con caretas blancas entrelazándose con unas cintas negras; y a tres parejas pertenecientes a tres generaciones. La primera parte acabó con la agresión a las tres mujeres. En la segunda se pidió al público que manifestase por escrito en grandes carteles su impresión de lo visto, para pasar después a un diálogo entre la presentadora y el público. Diversas propuestas de solución fueron representadas puntualmente por alguna pareja, a modo de ilustración. Me quedé con ganas de ofrecer mi propuesta, pero desistí por la premura del tiempo (cosa normal en este tipo de jornadas, donde el tiempo siempre está apretado).
Al día siguiente, cuando me disponía a coger el coche para regresar a casa, pude saludar a la presentadora para felicitarla por su trabajo y me atreví a darle a conocer mi propuesta de final alternativo. El simbolismo de la música, la luz, los colores o del cuadro escénico de cintas está claro. Las soluciones que el público da (por lo que me comentó la presentadora) tienden a proponer la detención de los agresores, su suicidio, la reconciliación, el diálogo en el momento de máxima tensión... Como es una obra orientada a la gente joven, resultan lógicas dentro de su visión del mundo, aunque algunas de ellas coincidieron en la representación que yo presencié, esta vez con un público formalmente maduro, dada su mayor formación y sensibilización con el problema.
Mi propuesta era la siguiente: acabar la obra con un cambio en la música, la luz y los colores, para ofrecer una alternativa donde se manifieste un modelo de relaciones humanas abierto, tolerante e igualitario. Una utopía, es verdad. Pero es que si no las tuviéramos, nunca podríamos salir del escenario lúgubre y violento que nos ofreció la obra, que es un fiel reflejo del mundo.